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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Orphan

    || Críticas | Venecia 2025 | ★★★★☆
    Orphan
    László Nemes
    Extraños en Budapest


    Carlos Grau
    Venecia |

    ficha técnica:
    Hungría, Francia, Alemania, Reino Unido, 2025. Título original: «Árva» (Orphan). Dirección y guion: László Nemes, coescrito con Clara Royer. Compañías: Pioneer Pictures, Good Chaos, AR Content, Mid March Media, Arte France Cinéma, Pallas Film. Festival de presentación: Festival de Cine de Venecia 2025 (Competición Oficial). Distribución en Reino Unido, Irlanda, Alemania, Austria, Suiza, Benelux, Latinoamérica y Turquía: MUBI; en Francia: Le Pacte. Fotografía: Mátyás Erdély. Montaje: Péter Politzer. Música: Evgueni Galperine, Sacha Galperine. Reparto: Bojtorján Barabas, Grégory Gadebois, Andrea Waskovics, Elíz Szabó, Sándor Soma, Marcin Czarnik. Duración: 132 minutos.

    Acostumbrados como estamos al cine del cartón piedra o del CGI (imágenes creadas por ordenador) en la reconstrucción de ciudades devastadas por la Segunda Guerra Mundial, la Budapest de Orphan es un logro remarcable, con los mejores decorados de la Europa de inicios de la segunda mitad del siglo veinte que ha visto el cine en mucho tiempo. Porque el marco de la muy esperada tercera película del húngaro László Nemes es ciertamente especifico, situándonos en la Budapest de principios de 1957, esto es, justo después de la breve revolución húngara que fue sofocada por el Ejército Rojo en menos de tres semanas, restableciendo el régimen comunista impuesto al término de la Segunda Guerra Mundial.

    Nos encontramos ante una ficción con la base autobiográfica del padre del propio director, quien a su vez perdió al suyo (el abuelo de Nemes) en un campo de concentración. En el breve prólogo del filme, el joven Andor es sacado del orfanato por su madre después del final de la guerra. Puede volver a vivir con ella. Solo del padre todavía no hay rastro. Andor lo está esperando. Se dice que terminó en un campo de concentración. Su madre lo idealiza hasta la extenuación. Un héroe, un luchador. Anhela su regreso. Lo hace durante años. Y pasamos en apenas unos minutos de 1949 a 1957, de un niño a un adolescente solitario y enfadado con el mundo. La considerable elipsis es habitual en muchas películas al comienzo de las mismas, pero es que Orphan ofrecerá continuas réplicas que supondrán el caballo de batalla del espectador, con un montaje a medio camino entre la sucesión de planos secuencia de El hijo de Saúl (2015) y la laberíntica y desorientada narrativa de Atardecer (2018).

    El director húngaro vuelve a filmar en 35mm con el ratio de 4:3 opresivo de su debut, que junto a los colores desaturados y la predominación de tonos sepia ofrecen una sensación de asfixia, acentuada por el uso del primer plano sobre largas secuencias a nuestro protagonista, uno de esos niños con rasgos faciales de adulto, la cicatriz de aquellos obligados a crecer y madurar demasiado rápido por su tumultuoso contexto vital. Un contexto cuyo punto de inflexión llegará cuando otro hombre, un carnicero grosero y corpulento llamado Berend, entra en la vida de la familia como padre (de reemplazo), trayendo horror y decepción. Andor teme y sospecha que este hombre amenazante que en nada se parece al de su mente podría ser su verdadero padre. Y durante gran parte del metraje gritará y repetirá su apellido hasta el cansancio, porque también es el suyo, porque es lo que lo une indisolublemente al hombre que nunca ha podido abrazar en un mundo de desaparecidos.

    La nueva película de Nemes parece enredarse en un difuso drama familiar en el que por momento nos falta información y por otros se nos muestra poco prolija y en especial, contradictoria. Y estaríamos en lo cierto. Todo es producto del enredo mental del niño, que percibe de manera frecuente su atribulada vida como incoherente. Un montaje que sorprende y descoloca, con sus inconexiones temporales y elipsis bruscas, como si irse a dormir en una casa y despertarse en otra tuviera todo el sentido del mundo. Lo es y nos lo avisa el filme con su textura granular que remite al mundo de los recuerdos. Y Nemes lo logra. Pero a un alto coste. Un riesgo que cabe poner en valor pues empuja las exigencias racionales del espectador medio, acostumbrado a una narrativa lineal y explicativa. Todo lo que no resulte convincente de Orphan es el resultado de su éxito, es víctima de su fidedigna recreación de un mundo conmocionado a través de los curiosos ojos de un niño heredero inmediato de traumas pasados.

    Andor Hirsch lucha por el derecho a su propia historia e identidad que no debe ser sobrescrita por extraños. En última instancia, la película se alinea en una fila de niños icónicos y trágicos del cine devorados por las guerras del siglo XX, como en La infancia de Iván (1962) o El pájaro pintado (2019). Su nuevo padre, a sus ojos (y no solo a los suyos) es un ogro: tiene los rasgos, la constitución, el comportamiento. E incluso el andar de un ogro. Una suerte de enfurecido Tony Soprano que, cuando sube al pequeño ático de su casa, parece triplicar su tamaño evocando al falo gigante de Beau tiene miedo (2023) o al legendario contrapicado en Ciudadano Kane (1941) a Orson Welles, filmado con una cámara taladrada bajo el suelo. En Orphan, la posibilidad de descubrir la guarida de la bestia representa también la amenaza del fin de la inocencia, asimismo simbolizada al inicio del filme con una pistola que se extrae de la tierra, en una de las muchas visitas al pasado. Todavía está aguda, todavía puede disparar. Y estaremos ante la famosa pregunta de si también se disparará en el último acto, acorde al principio narrativo del arma de Chéjov.

    Pero los traumas generan siempre un pasado con huecos en la narración. Y con altibajos. El realizador húngaro le añade frustración por la resolución anticlimática de alguna secuencia. Todo ello es un goteo paulatino que hubiera abatido casi cualquier largometraje, pero que sale aquí airosa por su espectacular diseño de producción y por la fuerza de la mirada de Andor, interpretado por el debutante Bojtorján Barabas. La verdad que habita en ella es la mirada del propio director ante la historia de su familia. Una verdad con fantasía infantil puede incluir un parque de atracciones, que en Orphan encauza la narración hacia un suspense y un thriller que recuerda no solo en lugar sino en modo a Extraños en un tren (1951) de Alfred Hitchcock, con ese toque onírico desde el que los niños perciben su entorno. Un pesadillesco cuento de hadas, un soft horror en el que un ogro y un niño, antes desconocidos, parecen condenados a entenderse en la exigente transposición a la pantalla, una vez más, de los traumas de la nación de László Nemes. ♦


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