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    Crítica | Mucho ruido y pocas nueces

    Much Ado About Nothing

    DIVERTIMENTO SHAKESPERIANO EN ESTADO PURO

    crítica de Mucho ruído y pocas nueces | Much Ado About Nothing, Joss Whedon, 2013

    Joss Whedon es un director al que, en general, se mira con ciertas reservas. Ha pasado de ser un viejo conocido del mundo televisivo -sin demasiada suerte en el mismo, además-, al director de una de las películas más taquilleras de todos los tiempos, Los Vengadores. Es también uno de los grandes popes de la Comic Con, donde se le recibe con delirio cada vez que pone los pies. En cualquier caso, no es precisamente una marca reconocida del cine independiente o de arte y ensayo. Por eso resulta curioso estar hablando de un producto como Much Ado About Nothing, su particular visión de la obra de William Shakespeare Mucho ruido y pocas nueces (1600).

    En el corpus de la obra shakesperiana, Mucho ruido y pocas nueces ocupa un lugar menor, sin las complejidades y las grandilocuencias de las obras más conocidas del Bardo. En el fondo, se trata de una comedia romántica al uso, casi se diría que al estilo del Hollywood moderno. La acción se centra en dos parejas: la formada por el joven soldado Claudio (Fran Kranz) y la ingenua Hero (Jillian Morgese), hija del terrateniente Leonato (Clark Gregg), que se verá momentáneamente frustrada por la intervención del villano de la función, el bastardo príncipe Don John (Sean Maher); y la que realmente lleva el peso de la acción, la formada por Benedick (Alexis Denisof), amigo y mentor de Claudio, y Beatrice (Amy Acker), la prima de Hero, escenificando el viejo dicho que del odio al amor hay sólo un paso. De por medio, rumores, mentiras, celos, difamaciones y algunas de las diatribas verbales más divertidas de cuantas escribió Shakespeare. Lo cierto es que Whedon es un reconocido admirador de las obras de Shakespeare, y era cuestión de tiempo que acabara intentando llevar una de ellas al cine. Y lo lógico, visto el conjunto de su trabajo, es que adaptase una comedia; y más lógico aún era que adaptase Mucho ruido y pocas nueces, posiblemente la comedia más verborreica y con más guerras de ingenio de todas las paridas por el Bardo. Echándole un ojo a cualquiera de los trabajos de Whedon, desde Buffy, cazavampiros a la primera Toy Story (de la que fue guionista), todas tienen las frases lapidarias y los enfrentamientos sarcásticos como denominador común. Si había una obra de Shakespeare que se ajustaba como un guante a las habilidades de Joss Whedon como director, era esta.

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    No estamos ante una gran adaptación canónica, como la dirigida y protagonizada por Kenneth Branagh hace veinte años. No hay grandes estrellas, ni actores de reconocido prestigio. Ninguno de ellos es Branagh, o Emma Thompson; ni siquiera Denzel Washington. No hay un gran presupuesto. Por no haber, no hay ni decorados, ya que la cinta se rodó en casa del propio Joss Whedon, en apenas doce días. Esto es un divertimento, y en ningún momento pretende ser otra cosa. Los medios son pocos, aunque bien aprovechados, y los escenarios reducidos a la mínima expresión; esto último resulta un tanto claustrofóbico, especialmente durante las escenas en que los actores tienen monólogos en espacios en los que apenas pueden moverse. Pero lo que importa aquí son un grupo de amigos pasándoselo bien. Much Ado About Nothing es, ante todo, una inmensa celebración de los actores del “universo Whedon”, de Buffy a Serenity, pasando por Angel, Firefly y Dollhouse. Muchos de los actores más jóvenes y desconocidos han trabajado con Whedon en un momento u otro. La complicidad entre ellos es palpable, y, en la mayoría de los casos, contribuye a establecer la dinámica de los personajes desde el primer momento en que aparecen en pantalla. Sólo Spencer Treat Clark (el que fuera el crío de Gladiator y El protegido) y Emma Bates son nuevos en el asunto. Es por ello que resultará mucho más simpática y agradecida cuanto más se conozca de la obra y milagros de Whedon y su troupe.

    Si hay de echarle en cara algo a Much Ado About Nothing es la interpretación -al menos en parte- de Alexis Denisof. A pesar de su innegable don para la comedia, Denisof suelta sus diálogos de tirón, sin hacer pausas y a veces casi sin esperar a que sus interlocutores terminen sus frases. En una obra en que la guerra verbal (y cómica) es uno de sus puntales principales, desmerece mucho algunos de los momentos más divertidos de la historia: sus enfrentamientos con Beatrice resultan simplones y apagados, a pesar de los esfuerzos de Amy Acker. Sin embargo, se le perdona en los momentos de comedia más física, cuando no tiene inconveniente alguno en revolcarse, saltar, hacer flexiones y todo lo que se le ponga por delante, hasta hacer que el espectador se retuerza de risa. A pesar de ello, la parte del león se la llevan Clark Gregg (encantado de haberse podido quitar por un momento el traje del agente Coulson, y pasándoselo en grande) y, sobre todo, Nathan Fillion, cuya interpretación de ese bruto entrañable que es Dogberry es de lo mejor de la película pero de lejos. El resto de los actores cumplen con solvencia; ninguno de ellos tiene muchas tablas con Shakespeare, ni pretende tenerlas, pero salen más que airosos del reto, entre otras cosas porque no pretenden sentar cátedra interpretativa.

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    La dirección de Whedon está muy lejos de Los vengadores, y los que sólo le conozcan por la obra magna marveliana se quedarán bastante sorprendidos; en efecto, la cámara está aquí más cercana a algunos de sus grandes momentos televisivos que a los cinematográficos, carente en todo momento de la espectacularidad y las filigranas de la superproducción hollywoodiense. Casi intimista. No le va nada mal, dado el material que tiene entre manos, que no precisa de grandes florituras. Apoyado en un grupo de intérpretes con más ganas de pasárselo bien que de hacer un trabajo brillante, en una banda sonora sencilla pero francamente bella, de corte jazzístico (compuesta por el propio director, en colaboración con sus dos hermanos, Jed Whedon y Maurissa Tancharoen, quienes interpretan el tema musical central, “Sigh no more, ladies”, basada en el poema que abre la obra original), y en la complicidad con el espectador, Whedon nos ofrece una película divertida, que deja un muy buen sabor de boca y que rebosa encanto por los cuatro costados. Ni más, ni menos que eso. ★★★★

    Judith Romero.
    redacción Londres.

    Estados Unidos, 2013. Director: Joss Whedon. Guión: Joss Whedon (Obra: William Shakespeare). Productora: Bellwether Pictures / E1 Films Canada / Lionsgate / Canibal Networks / Kaleidoscope Home Entertainment / Roadside Attractions. Presentación: Festival de Toronto 2012. Fotografía: Jay Hunter. Música: Joss Whedon. Montaje: Daniel S. Kaminsky & Joss Whedon. Intérpretes: Alexis Denisof, Amy Acker, Fran Kranz, Jillian Morgese, Sean Maher, Nathan Fillion, Clark Gregg, Reed Diamond, Spencer Treat Clark, Tom Lenk.

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