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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Sister (L'enfant d'en haut)

    L’enfant d’en haut
    MANOS AZULES
    crítica de L’enfant d’en haut | Ursula Meier, 2012

        Con esa fuerza de la naturaleza llamada Isabelle Huppert a su lado, se daba conocer la cineasta franco-suiza Ursula Meier. Natural de Besançon, bucólico paraje a las faldas de la frontera helvética, Meier debutaba en la gran pantalla con ‘Home, ¿dulce hogar?’ (Home, 2008), un original y surrealista retrato sobre la unión familiar que caló en la crítica de su país convirtiéndose en la representante de Suiza al Oscar ese año. El filme no tuvo trascendencia más allá del mercado francófono europeo —fue nominado al César francés en la categoría de mejor ópera prima — pero sirvió de presentación a una autora que busca, como hicieran Jean-Luc Godard o Alain Tanner, otorgar aliento a la estéril industria cinematográfica de esta pequeña confederación. Unas esperanzas que parecen cumplirse con su segunda creación, ‘L’enfant d’en haut’ (2012), mención especial del jurado en la Berlinale 2012, preseleccionada los Premios del Cine Europeo y, de nuevo, estandarte de la nación de los cantones en los Oscar.

    Si con ‘Home, ¿dulce hogar?’ Meier delineaba la fractura de una familia bien avenida, en ‘L’enfant d’en haut’ nos traslada a los desiertos cimientos de ésta. Simon es un preadolescente sumergido en su propio microuniverso instalado en lo alto de una estación de esquí. En Verbier (en Valais), es un rey anónimo y sin corona que vaga con soltura entre las adineradas figuras que completan el paisaje alpino. Ratero diurno, mercader vespertino. Un Sísifo contemporáneo que encuentra en un mundo de opulencia su leitmotiv vital que le permite una diaria bajada a los infiernos vía teleférico. Allí, en la realidad más anodina, este aprendiz de ladrón por catálogo ya no dispone de Eolo y Enarete —padres del mito —, tan sólo una hermana muy joven de consaguinidad difusa. En ese cubil donde la nieve y el lujo ya es una simple postal, Simón ejerce de padre, madre, marido, hermano e hijo. Es un retrato del optimismo desde la desesperanza. Todo depende de la cantidad de francos recaudada a través de sus trapicheos. Tras una buena venta todo parece bajo control. Todo menos la soledad y el desamparo. Una madurez forzada, construida sobre copos estivales. Un futuro incierto.

    Resulta paradójico que un país siempre asociado al lujo, al paraíso fiscal y las altas rentas tenga a 120.000 niños en hogares —la mayoría desestructurados — cercanos al umbral de pobreza. Más allá de la superficie, la pequeña nación centroeuropea no se diferencia del resto de homólogas del continente. La causa principal es el mínimo apoyo económico y burocrático que tienen las mujeres tras su maternidad. La concepción de un hijo en las clases bajas es señal de números rojos a corto plazo. Datos que se unen a la alta tasa de divorcio que refrendan lo poco de idílico que tiene esa preconcepción del núcleo familiar helvético. Meier, como hiciera en sus anteriores obras, ahonda en este contraste marcando con vigor ambos extremos. Lo hace de forma microscópica. Sitúa la lente en cada foco y deshuesa una anatomía tan tópica como reveladora. Una semántica que deja un pequeño hueco para el optimismo. Pese que atiza con vehemencia a la situación educativa y estamental suiza, la filmografía de Meier siempre deja una ventana abierta a lo soluble. Eso sí, un vano angosto e insignificante. Ya en uno de sus primeros cortometrajes, ‘Des heures sans sommeil’, utilizaba el incesto como subtexto para mostrar la desintegración familiar como un hecho natural y predestinado. Una fórmula repetida en su nombrada ópera prima ‘Home, ¿Dulce hogar?’. En ‘L’enfant d’en haut’ esa brizna de esperanza la porta inherente su personaje principal. Una simpatía que se torna en tozudez. Una señal de inconformismo.

    SÍSIFO ALPINO | Unos estupendos Kacey Mottet Klein y Léa Seydoux protagonizan 'L'enfant d'en haut'

        Pesan sobremanera las referencias en el segundo largometraje de Meier. La mirada y narrativa evocan de forma instantánea al cine de Jean-Pierre y Luc Dardenne (El niño de la bicicleta — Le gamin au vélo). Composición de planos, temática y ese halo agridulce con que el se recubre a preadolescentes desnortados tan propios de los hermanos belgas. Es probable, además, que la analítica del guión —firmado por Antoine Jaccoud y la propia directora  — deje como veredicto una insuficiente profundidad. Pese a esta sensación de paramnesia y cierta sencillez, el paso de metraje logra captar la atención del espectador, ante todo, por la solidez en la dirección y el carisma del joven Kacey Mottet Klein (Simon). Meier no se recrea en estridencias o las posibilidades visuales del paraje donde se desarrolla. Va al grano y a través de la resolución de pequeños misterios logra mantener en alza el interés. Secuencias como la desarrollada en el dormitorio de esa hermana tan particular (Léa Seydoux) o el bellísimo plano subjetivo final, son un fiel reflejo del mensaje que intenta extrapolar Meier. ‘L’enfant d’en haut’ es más que el típico título neorrealista sobre la infancia desprotegida en la Europa desarrollada. Es la historia de un niño que quiere dejar de ser un hermano o un padre a destiempo. Un niño que sólo quiere una madre. ★★★★★

    Emilio Luna.
    crítico de cine.

    Suiza, Francia, 2012. Dirección: Ursula Meier. Guión: Antoine Jaccoud y Ursula Meier. Productora: Archipel 35 / Véga Films. Presentación: Berlinale 2012 (mención especial). Premios: mejor fotografía y Eurimages en el SEFF 2012. Música: John Parish. Fotografía: Agnès Godard. Intérpretes: Kacey Mottet Klein, Léa Seydoux, Martin Compston, Gillian Anderson, Jean-François Stévenin.

    L’enfant d’en haut poster
    L’enfant d’en haut

    L’enfant d’en haut

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