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    Crítica | Nuestra hermana pequeña

    Nuestra hermana pequeña

    El álbum familiar de Koreeda

    crítica de Nuestra hermana pequeña (海街diary, Umimachi Diary, Hirokazu Koreeda, 2015).

    Uno de los muchos dilemas existenciales que plantea el cine de ficción es hasta qué punto lo que retrata es inventado y hasta qué punto es real. El cineasta que crea una historia inevitablemente toma experiencias de su propia vida, pero las mismas suelen difuminarse en el marco imaginado que aparece en pantalla. En otras palabras, el artista puede ser más o menos consciente en cuanto a sus intenciones autobiográficas, las cuales pueden ser a su vez más o menos reconocibles en el producto final. Pues bien, en pocas filmografías como la del director japonés Hirokazu Koreeda puede rastrearse con mayor claridad una narrativa que corre paralela a sus propias vivencias. Por ejemplo, él mismo confesaba que su reciente paternidad había sido determinante en la concepción de su anterior filme, De tal padre, tal hijo (Soshite chichi ni Naru, 2013), la historia de dos familias cuyos hijos fueron intercambiados al nacer. Una paternidad que ya venía anticipada en Milagro (Kiseki, 2011), el relato de dos hermanos separados por el divorcio de sus padres. Vemos ya cómo a este cineasta le interesan tanto los fuertes y duraderos lazos familiares como las rupturas que pueden provocar sus vicisitudes. De hecho él mismo tuvo que convivir en su infancia con un padre ausente, antiguo prisionero de guerra, fallecido al igual que su madre no hace muchos años. Esta otra vertiente trágica e inevitable de la familia también está pues presente en la visión de Koreeda, y así lo recoge en su última obra, presentada este año en la sección oficial en el festival de Cannes, Nuestra hermana pequeña (Umimachi Diary).

    En efecto, estamos ante una obra que vuelve a insistir en las intricadas relaciones que pueden derivar del matrimonio. La historia arranca con la muerte del padre de tres hermanas, que vive en otra ciudad con otra mujer tras haber abandonado a la madre de aquellas por una mujer, también fallecida, que es a su vez la madre de una niña que hasta ahora vivía con su padre y su madrastra. Es este el resumen conciso y quizás confuso de una premisa que para nosotros también tarda un tiempo en aclararse. Las citadas hermanas asisten al entierro de su padre y tras ello deciden acoger en su hogar natal a esa hermana pequeña que se ha quedado huérfana y que da título a la cinta. Y a partir de ahí la película podría dividirse en dos partes. En la primera asistimos a la llegada y acomodo de la niña, adaptándose a las costumbres de su nueva casa o a las actividades de su nueva escuela, con la ilusión y la felicidad que supone reencontrarse con una familia. Y en la segunda, una vez establecidas estas nuevas relaciones, subyacen antiguos conflictos que habían quedado relegados por el optimismo anterior, en particular tras la visita de la madre originalmente engañada que también había decidido mudarse a otra localidad. Esta sencilla división permite clarificar un tanto el relato y ayudaría a interpretar el verdadero significado de muchas escenas en apariencia anodinas, las cuales a menudo giran en torno a estos personajes comiendo en casa o fuera, o paseando por las calles de un bello emplazamiento costero que proporciona gran parte del atractivo de la historia.

    Nuestra hermana pequeña

    «Koreeda mezcla con sabiduría la profundidad del mensaje con la ligereza de la trama pero no alcanza del todo el equilibrio entre lo trivial y lo esencial, pues a veces la evolución de algunas situaciones emerge de una manera un tanto forzada, o simplemente no sale a relucir todo lo que necesitara».


    Y es que la misma, de lo contrario, resulta ser un tanto difusa. Koreeda ha ido perfeccionando un estilo que sabe mezclar con sabiduría la profundidad del mensaje con la ligereza del drama. Cuando en él parece que no está pasando nada, en el fondo sí está presente el conflicto. Esta combinación temática, unida a su estilo a la vez naturalista y poético, le han valido frecuentes comparaciones con el maestro japonés Yasujiro Ozu. Una referencia que él mismo aprecia pero minora, apelando más bien a la influencia de Ken Loach o Mikio Naruse, otro gran director japonés del que desafortunadamente menos se acuerdan. Pero las obras de estos cineastas tenían al menos en común una mayor concreción sociológica que la que observamos en la última película de Koreeda. En ella no alcanza del todo el citado equilibrio entre lo trivial y lo esencial, pues a veces la evolución de algunas situaciones emerge de una manera un tanto forzada, o simplemente no sale a relucir todo lo que necesitara. Un claro ejemplo es el de las comidas y cenas que se suceden a lo largo de Nuestra hermana pequeña, que sirven para mostrar la tradicional importancia de tales actos en la convivencia nipona. Pero en este caso su insistencia hace pensar que deberían tener una aportación dramática superior a la que realmente tienen. En particular, hay un personaje secundario, precisamente la dueña de un restaurante al que las protagonistas acuden varias veces, que adquiere una extraña y repentina relevancia por una dolencia terminal que aflige a sus clientes. Un dolor del que sin embargo difícilmente podemos ser partícipes por la falta de antecedentes y de verdadera intimidad en el contacto que se supone que han tenido estas mujeres.

    Nuestra hermana pequeña

    «Koreeda no ha perdido la capacidad para dibujar su historia con envidiable espontaneidad, uniendo una diversidad de elementos para componer un fresco representativo de una cultura y un pueblo característico, al que gracias a él conocemos mucho mejor y sentimos como parte de nuestra humanidad».


    En este sentido, tal difusión narrativa se debe en parte a que Koreeda pretende desarrollar demasiados frentes, buscando conflictos en cada una de las cuatro hermanas e incluso en algún otro personaje, a costa de profundizar suficientemente en cada uno de ellos. En suma, a la cinta le falta un foco más claro. Empero toda esta crítica tiene como contrapartida la progresión creíble, natural e inesperada que adquiere un relato cuya premisa, como adelantábamos, se antojaba complicada de manejar. El querer centrarse en escenas individuales más que en la coherencia del conjunto permite que el espectador vaya disfrutando y congeniando con lo que acontece en pantalla, aunque luego tras los créditos finales no vea satisfecho del todo su deseo de realización global. En otras palabras, importa más sumergirse en el suceder casual y causal de la historia, intención que queda reforzada técnicamente por los fundidos en negro o la música esporádica, acentuando así la sensación de estar presenciando algo bastante efímero y contingente. Así pues, aunque en este caso esté ausente una orientación más sintética y potente, Koreeda no ha perdido la capacidad para dibujar su historia con envidiable espontaneidad, uniendo una diversidad de elementos para componer un fresco representativo de una cultura y un pueblo característico, al que gracias a él conocemos mucho mejor y sentimos como parte de nuestra humanidad. | ★★★ ½ |


    Ignacio Navarro Mejía
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    Japón, 2015. Título original: Umimachi Diary, 海街diary. Presentación: Sección Oficial del Festival de Cannes 2015. Dirección: Hirokazu Koreeda. Guion: Hirokazu Koreeda (basado en el manga de Akimi Yoshida). Productoras: Toho Company / GAGA / Shogakukan / TV Man Union. Fotografía: Mikiya Takimoto. Música: Yôko Kanno. Montaje: Hirokazu Koreeda. Intérpretes: Suzu Hirose, Haruka Ayase, Masami Nagasawa, Kaho, Ryô Kase, Ryôhei Suzuki, Rirî Furankî, Shin'ichi Tsutsumi, Jun Fubuki, Kentarô Sakaguchi.

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