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    Crítica en Serie | Los informáticos (Final)

    Los informáticos (Final)

    REINICIAR POR ÚLTIMA VEZ

    crítica de Los informáticos (2006-2013) | The IT Crowd - Final

    Channel 4 / Reino Unido, 2013. Guión y dirección: Graham Lineham. Reparto: Chris O´Dowd, Richard Ayoade, Katherine Parkinson, Matt Berry, Noel Fielding, Rachel Parris, Cristian Solimeno, Gareth Morinan, Matt King, Ashley McGuire.

    Con un gran título como es Se acerca Internet (The Internet is Coming, o El último bite (The Last Byte), como también se ha llamado), el pasado 27 de septiembre concluyó Los informáticos (2006-2013). Tras 24 capítulos repartidos en 4 temporadas y emitidos entre 2006 y 2010, este desenlace de 48 minutos se ha hecho esperar. Una de las mejores cosas que tiene la televisión británica es que dan la oportunidad a los creadores de cerrar sus series –al menos sus comedias– con un capítulo especial de duración extra. Y éste ha tardado en rodarse 3 años. Según el creador Graham Linehan, que dirigió y escribió las 25 entregas, el guión estaba escrito pero no hubo manera de concretar sus fechas con las de los protagonistas (Katherine Parkinson ha sido madre, Richard Ayoade ha dirigido ya 2 películas, Chris O´Dowd está cada vez más presente en EEUU) hasta principios de este 2013. Pero la espera ha merecido la pena. El punto de partida sigue siendo el mismo: una ineficaz empleada es degradada en su empresa a presidir el Servicio de Informática, donde comparte espacio con dos peculiares técnicos.

    Los actores vuelven a meterse en la piel de los personajes sin aparente esfuerzo. Roy, Moss y Jen han vuelto para meterse por última vez en imaginativos problemas. La voz cómica de Linehan funciona a plena potencia y sigue el camino del resto de la serie. Es decir, hacer comedia de todo. Elementos cotidianos de los que exagera la intrínseca ridiculez que tienen o que retuerce para buscar el chiste, amén de ocasionales detalles surrealistas. No hay miedo al ridículo o a resultar irritante –adjetivos que pueden usarse para calificar la serie si no se entra en su juego–, sino una apuesta por divertir de diversas formas. Un juego de seducción al servir café, un tutorial sobre juegos de mesa o la confusión entre “artista” y “autista” pueden provocar muchas risas en las manos acertadas.

    Los informáticos (Final)

    Linehan referencia lo que sus personajes habrían absorbido en estos 3 años de ausencia –Juego de tronos, el auge de Secret millonaire (programa inglés donde los ricos y poderosos se mueven de incógnito en ambientes más pobres y así poder demostrar su altruismo) como instrumento para que los empresarios se hagan un lavado de cara público), la facilidad de Twitter para liar más un problema– y lo maximiza con su mirada hilarante y crítica a partes iguales. Además, como buen capítulo final de toda comedia juguetona que se precie, se referencian situaciones de temporadas pasadas. La recurrente coletilla “¿Ha probado a apagarlo y a encenderlo?” está presente. Roy recuerda como, en Plan de grupo (2.1), finge ser minusválido y acaba en Manchester; hace aparición la caja de metal que Jen piensa contiene “Internet”, porque en El discurso (3.4), Roy y Moss así se lo hacen creer. Y hasta el carismático Richmond regresa para hacer algo significativo, tras su ausencia en la tercera y su testimonial aparición en la cuarta entrega. Detalles de cariño hacia los fans que ayudan a facilitar el hecho de que el espectáculo se acaba. Pero no es un episodio nostálgico.

    Linehan escribe, como haría habitualmente, tramas para cada protagonista y deja que las cosas se desmadren. El equívoco, el egoísmo o la estupidez pura y dura siempre han movido a estos personajes, y no por ser la última función iba a cambiar la cosa. Moss aumenta la seguridad en sí mismo de manera poco ortodoxa mientras Roy, acusado de racismo contra enanos, quiere conservar una relación y Jen lavar su imagen pública tras tirar café por accidente sobre una mendiga. A todo esto, el jefe de la empresa Douglas Reynholm se ve forzado a participar en Secret millonaire con resultados desastrosos. Las carcajadas están aseguradas cuando un Moss segurísimo de sí mismo trate de ayudar a sus compañeros con un eficaz mejunje para llorar. El remate de la peripecia, y de la serie en sí, es un secreto que mejor no desvelar. Bastará sólo con decir que su sencillez y lógica interna es tal que sorprende. Una solución brillante y divertida para una comedia inolvidable. ★★★★

    Adrián González Viña
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