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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Una batalla tras otra

    || Críticas | ★★★★★
    Una batalla tras otra
    Paul Thomas Anderson
    Lucha fraternal y milenaria


    Ignacio Navarro Mejía
    Madrid (España) |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2025. Título original: «One Battle After Another». Dirección: Paul Thomas Anderson. Guion: Paul Thomas Anderson (inspirado en la novela de Thomas Pynchon). Producción: Ghoulardi Film Company / Warner Bros. Dirección de fotografía: Michael Bauman. Montaje: Andy Jurgensen. Música: Jonny Greenwood. Diseño de producción: Florencia Martin. Vestuario: Colleen Atwood. Reparto: Leonardo DiCaprio, Sean Penn, Chase Infiniti, Teyana Taylor, Benicio del Toro, Regina Hall, James Raterman, John Hoogenakker, Tony Goldwyn, James Downey, Eric Schweig, Paul Grimstad, Shayna McHayle, Alana Haim. Duración: 161 minutos.

    La humanidad está condenada a repetir sus errores. Basta consultar cualquier reportaje de la actualidad geopolítica o socioeconómica, o cualquier hilo de X o fragmento de periódico, para comprobar que la mayoría de los líderes políticos y ciudadanos no han aprendido nada de lo que los siglos, incluso décadas pasadas, nos han enseñado, sobre adonde pueden conducir la polarización política, los extremismos y revanchismos, las brechas sociales o, pura y simplemente, el egoísmo, el olvido de que todos pertenecemos a una misma colectividad. Cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial y el mundo entero se levantaba de sus ruinas y heridas, parecía que se podía diseñar un nuevo orden y que se avanzaría por la senda del progreso. Empero, casi de inmediato surgieron nuevos conflictos y desigualdades, y se comprobó que buena parte de la población seguía en un estado de marginalidad impropia de la era capitalista moderna. No está de más recordar que, hasta la segunda mitad del siglo XX, en muchos Estados modernos parte de la población todavía no podía votar o sufría discriminaciones amparadas por la ley. En Estados Unidos, por ejemplo, el movimiento por los derechos civiles luchó hasta los años 60 para igualar los derechos de los afroamericanos con los de los blancos (aunque tal lucha sigue vigente), en una década envuelta en protestas y manifestaciones, que culminó, por ejemplo, en las de mayo del 68. De ahí la oportunidad de ambientar en esa década una historia sobre movimientos radicales, como es Vineland, de Thomas Pynchon. Sin embargo, bien podría ambientarse en la actualidad pues, como decíamos, la historia se repite y no se ha avanzado tanto en igualdad y derechos, por no decir que en muchos aspectos se ha retrocedido.

    Paul Thomas Anderson está muy familiarizado con la literatura de Thomas Pynchon, además de ser amigo suyo. Ya adaptó otra de sus novelas, Puro vicio, en 2014, en una traslación a la pantalla bastante fiel, incluso reproduciendo parte de los diálogos del libro. Ahora, con Una batalla tras otra, no solo cambia el título sino buena parte de la narración y personajes de Vineland, aparte de la época, pues esta nueva película se ambienta en la actualidad. Con todo, parafraseando a uno de los personajes principales tras la gran elipsis del metraje, dieciséis años después, el mundo había cambiado muy poco. No sabemos exactamente en qué época se sitúa la primera parte de la historia y en cuál prosigue la segunda, pero no es relevante, ya que se podría corresponder con cualquier realidad reciente. De la novela original, Anderson mantiene la premisa de un grupo de revolucionarios que cometen actos de vandalismo y terrorismo contra instalaciones del ejército, bancos u otras infraestructuras que sostienen el sistema capitalista (que califican de fascista) y oprimen a los más desfavorecidos, empezando por los inmigrantes ilegales que cruzan la frontera entre México y California. A este grupo pertenecen Pat (Leonardo DiCaprio) y Perfidia (Teyana Taylor), que pronto se atraen con un magnetismo y una pasión acentuados por el riesgo constante al que se someten. En su camino se cruza el oficial Steven J. Lockjaw (Sean Penn), que también se siente atraído por Perfidia: más que acabar con aquella banda de insurrectos, lo que este quiere es ganarse a esta mujer, por lo que está guiado por intereses personales y primarios, que disfraza de otros propósitos mayores. Pat y Perfidia acaban teniendo una hija, Charlene, pero enseguida tienen que huir y cambiar de identidad: Pat se convierte en Bob, Charlene en Willa, y padre e hija se reubican en la ciudad santuario de Baktan Cross.

    Ahí es donde prosigue la segunda y más alargada parte del metraje, aquella introducida por la ahora adolescente Willa (Chase Infiniti), esos dieciséis años después en que poco ha cambiado. De hecho, Willa es tan distinta a su madre en apariencia como parecida hasta en detalles de reacciones, por ejemplo, al disparar a una persona, pues ninguna puede escapar de la violencia. Por lo demás, Lockjaw sigue tras ellos, el ejército sigue al servicio del Estado opresor y el uno por ciento de la población (aquí representados como una secta racista e inviolable cuya extravagancia no dista tanto de la realidad) sigue aprovechándose del resto, en especial de los inmigrantes latinos. La historia, insistimos, se repite, y por si no quedaba claro el paralelismo, el personaje de sensei Sergio (Benicio del Toro) apunta que está acogiendo en su casa a varios de esos inmigrantes como en su día hizo la activista negra Harriet Tubman. Con todo este marco y contexto, podría pensarse que estamos ante un drama reivindicativo, y sin embargo Una batalla tras otra se acerca más a los géneros de la comedia y la acción. A estas alturas de su carrera, Anderson trasciende los rasgos habituales de género para combinar los que más le interesan para impulsar su historia de la manera más dinámica posible. Si este cineasta empezó siendo discípulo de Scorsese, ya hace tiempo que su cine ha adquirido una personalidad propia, que sería reduccionista derivar en el fondo a historias de tragedia familiar y relaciones rotas y en lo formal a una puesta en escena en constante mutación o a la prolongación de la banda sonora. En cualquier caso, estamos, indudablemente, ante una película de Paul Thomas Anderson, con una narración operística en que sus personajes arrastran herencias del pasado y se sobreponen a circunstancias extremas, y con una estilización tan depurada que está integrada en la narración misma.


    «Paul Thomas Anderson, como autor total, domina desde la escritura del guion hasta la dirección de actores y toda la plasmación audiovisual del conjunto, entregándonos otra obra maestra más de su filmografía, quizá la más comercial y estrictamente divertida hasta la fecha, aunque, quizá también, la menos esperanzadora sobre la naturaleza humana y su evolución».


    Desde los primeros planos de Perfidia recorriendo un puente elevado sobre un centro de internamiento de extranjeros, con seguimientos y paneos que combinan la visión subjetiva y objetiva, la planificación (reforzada por una edición tan frenética como controlada, con un uso inteligente y contado de los encadenados o un estiramiento del montaje en paralelo para mostrar acciones coetáneas) abunda en la variación de encuadres y movimientos manteniendo siempre la coherencia formal y la correspondencia orgánica con la acción. Lo más sorprendente es que esta correspondencia se extiende, a unos niveles casi inéditos, al juego de la banda sonora, quizá lo más llamativo de esta película en el plano formal. La extensa partitura del socio habitual de Anderson, Jonny Greenwood, cuenta con varios leitmotivs que se integran en el discurrir narrativo, con detalles como el cambio de melodía en cuanto Lockjaw, desde sus prismáticos de vigilante pervertido, ve que Perfidia no está sola sino acompañada por Pat, o la interrupción de la música, a contracorriente, en escenas en que debería escucharse, como en el atraco fallido al banco o durante algunas de las interacciones de los malvados de la cinta. En otras secuencias más sosegadas, la música se prolonga y va enriqueciéndose o alterándose según el caso, hilando igualmente con algunos hits preexistentes, que acercan ocasionalmente el tono al de la parodia. Las interpretaciones y diálogos rozan asimismo la exageración, en especial el villano a cargo de Sean Penn, o los momentos de trance del protagonista encarnado por Leonardo DiCaprio, aunque si se atiende a la gestualidad en armonía con las palabras que emiten, más que exageración son traslación genuina de lo que sienten en ese momento. El guion no recurre a grandes sutilezas ni subtextos, y pone en boca de sus personajes, sin ningún recelo, expresiones de lo más crudas y espontáneas, y a la vez verosímiles con lo que están padeciendo (por ejemplo, en las interacciones de Lockjaw con Perfidia o Willa, o en las conversaciones telefónicas de Pat/Bob). Paul Thomas Anderson, como autor total, domina desde la escritura del guion hasta la dirección de actores y toda la plasmación audiovisual del conjunto, entregándonos otra obra maestra más de su filmografía, quizá la más comercial y estrictamente divertida hasta la fecha, aunque, quizá también, la menos esperanzadora sobre la naturaleza humana y su evolución. ♦


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