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    Crítica | El llanero solitario

    El llanero solitario

    DOS ESTRELLAS DEL ROCK EN EL OESTE

    crítica de El llanero solitario | The Lone Ranger, Gore Verbinski, 2013

    Antiguamente fue una voz sin rasgos, narrador que narra sin ilustraciones, solitario frente al micrófono de una “pecera” que a continuación tomaría cuerpo televisivo, donde ya sí dispondría de su caballo blanco y su título de Ranger y su antifaz sempiterno. The Lone Ranger invocaba viejas aventuras del Far West, ese meridiano de sangre que George W. Trendle convirtió en útil patio de recreo sin más pretensiones que las de alimentar el espíritu mismo de la muchachada. Historias accesibles hechas para el consumo de aquellos primeros espectadores que se repantingaban frente al televisor como si este fuera la bola de cristal de un talento sublime. Por entonces, los publicistas apenas habían descifrado el verdadero alcance del tubo de rayos catódicos, futura caja tonta que nos convirtió en dóciles tontos. Y Tonto era también el nombre del escudero que acompañaba al Ranger, aunque en primera instancia recibiera el apelativo de Toro para su desembarco en los países hispanohablantes. Nada sorprendente, menos aún cuando se trata de traducir nombres y títulos de obras tanto literarias como audiovisuales. Ochenta años después de su nacimiento, pocos sentían nostalgia de una serie —bastante longeva, por cierto— que no pasó a la historia por sus guiones pulidos ni por su acabado visual, sino más bien por cuestiones que entroncan con la infancia, donde se forjan las fantasías más apasionantes. Lentamente se distorsiona el recuerdo y, llegado un punto, conviene no recordar. Esta sencilla máxima resulta inentendible para los productores más boyantes de Hollywood, quienes trabajan —sin remordimientos, ojo— reciclando sueños e ideas del Paleolítico. Así, era cuestión de logística que volviéramos a ver en pantalla (grande) al Llanero solitario, vengador por reacción y amigo de la justicia menos heterodoxa, como buen abogado en mitad de una conjura ferroviaria.

    Pero ¿quién debía ser el cerebro del negocio, es decir, el valiente cineasta dispuesto a llevar a cabo tal empresa? Fácil decisión, supongo, para Disney, tenedora de los derechos cinematográficos. Desde hacía tiempo contaban con la dupla Bruckheimer-Verbinski, la unión más efectiva —productor y director, respectivamente— de la última década en términos económicos. A ellos corresponde gran parte del mérito de una saga triunfadora, Piratas del Caribe, responsable también de ese icono pop llamado Jack Sparrow, que ha reducido a Johnny Depp a la categoría de guiñol. Oriundo de Owensboro, ciudad situada al noroeste de Kentucky, el actor se ha hecho multimillonario gracias a ese pirata amanerado y drogota, cuyo principal referente es el rollingstone Keith Richards. Casi nada. Y sin embargo, cinco entregas después de su primera aventura como el entrañable —y muy cargante— bucanero del Mar Caribe, Depp no logra desprenderse de su propia caricatura: muecas que lo identifican bajo cualquier pátina de maquillaje, gestos de freak fumador de opio, y un largo etcétera de detalles que no definen el talento de un actor más que notable. Aquí resucita al mencionado Tonto, y no es casual que la personalidad de ese potawatomi se identifique con el arquetipo de outsider excéntrico. Es Jack Sparrow disfrazado de indio y con un cuervo muerto (o no) en la cabeza. Nadie iba a decirle que se relajara, pues tampoco había razones: aun evidenciando su nula capacidad para componer algo nuevo, no desmerece el conjunto. Una película que, armada desde la perspectiva de un zapador como Gore Verbinski, resulta electrizante de principio a fin. Imposible no regresar a ese otro proyecto que unió por vez primera a director y a intérprete en un western o spaghetti de animación. Lo protagonizaba un reptil inolvidable: Rango. Aquel tributo desértico a Hunter S. Thompson de un camaleón que anhelaba triunfar sobre las tablas interpretando las tragedias de Shakespeare no sólo era una fábula de primer nivel, un divertimento tan mordaz como extático, sino la señal más palpable de que la tecnología CGI había rebasado nuevas cotas de excelencia.

    El llanero solitario

    En El llanero solitario, Armie Hammer interpreta a ese hombre justo que, tras revelar la verdadera cara del Nuevo Oeste, no tiene más remedio que unir fuerzas con otro “espíritu libre” en su camino hacia la justicia o la redención (ambos conceptos se fundirán a lo largo del metraje), atravesando desiertos y saltando entre vagones y disparando a lomos del caballo Silver. Una turbina de obstáculos cuyo principal asidero es el paisaje mismo, el gran plano general. Al comienzo, una grúa nos sumerge en el maremágnum de un circo ambulante y fijamos nuestra mirada en cierto niño disfrazado de cowboy. Éste se interna en una carpa que reúne una especie de museo del Salvaje Oeste ya perdido, quizá en extinción, y allí dentro conoce a Tonto, quien le contará la épica aventura del Llanero. Los guionistas Justin Haythe, Ted Elliott y Terry Rossio recurren al clásico flashback como vehículo de una narración introspectiva y no poco omnisciente, nada nuevo (ejem) en el horizonte. Verbinski, por su parte, cumple sin problema. Además de firmar un espectáculo de primer nivel, consigue algo muy difícil: no aburrir durante dos horas y media. Duración innecesaria y más que probable talón de Aquiles de una película con toques de humor provecto, para todos los públicos, y por tanto, para niños que difícilmente soportan más de noventa minutos en el interior de una sala con la música de Hans Zimmer a todo volumen. Aunque se percibe el tono conciliador del binomio formado por Jerry Bruckheimer y Gore Verbinski. Y se disfruta, no sin ganas, en la opulencia de un estilo visual que no escatima en recursos. Sobre todo en un desenlace muy rocambolesco; pero también en el vestuario de las putas de ese salón que regenta la tullida encarnada por Helena Bonham Carter. Porque se percibe, repito. Y se aprecia. El poder volátil del desierto. Con ketchup, oiga. Con mucho ketchup. ★★★★

    Juan José Ontiveros.
    crítico de cine.

    Estados Unidos, 2013. Director: Gore Verbinski. Guión: Justin Haythe, Ted Elliott y Terry Rossio. Fotografía: Bojan Bazelli. Música: Hans Zimmer. Reparto: Armie Hammer, Johnny Depp, William Fichtner, Ruth Wilson, Helena Bonham Carter, Tom Wilkinson, Barry Pepper, James Badge Dale, Joaquín Cosío.

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