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    Crítica | Mis días felices

    Mis días felices

    La última generación

    crítica de Mis días felices | Les Beaux Jours, de Marion Verdoux, 2013

    Hace poco se estrenaba en España la cinta francesa El viaje de Bettie (crítica). Una historia beneficiada por la presencia imponente de Catherine Deneuve que venía a engrosar la lista de relatos de autodescrubimiento y aceptación protagonizados por mujeres en edad de jubilarse. A veces en clave de road movie, otras recurriendo al necesario affaire con un joven 30 años menor que ella, Los días felices acaba de estrenarse este viernes amparándose en esta última misma premisa. Caroline acaba de dejar su trabajo como dentista. Tiene 60 años y su matrimonio soporta los rigores del tiempo como lo hacen la mayoría de matrimonios de cierta edad, asentándose en la costumbre, la comodidad y el aburrimiento. Sin necesidad de luchar más de lo necesario. Para ayudarla a distraerse, sus hijas le regalan unos cursos diarios en un centro para mayores de irónico nombre: Los días felices. Lugar en el que somos testigos de los primeros actos que definen a Caroline como una mujer educada, distante, altiva, y con cierto carácter. Poco amante de llamar la atención. Su vida en pareja es cordial, aunque carente de todo afecto físico que implique una intimidad importante. Caroline parece perdida. Su mejor amiga ha muerto hace escasos meses de cáncer y aún lo está asimilando. Es el momento perfecto para liarse con el profesor de informática.

    El quinto trabajo de Marion Verdoux juega en una liga muy cercana al del cine medicinal para mayores. Hablamos de obras con buenas intenciones, tendentes a conclusiones agradables y vitalistas, que consuelen el ocaso de la existencia con un baño en la playa al atardecer, mientras nos reímos, inconscientes a la actitud “lógica” que sería esperable en personas de nuestra edad. Les Beaux Jours se beneficia de una dirección elegante, donde la cámara sabe centrarse en sus personajes sin juegos demasiado llamativos, aunque con algunas decisiones curiosas, como la de plasmar los mensajes de texto con una sobreimpresión transparente en la imagen, sin necesidad de recurrir al contraplano del aparato, o el travelling semicircular desde el exterior frontal del coche para mostrar el primer garbeo de Caroline con el informático. La cinta respira una actitud muy parecida a la de su protagonista. En ocasiones es tremendamente sutil, amante del clasicismo. En otras se permite ciertas licencias que resultan refrescantes. No renuncia a los tópicos inherentes a este tipo de guiones, pero contiene unos diálogos bien escritos, mención especial a algunas de las réplicas de Caroline, donde se respiran con especial fuerza el origen literario de la película. Hay un afán consciente de profundizar en las motivaciones que a uno le quedan en la vida cuando ha sobrepasado el ecuador de la existencia.

    Mis días felices

    El conflicto que propone el romance es desplazado por cómo Caroline acepta la situación. Con una naturalidad y calma que descolocan, incluso cuando es consciente de cómo el informático concibe su relación con ella. Una más en una lista de conquistas diversas que nacen por la mañana y mueren cada tarde, renovándose cada poco tiempo. La reacción de ella despierta otras cuestiones, inesperadas e interesantes. ¿Es legítima su actitud dada la pasividad que reina en su matrimonio y que su marido parece lejos de querer solventar? Es interesante cómo se desvían ciertos lugares comunes, intentando buscar un terreno de cierta riqueza. Y hasta cierto punto, el camino se recorre con éxito. Caroline parece contenta con su situación, y Verdoux está muy lejos de juzgarla (como sí lo harían otros muchos cineastas), pero pierde el rumbo en el último momento, cuando toca devolver las cosas a su situación original, reciclando los errores del pasado en convenciones decepcionantes. No es ninguna coincidencia que todo empiece a titubear justo cuando Caroline discute con el informático. De ahí en adelante, Verdoux no parece demasiado convencida del rumbo elegido. Como si las decisiones que estuviera tomando fueran las menos problemáticas, en lugar de las más necesarias para el filme.

    En su defensa, Fanny Ardant eleva a la enésima potencia un personaje que en manos de cualquier otra actriz podría haber sido fácilmente irritante o inexpresivo. La interprete tiene el porte adecuado y le imprime una elegancia a Caroline que nos remite a la que poseen otras grandes estrellas como Cate Blanchett o Juliette Binoche. Es un acierto evidente en este tipo de películas saber escoger un casting adecuado. Mitad de nuestra paciencia está ahí depositada. La actriz maneja bien los pocos tintes cómicos que mantienen la obra en terreno neutral, acercándose más a un tono reflexivo que hilarante, con un humor más tendente a la sonrisa que a la carcajada. Esa indecisión en el tono, o mejor dicho, ese afán por no llamar demasiado la atención, es lo que en última instancia hace que la película resulte algo inocua. Que no deje demasiado poso más allá de cierta comicidad agradable. Tal vez eso sea suficiente para este tipo de historias. Un regustillo a algo europeo, no demasiado excéntrico, que no sea un drama desbocado pero que otorgue una dosis de pensamiento adecuada como para sentir que el tiempo se ha invertido correctamente. Si eso es lo que buscas, eso es lo que tendrás. ★★★★

    Gonzalo Hernández
    redacción Madrid

    Francia. 2013. Título original: Les Beaux Jours. Directora: Marion Verdoux. Guión: Marion Verdoux, Fanny Chesnel. Intérpretes: Fanny Ardant, Laurent Lafitte, Patrick Chesnais, Jean François Stévenin, Fanny Cottençon, Catherine Lachens, Alain Cauchi, Marie Riviére. Fotografía: Nicolas Gaurin. Productoras: Les Films du Kiosque, 27.11 Production, Direct Cinéma, Canal +, Orange Cinéma Séries, Direct 8, Hoche Artois Images, La Banque Postale Image 6. Fecha de estreno oficial: 12 de Junio de 2013 (Festival de Cine de Cabourg).

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