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    Crítica | Lost River, de Ryan Gosling

    Lost River, de Ryan Gosling

    Cómo atrapar a un monstruo

    crítica de Lost River | dirigida por Ryan Gosling, 2014

    Ryan Gosling. El nuevo galán de las zonas alternativas del cine, modelo a seguir para hombres y figura idealizada, ha ido marcando tendencias, moda incluida, desde que hace tres años protagonizara una película de un director danés poco conocido -al menos fuera de las fronteras de la cinefilia convencional-. Nicolas Winding Refn dirigió Drive en 2011, resaltando una imagen de los 80 que delineaba, casi con afán hagiográfico, al típico antihéroe introvertido, deudor del James Dean de Rebelde sin causa (1955) -un lobo solitario capaz de contener en sí mismo la violencia más desatada y la ternura de un romance destinado a la tragedia-, rodeándolo de sintetizadores, tubos de neón y chupas de cuero doradas con escorpiones bordados. En mitad de un panorama en el que los casetes se han convertido en imágenes nostálgicas a reivindicar, Drive y Gosling se convirtieron rápidamente en parte del nuevo bestiario de Hollywood. Y como tal, la presencia del actor se ha convertido en imprescindible, más cuando acaba de dar el salto a la dirección recogiendo los tics estilísticos de algunos de los cineastas que le han dirigido hasta ahora. Lost River (2014) se estrenaba Cannes con una expectación que trascendía lo común, solo al nivel de otro de los estrenos más esperados, el de Cronenberg con Maps to the Stars (2014). El debut del intérprete llegaba a la Sección paralela de Un certain regard creando unas colas que dieron lugar a más de un enfrentamiento, provocando críticas dispares, decepción y mucho desconcierto. La gente parecía más preocupada en valorar las capacidades del actor en la dirección que el resultado final de su obra, algo que parece haber adulterado la percepción de la misma.

    A pesar de las apariencias, la ambición no es tanta como se quiere hacer ver. Lost River es un cuento con todos los tics de un buen relato contado a un niño. No faltan el joven príncipe, la princesa de la torre, la bruja y la reina madre. Iain De Caestecker, alter ego de Gosling en versión adolescente, está enamorado de su vecina de enfrente, una Saoirse Ronan con su habitual dulzura teñida de frialdad. Su madre, Christina Hendricks, necesita dinero para salir adelante, y el único lugar viable para lograrlo parece ser un burdel de misteriosa fama, cuyo portal esculpido en piedra emula a una bestia de fauces abiertas. Los sangrientos rituales que tienen lugar en él cada noche constituyen la principal distracción del local, donde la estrella, Eva Mendes, protagoniza un par de escenas que rivalizan en excentricidad con sus momentos en Holy Motors (2013). De hecho, este viaje pseudo-surrealista, de pretensiones incurables, pero visualmente poderoso, tiene mucho de ese filme de Carax. Un trayecto lógico en apariencia pero teñido de una atmósfera enrarecida y progresivamente descontrolada que se convierte en objetivo y meta. El protagonismo de la historia oscila, fundamentalmente, entre los personajes del joven enamorado y su madre. Entre la entrada al submundo de ella y el acercamiento de él hacia su vecina. Una niña que vive en una casa que más parece una gruta, pues las paredes -como si del antro de la bruja de Dentro del laberinto (1986) se tratara- están cubiertas de muebles que simulan una cueva. En el centro de esa amalgama descansa una mujer vestida de encaje negro que mira fijamente un televisor, como si estuviera en estado catatónico. Saoirse poco puede hacer más que consolar a su pequeña amiga, una rata que, junto a su piano, se convierten en su único consuelo diario. Su habitación solo tiene luces violetas y, de hecho, ese es uno de los colores que identifican los escenarios surrealistas por los que viajan los personajes. Ninguno de ellos tiene una profundidad especialmente remarcable, pues están cortados por el patrón del folclore literario: el de los cuentos infantiles auténticamente tenebrosos donde lo importante es el viaje en sí, mientras que los personajes son meros vehículos. En ese sentido, el título provisional que tuvo el proyecto era bastante más claro respecto a la auténtica naturaleza del filme: 'Cómo atrapar a un monstruo'.

    Lost River, de Ryan Gosling

    Lost River es un ejercicio de estilo que se empapa del universo narrativo de cineastas como David Lynch -el burdel que visita Hendricks recuerda mucho al extraño Club Silencio de Mulholland Drive (2001)-, pero también de la psicodelia visual de amigos como Refn y Korine. No en vano, el director de fotografía Benoît Debie ya trabajó con éste último en Spring Breakers (2013), marcando la estética de esa cinta. Los paisajes nocturnos de Gosling son tan similares que muchos le achacan una falta de personalidad grave. Tampoco parecen tener en cuenta que, a pesar de que el actor tome mucho de muchos, erigiendo su debut en un collage de recortes de mis cinefilias favoritas, lo cierto es que esa misma selección y disposición de elementos hacen que Lost River sea, en su heterogeneidad, un filme de personalidad muy marcada. Gosling tiene buenas maneras que se perciben desde la misma apertura, donde el fantasma de Malick es invocado en los planos de un niño jugando en la hierba, o en el impactante plano de la casa ardiendo. También es buen constructor de atmósferas, pues Lost River es principalmente eso. Toca techo cuando más se desmelena. Cuando el gore se convierte en poesía y metáfora en un escenario, mientras los cuatro acordes de un piano, escuchados desde el otro de la calle, son la motivación necesaria para enfrentarse al monstruo, el villano y dueño del burdel. El mal es dibujado con una psicosis sexual que recuerda mucho al Dennis Hooper de Terciopelo azul (1986) -de nuevo Lynch hace acto de presencia-, con la misma lascivia con la que el actor saboreaba el cuerpo de Isabella Rossellini.

    Lost River, de Ryan Gosling

    Se antoja una tarea difícil contenerse en cuanto a referencias, pues Lost River porta demasiadas, algo que termina siendo su principal pecado. Da una apariencia de falsa complejidad que en realidad no tiene y al final uno se da cuenta de que todo esto no es más que un cuento de hadas con su iconografía retocada, donde lo que Gosling ofrece no es un gran discurso, sino un viaje iniciático de poderosas hechuras visuales. Nos contagia de ese asombro infantil del niño que quería enfrentarse al dragón cruzando su propio País de las Maravillas, descubriendo, por el camino, algunas oscuridades de la psique humana. En este caso, el precio de la belleza y la madurez adolescente. Es un desorden de conceptos bastante hipster, a veces algo denso, y en ocasiones consciente de su propia naturaleza, lo que lo hace insoportable para según qué espectadores. Su distribución a nivel internacional es problemática -con estrenos confirmados sólo en Dinamarca y Países Bajos-, como lo suelen ser las películas de Terry Gilliam, que, en su particularismo, encuentran un nicho de público demasiado concreto como para cubrir gastos de producción. Lost River no hará muchos amigos, pero los pocos que haga lo destacarán como un trabajo en el que se intuye a un cineasta con mundo propio que todavía necesita aprender a hacer suyas las influencias que ha absorbido durante su carrera, no limitándose a volcarlas sin asimilarlas del todo. Es ese paso lo que le falla al cineasta y lo que hace que su debut sea tan presuntuoso y fascinante al mismo tiempo, haciendo que algunos, pesar de sus imperfecciones, nos tiremos de cabeza por la madriguera del conejo blanco que es toda la obra. Y es que contiene la ilusionada inmadurez de esa joven promesa que tiene muchas ganas de contar algo, aunque todavía necesita perfeccionar el lenguaje. | ★★ |

    Gonzalo Hernández
    enviado especial al Festival de Cannes 2014

    Estados Unidos. 2014. Título: Lost River. Director: Ryan Gosling. Guión: Ryan Gosling. Intérpretes: Iain De Caestecker, Saoirse Ronan, Christina Hendricks, Barbara Steele, Eva Mendes, Ben Mendelsohn, Matt Smith. Fotografía: Benoît Debie. Banda sonora: Johnny Jewel. Montaje: Nico Leunen, Valdís Óskarsdóttir. Productoras: Bold Films, Marc Platt Productions, Phantasma. Presentación oficial: Un Certain Regard, Cannes 2014.

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