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    Crítica | La Playa D.C.

    La playa D.C.

    CUANDO LA VIDA TE DA LA ESPALDA

    crítica de La Playa D.C. | Juan Andrés Arango, 2012

    El banquete cinematográfico que siempre trae consigo el festival de Cannes fue el año pasado especialmente opíparo. Ese abril de 2012 descubrimos la cara más humana de Michael Haneke, quien se consagró con la Palma de Oro gracias a su película Amor (Amour, 2012). A este giro de 180º después de toda una filmografía repleta de obras maestras brillantes al igual que perturbadoras como El vídeo de Benny (Benny’s Video, 1992); se sumó la aportación exquisita de la atípica sección ‘Una cierta mirada’, dentro de la que destacó la producción Bestias del sur salvaje (Beasts of the Southern Wild, Benh Zeitlin, 2012) y en la que participó la película que hoy nos acomete. La Playa D.C., primer largometraje del director y guionista colombiano Juan Andrés Arango constituye una propuesta arriesgada, con actores jovencísimos y un desarrollo narrativo que no termina de convencer ni de alcanzar la complejidad deseada. Esta coproducción entre Brasil, Colombia y Francia narra la historia de una familia de orígenes africanos alejada de su tierra natal y forzada a naufragar entre el tumulto de la capital colombiana debido a los conflictos bélicos de la Costa Pacífica. Y a la vista queda, cada uno de sus miembros se aferra a la balsa de una manera diferente.

    Tomás, protagonista principal y el mediano de tres hermanos, afronta la dura realidad de Bogotá: la suciedad y dureza de la calle, su voracidad… con una mirada severa pero a la vez nostálgica por ese pasado perdido. Son frecuentes sus ensoñaciones, en forma de flashbacks, relacionadas con la ciudad de Buenaventura en la que vivían. Jairo, el hermano más pequeño, suple esa añoranza de un hogar y el asesinato de su padre ahogándose en la droga. Elegirá el abrazo del bazuco, esa droga callejera elaborada con residuos de cocaína, antes que la protección (débilmente reflejada a lo largo de la película como ahora veremos) de su hermano Tomás. Finalmente, ‘Chaco’, el mayor de los tres, dará la espalda a esa realidad y regresará de nuevo a EE.UU de donde había sido deportado. El estilo de dirección, cámara en mano lo que le otorga a la película un cierto aire documental, es demasiado sobrio y repetitivo, con demasiados planos de la cabeza y los hombros de Tomás vistos desde atrás. La cámara persigue insistentemente a su protagonista renunciando a los planos de localización para centrarse siempre en su figura. Nunca pierde de foco su cabeza (en ocasiones encapuchada) mientras las personas de su alrededor se ven borrosas. Esta forma narrativa sugiere por un lado, que las multitudes urbanas dan lugar a una densa masa homogénea e indiferente, compuesta de mucha gente pero de pocas personas; y por otro, resalta el valor que el cabello adquiere en esta película, en concreto, el pelo de la minoría negra como seña propia de identidad. En sus trenzas azabaches sobrevive un pasado de abnegación y de sumisión a la mayoría nativa blanca del altiplano.

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    Y esa es una realidad que no ha cambiado, en La Playa de Bogotá los negros siguen trabajando para los blancos abrillantando sus ‘carros’ y limpiando de barro sus lujosas llantas. Así, el título de la película hace referencia a ese barrio donde se han establecido las colonias de negros, pero también, funciona como alegoría de la nostalgia que sienten estos emigrantes por su región costera; sumergidos en una marea urbana que los margina a 2.600 metros de altura sobre el nivel del mar. Pero no solo somos testigos de un racismo explícito sino también de la dificultad de convivencia entre ambas etnias, ejemplificada en la imposibilidad que siente Tomás de vivir en la misma casa que su padrastro blanco a quien no otorga ningún tipo de autoridad. La película asimismo gira en torno a la influencia que la cultura estadounidense parece alcanzar en casi todos los rincones del planeta, y más en su patio trasero como es América Latina. ‘Chaco’ sueña con regresar a EE.UU en busca de ese sueño americano que le permita tener una vida mejor, y mientras tanto, en Bogotá usa expresiones inglesas, guarda sus gorras bajo candado en una habitación por lo demás destartalada y, constantemente, habla de los cortes de pelo que están de moda ‘en el norte’. Esa visión de la realidad caracteriza a quienes, exiliados y sin nada a lo que atenerse, renuncian a sus raíces culturales y étnicas con el fin de un presente al que aferrarse. No obstante, toda esta trama se desarrolla de una forma insulsa, con diálogos predecibles e increíblemente escuetos y una interpretación fría que suprime cualquier lazo afectivo entre los personajes. No resulta verosímil la reacción de la madre cuando Tomás se va de casa ni sentimos tristeza cuando Jairo muere, al igual que tampoco parece sentirla su propio hermano. Conflictos que en la vida real nos harían estallar o quebrarnos en mil pedazos, en la película se resuelven prácticamente en un susurro.

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    Además, la mayoría de las historias en las que se embarca el guión no alcanza un desarrollo pleno en pantalla. Así ocurre con el efímero romance de Tomás, el cual empieza de la misma forma inesperada con la que acaba; o con la búsqueda de Jairo por las mean streets de Bogotá, a quien Tomás solo busca de una forma sosegada traicionando todas nuestras expectativas. El mayor logro de la película se traduce en su banda sonora, en la que se mezclan sin pudor ritmos urbanos de denuncia como el rap con sonidos folclóricos propios del litoral pacífico, himno lejano de un tiempo mejor. También, destaca especialmente la escena que tiene lugar en ‘El Hueco’, ese callejón adornado en fuego en el que escuchamos el rezo de un Ave María premonición de la muerte de Jairo. Finalmente, aunque es cierto que La Playa D.C. constituye una historia de heroísmo, de cómo Tomás consigue salir a flote a pesar del rechazo y sobrevivir haciendo algo que le gusta (como peluquero puede explotar su vena artística); no termina de hacernos partícipes de ese triunfo por la falta de armonía entre el guión, la dirección y la interpretación que hemos ido analizado. Cuando acaba la película, con un final abierto bastante anodino pero que marca la independencia de Tomás y el inicio de cierta estabilidad en su vida, nos sentimos igual que a lo largo de toda ella: vacíos; vacíos por la ausencia de las cualidades cinematográficas más básicas y tradicionales (criterio, coherencia, ritmo narrativo…) que tanto apreciamos como espectadores. ★★★★

    Patricia Martínez Sastre.
    Redacción Madrid.

    Colombia, Francia, Brasil 2012, La Playa D.C Director: Juan Andrés Arango. Guion: Juan Andrés Arango. Productora: Séptima Films / Burning Blue / Cinesud Promotio / Bananeira. Fotografía: Nicolas Canniccioni. Montaje: Felipe Guerrero. Música: Choquibtown, Socavón de Timbiqui, Flaco flow Melanina, Dionocio Rodriguez, Jacobo Velez. Intérpretes: Luis Carlos Guevara, Jamés Solís, Andrés Murillo. Presentación: Festival de Cannes 2012 ‘Una Cierta Mirada’.

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