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    Crítica | Paraíso: Esperanza

    Paraíso: Esperanza

    EL TEMBLOR HIPNÓTICO

    crítica de Paraíso: Esperanza | Paradies: Hoffnung, Ulrich Seidl, 2013

    Hay en la trilogía Paraíso un componente irónico que entronca directamente con la naturaleza de sus personajes, simples señuelos en lo que su autor, Ulrich Seidl, denomina "cuadros". Largas tomas sostenidas o en espera con los actores mirando a cámara que pretenden trascender ese instante fugaz en el que el hiperrealismo adquiere connotaciones sórdidas, grotescas, taciturnas, e incluso vomitivas. La arcada que nunca llega —menos mal— a materializarse, porque el sabor agridulce de los momentos supuestamente felices contrarrestan un retrato más o menos distanciado, sin pedagogía ni catecismo por parte del cineasta vienés. El auténtico mérito del tríptico reside en una ilusión: romper la cuarta pared que a ratos nos separa de las tres mujeres desde el incomprensible y extraño inicio de Amor, primer episodio con la frustración sentimental como eje motriz. La frustración que acosa a una mujer en su medio siglo, divorciada y obesa, anhelante de un amor sincero que jamás podrá encontrar en Kenia, donde las sugar mamas acuden para consagrarse a los placeres exóticos, sexo rejuvenecedor y profundamente satisfactorio (o no) dispensado por lugareños que una vez en la playa, y con la excusa de la venta ambulante, se ofrecen a las mujeres con déficit afectivo, quizá simples folladoras ávidas de nuevas experiencias en una región presumiblemente confortante, desbalijada por la pobreza más abrumadora, como un virus aferrándose al clavo ardiendo que le confiere el turismo, ay, sexual. Así y todo, la extraordinaria Margarethe Tiesel no lograba desprenderse el hedor a gratuito de ciertas escenas: Seidl confundía la depresión con el exhibicionismo vacuo. En su último acto, Paraíso: Amor se desinflaba de manera irreversible, cayendo en el feísmo de la polla flácida y los antros insalubres y las conductas inverosímiles y las risas histriónicas —disculpa, Margarethe— y la contemplación, esta vez sí, muy llamativa, de una maja desnuda con mosquitera y ventilador en modo swing.

    Paraíso: Esperanza

    Hubo que regresar a una solitaria urbanización, al hogar de una cristiana fundamentalista y amante de Jesús, el hijo de Dios (más adelante señalaré los usos terapeúticos de la cruz). Allí, en el pasillo que conducía a la entrada del adosado, se fotografiaron las tres —madre, hija y amiga con cilicio— justo antes de que la señora rubia partiera a latitudes meridionales, en las antípodas ya cercanas, en el continente africano. La niña, por su parte, iría a un campamento para adolescentes y prepúberes con sobrepeso. Todo bien, nada inusual. Hasta que topamos con la Fe, segunda entrega del absorbente tríptico. Y la religión no tolera frivolidades, ni siquiera un paso dubitativo: o te entregas, o te entregas. Si los caminos del Señor son inescrutables, ¿quién se atreverá a refutar dicho axioma? Conviene observar atentamente a Maria Hoffstätter mientras se pasea rezando de rodillas por todo el piso, atravesando la cocina —aparece rosario en puño y desaparece como llegó, arrastrándose sin pesar, como una mopa humana rogándole a su dios—, el salón y el resto de habitaciones. Toca el órgano y se pasea por los suburbios con figuras de la Virgen: imposible apartar los ojos cuando entra a la casa de un señor con principio de síndrome de Diógenes y quien la despacha agradablemente en calzoncillos, en tanto que buscan un hueco entre la mierda para colocar el motivo sagrado. Nada comparable a la tormenta que trae consigo el regreso de su esposo, un musulmán que comprueba el grado de alienación que vive su mujer ahora ortodoxa, fiel a la doctrina que marca el sector más inflexible de El Vaticano, con el papa Benedicto XVI a la cabeza, cuyo retrato preside la cocina en una muestra de dudoso gusto. El marido, tetrapléjico y totalmente dependiente de los cuidados que pueda administrarle la protagonista del filme, dice basta y, entre flagelaciones y masturbaciones nocturnas con el crucifijo ("Te quiero", le declara ella a su icónico amante. "Eres muy guapo y apuesto", señala a esa miniatura entre leves gemidos). La rabia contenida es manifiesta; lo fugaz de la unión, también. Y tras visionar Paraíso: Esperanza, no tengo ninguna duda acerca de cuál es el mayor triunfo alcanzado en la trilogía: una catarsis que revela sin opinión. Los silencios, la tristeza remanente más perdurable, aquella que sedimentó poco a poco en Paraíso: Fe.

    Paraíso: Esperanza

    El siguiente movimiento repite la coreografía, claro está: encuadres muy ajustados que reúnen o dejan al personaje de turno en el tabique mismo, a un lateral, en semipenumbra o iluminado a duras penas con luz fría. Donde Seidl había descrito con anterioridad la angustia y la monotonía más terrible, en Esperanza tan sólo se limita a mostrarla. A sus trece años, esa niña confiesa no haber tenido relaciones sexuales, y tuerce el gesto en una mueca repulsiva cuando otra adolescente y compañera le habla de felaciones. Cree haberse enamorado del médico que trabaja en aquel campamento. Y a partir de ahí, la ambigüedad es devastadora. Parte intrínseca del carácter inconcluso vigente en esta película multiplacada por tres. No hay muchos más (y es bastante); si acaso, la virtud cartesiana de un director que sitúa el objetivo a la altura y distancia suficientes. Adelgazar, adelgazar, adelgazar. Toda grasa sobrante —motivo de complejos y problemas de salud que no deberían potenciar la hilaridad— ejerce aquí un efecto ineludible. Quizá por el dinamismo que poseen esas imágenes, a veces muy rítmicas y otras cargadas de tensión. Es la marca Seidl, y su irónica obra. Si el Paraíso es en realidad el Infierno, para qué detenerse en prejuicios. Todo es efímero, sin amor y sin esperanza. Sólo fe en lo intangible, y muchos kilos de carne, para seguir aguantando el diluvio. ★★★★★

    Juan José Ontiveros.
    crítico de cine.

    2013, Austria, Paradies Hoffnung. Director: Ulrich Seidl. Guión y fotografía: Ulrich Seidl, Veronika Franz. Reparto: Melanie Lenz, Joseph Lorenz, Verena Lehbauer, Michael Thomas, Viviane Bartsch, Johanna Schmid, Maria Hofstatter, Rainer Luttenberger, Hannes A. Pendl. Presentación oficial: Berlinale 2013.

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