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    Cine Alemán Siglo XXI

    Cine Club | El tren de las 3:10 (1957)

    El tren de las 3:10 | 3:10 to Yuma
    crítica de El tren de las 3:10 | 3:10 to Yuma, Delmer Daves, 1957

    Delmer Daves se forjó como guionista en el viejo Hollywood, siendo su primer trabajo el de colaborador para el libreto de la película del gran Erich von Stroheim La reina Kelly (Queen Kelly, 1929). No fue acreditado en ella, pero sí en su segundo encargo: una película de colegiales deportistas, So This Is College (Sam Wood, 1929), ese género tan en boga en los albores del sonoro que suponía una verdadera prueba de fuego para los escritores con sueños de grandeza que la maquinaria hollywoodense se encargaba de desinflar. Así lo contaba de manera magistral Budd Schulberg en su novela El desencantado (The Disenchanted, 1950), una lectura fascinante no solo para los amantes de la literatura, sino también para los apasionados por el cine, que recomiendo con fervor (por si esto pudiera servir de algo, ejem). Daves se pasa a la dirección y demuestra ser uno de esos artesanos capaces de enfrentarse a cualquier proyecto y dejar tras de sí un buen puñado de excelentes películas y alguna que otra obra maestra. Algo que directores con mayor prestigio y notoriedad no llegan a igualar. El tren de las 3:10 (3:10 to Yuma, 1957) es todo un clásico dentro de un género, el western, en el que Delmer Daves firmó cuando menos otros tres geniales largometrajes: Flecha rota (Broken Arrow, 1950), La ley del talión (The Last Wagon, 1956) y El árbol del ahorcado (The Hanging Tree, 1959). Una encendida defensa de los indios, una fiera diatriba contra los mismos y un ejemplo perfecto de la unión de melodrama y filme del oeste respectivamente. Si tenemos en cuenta que El tren de las 3:10 se trata de un western psicológico, veremos que en lo relativo a los temas tratados Daves podía con lo que le echaran. Su mérito estribaba en hacerlo bien.

    Sin dejar de lado la parte aventurera ni la ración de tiros habitual en el género (una película del oeste sin tiroteo no solo resulta inconcebible, sino que se nos antoja que debe de ser aburrida a muerte), en el western psicológico se incide de manera especial en qué es lo que pasa por la mente de los protagonistas, son sus dilemas morales los que toman el protagonismo enfrentando con ellos también al espectador a situaciones en las que antes de disparar hay que pensar. El ejemplo paradigmático y quizá más famoso sea Solo ante el peligro (High Noon, Fred Zinnemann, 1952), con ese Gary Cooper sufriente abandonado a su suerte por todos los que le rodean, aunque ya había excelentes muestras de esta vertiente en la que prima lo reflexivo ante la acción: Incidente en Ox-Bow (The Ox-Bow Incident, William A. Wellman, 1943) o El pistolero (The Gunfighter, Henry King, 1950), por destacar dos de mis favoritas. En El tren de las 3:10, el guionista Halsted Welles, basándose en un relato de Elmore Leonard, encierra a sus dos protagonistas en una habitación y allí los mantiene enfrentándose en una guerra psicológica de antología.

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    La película comienza con el bandido Ben Wade (Glenn Ford) y su banda atracando una diligencia. En esta secuencia inicial se nos muestra el carácter tranquilo pero despiadado de Wade, capaz no solo de asesinar a sangre fría al mayoral que defiende el oro que quieren robar sino a uno de los miembros de su propia banda retenido por este a punta de pistola. El detalle de que Wade reclame que no dejen allí el cadáver del mayoral y que se lo lleven en la diligencia porque todo hombre merece ser enterrado en el lugar en el cual nació, nos ofrece una perspectiva curiosa sobre el carácter de este criminal tan particular. Todo un gentleman: es capaz de agujerearte la frente a la mínima que te descuides, pero no por ello pierde las formas ni da señal de tener malos modales. Tras el atraco, los bandoleros se detienen en el pueblo más cercano a echar unos tragos en el saloon. Wade se queda prendado de la camarera (una más bien sosa Felicia Farr, y eso que Daves no puede hacerlo mejor para mostrárnosla así como en plan sensual). Sus compañeros se van, pero para él todavía hay tiempo de echar un buen polvete antes de que el sheriff descubra a los autores del robo. Tras un poco de galanteo entre Wade y la camarera, donde comprobamos que aquel es además todo un galán, los vemos salir de una habitación: ella trae cara de satisfacción y Wade se recoloca su chaqueta. De esa forma tan elegante se contaba en el cine clásico lo que yo he dicho de manera tan chusca. Este retraso hará que Wade sea arrestado. No dudamos de que le ha merecido la pena pese a todo.

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    Entre tanto, hemos podido asistir a cómo lo tiene de mal el ganadero Dan Evans, un Van Heflin en un papel muy semejante al que interpretara en Raíces profundas (Shane, George Stevens, 1953). La región sufre una sequía y en sus tierras no hay agua. Para poder acceder al río que pasa por las tierras de un ganadero vecino debe pagar 200 dólares, dinero que no posee y que le llevará a aceptar la oferta del orondo Butterfield (Robert Emhardt), el dueño de la empresa de diligencias que ha sido atracada, por llevar detenido a Wade hasta Contention, el pueblo del que a las tres y diez partirá un tren en el que deben subir al criminal camino a la ciudad donde lo juzgarán. Todo esto forma parte de un complicado plan del sheriff que no logrará burlar a Wade ni por asomo. Evans debe acompañar a Wade y en esto se centra la película, enfrentando a ambos en un duelo psicológico en el que Glenn Ford se mostrará soberbio en su interpretación de ese bandido encantador, cínico y siempre inteligente, “pacífico” como se define a sí mismo, capaz de tejer toda una red de palabras sobre el sufrido Evans, el cual ya tiene bastante con ver que se va a arruinar si no consigue el dinero o no empieza a llover. Encerrados en una habitación de un hotel en Contention City, Daves da toda una clase magistral de cómo colocar a los dos actores en un espacio reducido y que esta película de cámara no respire ni por un segundo ese aire teatral tan molesto cuando solo tenemos a dos personas hablando en una habitación. Cómo se desplazan por esos pocos metros cuadrados dejando claro por sus respectivas posiciones quién lleva las de ganar según evoluciona el duelo es una maravilla. Wade lanzado sus certeros ataques verbales a Evans tumbado en la cama es toda una declaración de principios: no solo de que, en efecto, es un tipo tranquilo, sino de la seguridad que tiene en su victoria, convencido de que Evans cederá derrotado por sus melifluas palabras. Tan solo Butterfield y el borracho del pueblo, Alex Potter (un sensacional Henry Jones), estarán al lado de Evans ayudándole en una tarea ante la cual los habitantes de todo un pueblo correrán a esconderse en sus casas.

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    Daves se sirve de elegantes movimientos de grúa para mostrar la inmensidad de los paisajes del salvaje oeste, o bien para reforzar la grandeza de sus personajes cuando es en estos donde se centra la cámara. En una película que no titubea en enseñarnos todo lo que pasa por el pensamiento del atribulado Evans, sus dudas y temores ante una empresa a la que se ve abocado por la necesidad y que parece superarle, es admirable cómo nunca se deja de lado la épica propia del western clásico. Evans salvará la vida de Wade y, pese a sus vacilaciones, las cuales lo hacen cercano al espectador pues el heroísmo del ganadero no es el de un superhéroe a caballo, comprobaremos el valor y el sentido del honor del hombre de a pie que debe decidir arriesgar su vida sin miedo a dejar atrás a su mujer y a sus hijos. El asesino Wade, que en el fondo también es un hombre de honor, acabará admirando a este hombre sencillo capaz de mantenerse irreductible a todas las tentaciones. La última mirada que le dedicará el criminal es un instante magistral en el cual los ojos de Glenn Ford hacen inútiles los discursos. Pesan entonces las palabras que Evans le dice a su esposa (la actriz forjada en la televisión Leona Dana) cuando esta intenta convencerle de que abandone la empresa de vigilar a Wade hasta la llegada del tren: “(…) si no tuviera que hacerlo no lo haría, pero oí el grito de Alex al morir. El borracho del pueblo dio su vida porque creyó que las personas deben vivir unidas con honradez y pacíficamente. ¿Puedo hacer menos que él?” Uno de los muchos momentos inolvidables de esta película de sorda violencia e impoluta factura, de emoción contenida pero conmovedora resolución.

    José Luis Forte.
    escritor.

    USA, 1957. Título original: 3:10 to Yuma. Director: Delmer Daves. Guion: Halsted Welles, basado en una historia de Elmore Leonard. Productora: Columbia Pictures Corporation. Estreno: julio de 1957. Fotografía: Charles Lawton Jr. Música: George Duning. Dirección musical: Morris Stoloff. Montaje: Al Clark. Dirección artística: Frank Hotaling. Intérpretes: Glenn Ford, Van Heflin, Felicia Farr, Leora Dana, Henry Jones, Richard Jaeckel, Robert Emhardt, Sheridan Comerate.

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