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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La caza

    La caza

    VÍCTIMA DE LA INOCENCIA

    crítica de La caza | Jagten, Thomas Vinterberg, 2012

    Wendy no tenía ningún atributo de mujer. Cualquier alusión a este respecto, comenzaba y terminaba en su nombre. Si acaso, en cierta disociación por parte de un chico excéntrico. Wendy vestía un jersey de acero frente a los desaprensivos, y una falda de marfil en torno a la cual se cerraban las manos, a veces bastante frías y trémulas, de sus dueños. Tan sólo hablaba a gritos y en contadas ocasiones. Como una onomatopeya ruidosa, desagradable para el oyente. Era la mejor amiga del líder de Los Dandies, un chico que soñaba con instaurar un reino de pistoleros ilustrados. Wendy, a ojos de su portador, era ingeniería de otro tiempo más reaccionario y salvaje, con olor a pólvora en la recámara. Ah, “mi querida Wendy”. Las cosas nunca salen como en esos cuentos adscritos al happy end, menos aún si el arquitecto es Lars Von Trier, cofundador del movimiento Dogma 95 y colega del realizador que describe sin concesiones el problemático hermetismo de esa nueva generación perdida, quizá disfuncional en una tierra seca. Cero oportunidades, mínima esperanza de salir a flote. Hablo, por supuesto, de Querida Wendy y de Thomas Vinterberg, un tipo cuyo lenguaje suele desempolvar las oscuras ruedas de la condición humana. Y es que, sus lecturas ofrecen pocos asideros: fallido o no, posee el tacto y la sensibilidad de aquellos directores que buscan trascender más allá del fotograma, con un modus operandi —basado en la verdadera heterodoxia del autor ya maduro— que busca incomodar, removerte por dentro y sobre la butaca, asquearte y enfadarte y estallar en mutismo. Ocurre en La caza, cuyo visionado recorre poro a poro el cuerpo del espectador, en un viaje que se inicia en el pecho y baja lentamente hasta el estómago, para acabar inyectando grandes dosis de dopamina al cerebro, generando ansiedad, frustración, empatía, odio, asco, incredulidad, amargura, nunca optimismo, estado de hipnosis social, síntomas que definen la estupidez humana. Es decir, a las personas. Tan amables, tan necesarias y, sin embargo, tan indeseablemente ingenuas. A veces, incluso, bondadosas.

    La caza

    Que se lo digan si no al protagonista de este filme, un profesor de guardería que, recién divorciado (y tirante con su exmujer por culpa del inexistente régimen de visitas acordado para ver a su hijo), en mitad de un proceso que habitualmente desajusta nuestros mecanismos de defensa, recibe la peor de las noticias: la hija de su mejor amigo ha asegurado, no sin titubear, que su profesor, Lucas, le enseñó las partes íntimas y luego… Instantáneamente, el juicio popular se ceba a su costa: Lucas es condenado no ya al ostracismo, sino a la marginalidad, a la penumbra social que provoca la etiqueta de abusador de unos niños que aún no cuentan los seis años. Todos y cada uno de los papás y mamás y vecinos del pueblo –salvo dos buenos amigos— tienen la certeza de que es un pederasta, un monstruo despreciable que ha abusado de los pequeños que alguna vez estuvieron bajo su extremadamente cariñoso cuidado. La niña, inocente y marcada por las imágenes de un vídeo porno que le enseñaron entre risas socarronas su hermano y el mongoloide de su compañero, dice que “su palo estaba en punta”. Suficiente motivo para emprender la caza a que alude el título, la caza del cazador cazado, pues Lucas y sus amigos solían reunirse en un ostentoso caserón situado junto a un coto, quizá privado pero sin lindes, de caza donde los ciervos (con)viven hasta que son alcanzados por el fuego de las escopetas. Vinterberg une fuerzas con Tobias Lindholm para crear este amargo y complejo cuento sobre una víctima de la inocencia, subvirtiendo ese falso mito de que sólo los borrachos y los niños dicen la verdad. Estos primeros, mientan o no, fugan la credibilidad a causa del vicio mismo, una representación semiinconsciente del humor de la miseria ajena. Los niños, en cambio, proyectan esa clase de fragilidad y ternura, de inocencia no poco interrumpida que nos impide recordar que son los inventores más pródigos. Cosas de la edad, que diría aquel.

    La caza

    La caza recurre a la moral sin necesidad de resultar moralista. Desde el minuto uno te induce —sin prisa, respirando como en el mejor cine europeo— a su espiral de violencia, primero invisible y levemente asfixiante, y más tarde terrorífica, paralizadora. Así permaneces tras la aparición de los créditos, después de escrutar el genuino y magnético rostro de Mads Mikkelsen, sus labios dispersos y una mirada capaz de transmitir entereza o frialdad, temor o alegría, o todo a la vez. Su interpretación conecta un directo a la mandíbula; eleva la producción a cimas probablemente insospechadas. La conexión casting-libreto-director abre durante cerca de dos horas un puerto más o menos sabido: ese que desciende del cerebro hasta llegar y adherirse a nuestras vísceras. ★★★★

    Juan José Ontiveros.
    crítico de cine.

    Dinamarca, 2012, Jagten. Director: Thomas Vinterberg. Guión: Thomas Vinterberg y Tobias Lindholm. Fotografía: Charlotte Bruus Christensen. Música: Nikolaj Egelund. Reparto: Mads Mikkelsen, Alexandra Rapaport, Thomas Bo Larsen, Anne Louise Hassing, Lars Ranthe, Ole Dupont, Susse Wold.

    Jagten poster

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