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    Cine Alemán Siglo XXI

    CRÍTICA | LOS CROODS

    Los Croods
    EN BUSCA DEL MECHERO
    crítica de Los Croods: Una aventura prehistórica | The Croods, Kirk De Micco y Chris Sanders, 2013

        Hasta hace no mucho, el cine de animación (comercial y en 3D) vivía un agradable, y quizá merecido, monopolio a manos de Pixar, cuya maquinaria despachaba un éxito tras otro, logrando así que sus vitrinas en Emeryville se vistieran de Oscars. Justo antes de atravesar el ecuador de los años 90, los estudios —ahora bajo el distintivo de Disney— de John Lasseter y su plantel de fabulosos creadores iniciaron un período de esplendor que se extiende hasta nuestros días. El pasado mes de febrero sumaron una estatuilla más por su notable labor con Brave, un cuento de princesas ambientado en los perennes bosques de Escocia. Avisé entonces —a título personal, por supuesto— del punto de inflexión que suponía esa obra facturada bajo el sello Disney, ya que ambas vertientes parecían desembocar más cerca del universo del Ratón. Su principal competidor, DreamWorks Animation, se acercaba poco a poco con cintas de carácter familiar y extremadamente ligeras como Kung Fu Panda, y ya sí, cogía el rebufo definitivo gracias a Cómo entrenar a tu dragón, un monumento al cine de aventuras sin concesiones, amparado en su público objetivo pero atento a las exigencias lúdicas de adultos y reticentes a eso tan infantil de los “dibujos animados”. Desde el punto de vista técnico —y sin obviar las insuperables texturas de Rango, producida por Nickelodeon—, Dreamworks rompió esa amable dictadura impuesta, paradójicamente, por los réditos emocionales y taquilleros. El corazón colectivo está con Pixar; aunque ya se adivinan ciertos síntomas desalentadores. A la espera del regreso de Pete Docter (Up) y Andrew Stanton (Wall-E y la fracasada John Carter), todo apunta a que han cedido terreno a las tentaciones de la franquicia: tanto Cars 2 como la esperada precuela de Monstruos S.A. sobre la época universitaria de Mike y Sulley, y los crecientes rumores de una cuarta entrega de Toy Story, invitan a pensar en una segunda división dirigida principalmente a los acérrimos y al cine de probeta. Es decir, aquel que, a modo de transición entre proyectos, sirve para mejorar la técnica e invita a soñar con nuevos y apasionantes hallazgos. Tal vez sea el momento de discutirle el título a Pixar. A una productora que, tras culminar tres cimas tituladas Wall-E, Up y Toy Story 3, ha adquirido un compromiso ineludible con su espectador potencial: se miden a sus expectativas, a su propio legado reciente. Y eso, en un mercado acosador que actúa a modo de juez y parte, se traduce en una exigencia continua.

    Pese a todo, el nuevo filme de Dreamworks no se presta a muchos juicios. Ni siquiera pretende actuar como sencilla declaración de recursos. Los Croods (EE.UU., 2013) se anticipa a esa inútil manía del crítico, basada en la interpretación subjetiva, casi siempre peregrina e incomprensible para los que pagan religiosamente (nótese que ambas palabras, pagar y religión, son causa y efecto en su etimología empresarial) no menos de ocho euros por entrar a un cine. Ambientada en la Prehistoria, justo antes del ¿enésimo? cambio geológico, Los Croods cuenta la historia de esa misma familia que hiberna perpetuamente en una cueva desprovista de luz, que sólo vive fuera durante el día, mientras el sol alcanza su cénit y ellos pueden cazar algo que llevarse a la boca. Madre, padre, abuela, una adolescente descreída, un chaval de cabeza rectangular y una bebé que ha aprehendido los modales de una hiena forman esta expedición destinada a vagar por entre lo salvaje, conociendo selvas y desiertos, monstruos y plantas carnívoras y tortugas con alas; también emprenderán el litigante viaje introspectivo (sobre todo el progenitor, un bruto que desconfía de lo nuevo, de la oscuridad que trae la muerte), de asperezas limadas y sonrisas, de encuentros más o menos íntimos, en clave de lectura infantil. Ideada y realizada, por tanto, para goce del público prepúber. Kirk De Micco y Chris Sanders escriben y dirigen sin más pretensión que el asumible realismo de unos cuerpos que supuran vida. Siempre con eficacia. Los Croods son cavernícolas, pero su dicción es exquisita. Hablan un inglés casi sofisticado, extemporáneo en aquella roca salpicada de pinturas rupestres. El fuego no quema porque no existe. Y cuando la luz rebasa la pared y se pierde sin más, es hora de cobijarse dentro de esa fría habitación. Hasta que aparece un chaval tres o cuatro peldaños por encima de su equivalente evolutivo.

    Los Croods


        La primera secuencia contiene una persecución de gran factura. En ella, los Croods han de sincronizar sus movimientos para conseguir el desayuno: un huevo de ave que se transforma en improvisado balón de rugby, en medio de un partido frenético, con muchas carreras y ningún descanso. Son tontos, son arcaicos, son neuronalmente libres. Y no sé por qué, corren como balas. Apenas vemos la estela que describen sus pies. Y pienso en aquel niño rubio y desafiante, cuyo traje rojo y negro de superhéroe se amoldaba a las exigencias de su don. Pero estos no son mutantes, sino humildes cavernarios que contrastan gravemente con la profusión del píxel. Entretienen, sí. Aunque por ahora, DreamWorks no le planta cara a su Goliat. No quiere. El foco está en la taquilla. ★★★★★

    Juan José Ontiveros
    crítico de cine.
    Estados Unidos, 2013. Guión y dirección: Kirk De Micco y Chris Sanders. Productora: DreamWorks Animation. Fotografía: Yong Duk Jhun. Música: Alan Silvestri.

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