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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Maspalomas

    || Críticas | Cobertura SSIFF 2025 | ★★☆☆☆
    Maspalomas
    Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi
    La realidad como figura estilística


    Rubén Téllez Brotons
    San Sebastián |

    ficha técnica:
    España, 2025. Título original: «Maspalomas». Dirección: Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi. Guion: Jose Mari Goenaga. Compañías: Moriarti, Irusoin, Maspalomas Pelikula AIE. Festival de presentación: Festival de San Sebastián (Sección Oficial a concurso). Distribución en España: BTeam Pictures. Fotografía: Javi Agirre Erauso. Montaje: Maialen Sarasua Oliden. Música: Aránzazu Calleja. Reparto: José Ramón Soroiz, Nagore Aranburu, Kandido Uranga, Zorion Egileor, Kepa Errasti. Duración: 115 minutos.

    El principal problema de Maspalomas es que, movida por sus buenas intenciones, convierte una realidad concreta en un símbolo abstracto cuya simplicidad juega en contra del propio discurso que pretende construir. Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi quieren hacer una película sobre la opresión y la homofobia: sobre las implicaciones que tiene para un hombre gay de setenta años que estaba disfrutando libremente de su sexualidad entrar en una residencia para ancianos para recuperarse de un ictus que le ha paralizado parte del cuerpo. La imposición de compartir habitación con personas que, en palabras de la propia psicóloga del centro, “pueden llegar a insultarle” por su orientación sexual después de haber vivido los últimos años con absoluta libertad en Maspalomas, es decir, la obligación de volver a vivir en silencio por miedo a las posibles represalias que el odio de sus nuevos compañeros pueda provocar, es el núcleo dramático alrededor del que los cineastas diseñan la película. Sin embargo, Goenaga y Arregi no llegan a explorar en ningún momento lo que verdaderamente significa para el protagonista volver a enfrentarse a la represión; más bien, explotan emocionalmente dicha situación para apelar de forma tramposa a los sentimientos de los espectadores.

    Los directores son incapaces de decir algo que vaya más allá de la superficie sobre la situación del protagonista; lo que hacen es demostrar evidencias: que para muchas personas de avanzada edad tener pensamientos y actitudes homófobas sigue siendo una norma y no una excepción y que, por ese motivo, hay muchísimos ancianos que siguen ocultando su orientación sexual frente a familiares y amigos. Goenaga y Arregi están más preocupados por ilustrar esas realidades injustas que por comprender los motivos, dinámicas y estructuras que las producen: ni siquiera las emociones del protagonista importan, puesto que no es más que una herramienta sin profundidad que utilizan para emocionar a los espectadores. Nunca se llega a saber qué piensa, siente o desea hacer a partir del momento en el que entra en la residencia, y si no se convierte en una figura impenetrable y opaca es gracias al trabajo de José Ramón Soroiz, que con la expresividad de su trabajo consigue disimular en algunos momentos la ausencia de profundidad del guion y la puesta en escena. La estrategia que siguen Goenaga y Arregi es cuestionable no sólo porque, con ella, busquen priorizar la lágrima fácil antes que la reflexión pausada, sino porque para conseguir esa emoción efímera simplifican la realidad hasta el punto de vaciarla de sentido.

    Maspalomas se construye sobre una serie de contraposiciones cuya ausencia de desarrollo desdibuja por completo tanto los conceptos que enfrenta como la realidad que deberían expresar: Maspalomas, sol, salud, libertad/Bilbao, lluvia, enfermedad y represión. Los cineastas quieren trabajar no con realidades vivas, sino con sus conceptualizaciones comprimidas en símbolos; el problema radica en que, lejos de signar, de utilizar una figura estilística para hablar de un aspecto concreto del mundo, convierten el mundo en una figura estilística. Así, en la película, Maspalomas es un espacio libre de homofobia, pero abstraído del mundo, un cálido oasis—el trabajo con la luz subraya ese carácter paradisíaco de la ciudad tiñendo cada escena que sucede en ella de unos tonos naranjas propios de un filtro Instagram— en el que el se diluye el Maspalomas real: sus luchas por los derechos del colectivo LGBTI, los esfuerzos de quienes salieron a la calle para combatir la opresión, y el dolor de quienes, a día de hoy, siguen sufriendo la homofobia estructural de la sociedad desaparecen en esa imagen idealizada. Y es que, al presentar Maspalomas como un espacio esencialista, lo que la cinta hace es negar la propia homofobia que, pese a los avances logrados, sigue presente en la actualidad. Lo mismo sucede con Bilbao, pero al contrario: la homofobia, en la cinta, es una característica natural de la ciudad, uno de sus rasgos identitarios junto con la lluvia y la tristeza. No se puede entender los contextos concretos en los que sucede Maspalomas, porque no existen como tal en sus imágenes. Maspalomas es un símbolo sin un significado detrás, puesto que si, según la enunciación de la película, la libertad sexual es una característica intrínseca de la ciudad, entonces las luchas a través de las que se consiguió esa libertad en la realidad nunca sucedieron. Arregi y Goenaga querían hacer una película que visibilizase la opresión a la que sigue estando sometido el colectivo LGBTI, pero han terminado haciendo una que niega sus luchas. ♦


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