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    Crítica | Sufragistas

    Sufragistas

    Hermanas de sangre

    crítica de Sufragistas (Suffragette, Sarah Gavron, 2015).

    No es demasiado sorprendente que una película como Suffragette haya llegado a la gran pantalla precisamente ahora. El feminismo nunca había estado tan vivo, no había significado tanto, desde la época en la que se ambienta la película de Sarah Gavron: de las demandas de igualdad salarial a la lucha contra el sexismo en decenas de ámbitos distintos; de la concienciación contra la violencia sexual a las campañas por la despenalización del aborto, el movimiento feminista –si es que entendemos que existe un movimiento como tal— ha resurgido a principios de este siglo XXI con tanta fuerza como lo hizo a principios del XX. Por supuesto, al igual que entonces, se ha encontrado con el mismo espectro de reacciones que entonces: desde quienes comprenden y apoyan sus peticiones, a los que reaccionan con la misma virulencia que quien se encuentra con un escorpión en la ducha. Pasando por todas las posibilidades intermedias. Una de las conclusiones que pueden extraerse de Suffragette es que la sociedad occidental, en el fondo, no ha cambiado tanto como le gustaría. La protagonista del filme, Maud (Carey Mulligan), entra en contacto con el movimiento sufragista casi por casualidad, cuando una compañera de la lavandería en la que trabaja desde niña (Anne-Marie Duff) prácticamente la arrastra a su mundo. Maud es alguien que ha sido educada para no pensar en esas cosas; no es que esté a favor ni en contra, simplemente nunca se había parado a sopesar si le interesaba. Pero una vez en él, una vez es testigo de los abusos, las mentiras y el desprecio con el que la sociedad trata a las mujeres, Maud es consciente de que su viaje ya no tiene vuelta atrás. Aunque le cueste lo que más quiere en el mundo, aunque descubra que lo que creía idílico está en realidad podrido por la falsa superioridad moral y la cobardía. O quizás precisamente por ello. Perfecto ejemplo de heroína a su pesar, Maud no hace lo que hace por venganza o por aburrimiento: lo hace porque cree. Porque sabe, o descubre mejor dicho, que los cambios que traiga la lucha sufragista tienen que ser a mejor.

    Sin duda, la fuerza principal de Sufragette son sus actrices. Todas ellas están sensacionales, aunque sin duda son Carey Mulligan y Helena Bonham-Carter quienes se llevan la parte del león. Mulligan, protagonista absoluta de la historia, carga la película a sus espaldas desde el primer al último minuto. Acostumbrados a verla en papeles de mujer frágil, a veces casi etérea, su transición desde la insignificancia al valor, del cristal al hierro, sólo se puede calificar de extraordinaria. La actriz de Drive no necesita de transformaciones físicas, ni de cambios en su forma de hablar o de vestir; con apenas unas cuantas miradas, sonrisas y movimientos, hace patente el cambio de mentalidad de Maud sin grandes aspavientos, algo que recuerda en cierta manera a su trabajo en Nunca me abandones (Mark Romanek, 2010), donde su personaje sufría una transición similar. Por su parte, Helena Bonham-Carter aplica de nuevo su gigantesca habilidad para interpretar personajes de época a quien es en realidad el personaje que, por la campaña publicitaria de la cinta, todo el mundo creerá que es Meryl Streep: la mentora, quien enseña a Maud aquello que hasta entonces sólo había intuido, quien la anima a dar el siguiente paso, no es la figura siempre ausente y más grande que la vida que representa Emmeline Pankhurst, sino esta farmacéutica reciclada en especialista en explosivos a la que Bonham-Carter dota al mismo tiempo de liderazgo carismático y ternura maternal. Por cierto, nota histórica: Bonham-Carter es bisnieta del Primer Ministro británico H.H. Asquith, quien se opuso ferozmente al sufragio femenino en la época en que se ambienta la obra de Gavron –si bien aquí ha sido sustituido por su sucesor, David Lloyd George—, y quien introdujo la práctica de la alimentación forzosa para las sufragistas en huelga de hambre que supone una de las escenas más duras de ver del metraje.

    Sufragistas

    «La fuerza principal de Sufragette son sus actrices. Todas ellas están sensacionales[...] Acostumbrados a ver a Carey Mulligan en papeles de mujer frágil, a veces casi etérea, su transición desde la insignificancia al valor, del cristal al hierro, sólo se puede calificar de extraordinaria».


    Además de su reparto, el otro gran acierto de Suffragette es no reducir a los hombres de la historia al “enemigo”, no presentar una historia hipersimplificada de buenas y malos que, la verdad, hubiese hecho un flaco favor a lo que intenta retratar. A través de un no menos espléndido cuarteto de actores, Sarah Gavron ofrece buena parte de ese espectro del que hablábamos antes: de la comprensión al odio, de aquél que es bueno pero cobarde, a quien ha sido educado en unas determinadas condiciones y formas de pensar. Al mismo tiempo, no todas las mujeres de la historia son heroínas, ni están de acuerdo con la lucha sufragista, ni están dispuestas a arriesgarlo todo. Al no plantear a los personajes en términos blancos o negros, Gavron consigue una historia más consistente, menos artificial y heroica de lo que suele ser habitual en este tipo de películas. Y ofrece ya de paso a un antagonista –que no villano— más que a la altura de las circunstancias, en la figura del jefe de policía interpretado de forma magistral por Brendan Gleeson.

    Por supuesto, no todo es sobresaliente en Suffragette. La dirección de Gavron es tremendamente británica, en el sentido más BBC de la expresión. Eso no tiene por qué ser malo en sí, pero resulta poco arriesgado, e implica una cierta irregularidad de ritmo que se nota sobre todo en su parte central, que resultaría aburrida si no fuese por los trabajos de los roles principales. Y es que nadie hace cine histórico como los británicos, para bien y para mal. A pesar de ello, a pesar de sus notorios errores de bulto históricos (de los que la muy criticada ausencia de personajes de color es el más visible, aunque no el único), y de la absurda utilización de Meryl Streep como gancho comercial cuando apenas aparece en un cameo glorificado, Suffragette es una película que se hacía necesaria. En un momento en que las desigualdades de género se han hecho más visibles que nunca, que ha visto el surgimiento de absurdos como los “activistas pro derechos de los hombres” o la demonización absoluta de la palabra feminista hasta el punto de provocar que muchas mujeres no quieran identificarse con ella, no está de más recordar que, por desgracia, nada de eso es nuevo. Que, hace más de un siglo, miles de mujeres tuvieron que enfrentarse a los mismos prejuicios, ataques y desprecios –mucho peores, en realidad—. Que feminista hoy es un término tan satanizado como lo fue sufragista entonces. Y que, aun con todo, las cosas terminaron cambiando. Porque ni los peores ataques, ni las burlas más crueles, pueden detener el avance de la historia. Mujeres como Maud lo sabían, lo hicieron posible. Ahora, la pelota está en nuestro tejado. | ★★★★ |


    Judith Romero
    © Revista EAM / 59º Festival de Londres


    Ficha técnica
    Reino Unido—Francia, 2015. Título original: “Suffragette”. Director: Sarah Gavron. Guión: Abi Morgan. Productores: Alison Owen, Faye Ward. Productoras: Ruby Films / Pathé / Film4 / Ingenious Media. Presentación oficial: Festival de Telluride 2015. Fotografía: Eduard Grau. Música: Alexandre Desplat. Vestuario: Jane Petrie. Montaje: Barney Pilling. Dirección artística: Jonathan Houlding, Choi Ho Man. Reparto: Carey Mulligan, Helena Bonham—Carter, Anne—Marie Duff, Brendan Gleeson, Ben Whishaw, Romola Garai, Natalie Press, Samuel West, Finbar Lynch, Meryl Streep.

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