Carlos Galván (José Sacristán) recita un monologo en la maravillosa El viaje a ninguna parte (Fernando Fernán Gómez, 1986) que podríamos considerar perfectamente como uno de los mejores de la historia de nuestro cine. La película constituye un claro homenaje a los artistas y cómicos del teatro ambulante. En Cavaluenga, uno de los muchos pueblos por los que estos cómicos pasaban para hacer sus actuaciones, surgen diferencias con los campesinos del lugar para participar como extras en una película que las gentes del cine van a rodar en el pueblo. Sacristán, con su magistral dicción, decía algo parecido a esto: ¿Dónde está el maná de los cómicos? En que tierra caerá que sea nuestra si nosotros no somos de ninguna parte. Somos…del camino. Cuando el pueblo del señor iba hacia la tierra prometida ni siquiera iba por un camino, iba por un desierto, por eso no salió nadie a decirles ese maná es mío, ese pan de los cineastas es mío. La escena, que todos los amantes del cine y del teatro deberíamos ver al menos una vez en nuestras vidas, me lleva a pensar en los monólogos, como fugas y escapes de un mundo cruel que solo nos deja respirar en sueños. Y de monólogos va la cosa.
En El Banner (Tomás Terzano, 2025), Rafael Crivelli (soberbio Marcelo Subiotto), es el dueño de una pequeña editorial. El McGuffin de la historia es un banner que debe estar listo antes de la presentación de un proyecto importante junto a una compañía peruana. El enorme cartel supone la excusa para que su director recorra con nervio y pulso las calles y rincones de la ciudad de Buenos Aires, y convierta su película en una odisea en el que el paisaje urbano engulle y delimita al protagonista. La ansiedad de nuestros días y el nerviosismo constante muestran el periplo de un hombre pegado a un teléfono, que no para un segundo dada las circunstancias. La cámara recorre y abraza esa necesidad alternando panorámicas con la cámara en mano que subrayan el movimiento frenético y alocado de Rafael. Lo mejor de El Banner está en el simbolismo de su propuesta tomada desde una perspectiva cómica no exenta de humor negro. Y sí, como en El viaje a ninguna parte aquí también Rafael prepara a conciencia un discurso que acaba recitando delante de sus hijos de una forma sincera y personal. Lo paradójico será que esas mismas palabras ya las recitaron otros, en este caso, como bien dice su hija, Michael Keaton en una gala de los Globos de Oro. Un gesto divertido que se hace eco del sarcasmo de una vida sin descanso en el que la vorágine de nuestros días nos agota y nos derrumba. El Banner es mucho más que eso, un cortometraje de diversas capas y rostros, y un trabajo acertadísimo acerca del miedo al fracaso y la crisis de mediana edad.
El paisaje es también el marco esencial de Donde se quejan los pinos (Ed Antoja, 2024), un ejercicio de estilo con influencias del western. Un supuesto crimen en una comunidad rural nos hace retroceder hasta los sucesos que desencadenaron la tragedia. La historia juega con esa narrativa circular que filtra diferentes perspectivas hasta dar con la clave del misterio. Un trabajo esforzado, de muy buena fotografía y unos excelentes Ramón Barea y Francesc Orella enfrentados en un duelo muy singular que evoca por supuesto a los de los enemigos y rivales de esos westerns a los que hacíamos mención antes.
Atom & Void (Gonçalo Almeida, 2024), explora los secretos de la mejor ciencia ficción a través del periplo de una araña como única superviviente de un entorno hostil y desértico. Almeida juega con destreza en el campo de la mejor serie B y una capacidad asombrosa de mantener la atención y curiosidad del espectador. Asimismo una fotografía espectacular y un sugerente diseño artístico integran un formato concept de horror y fantasía con reminiscencias al cine de Mario Bava o las películas de bichos de los años 70 y 80. Una obra inquietante en el que también destaca su banda sonora (André Carvalho), cimentada en voces y coros que empujan a la araña y que nos sumergen en su oscura y fascinante atmósfera.
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Para fascinante las oníricas y poéticas imágenes de Ne me quitte pas (Karim Huu Do, 2024), en donde el pasado persigue y castiga la mente de Matthias (David Kammenos), antiguo soldado destinado en el Congo Belga. Sorprende el virtuoso trabajo de dirección, acercándose a los logros de grandes cineastas con esos pasajes oníricos que dudan entre la vigilia o el sueño y la realidad. Su película bebe de la estética y aliento del mejor Terrence Malick, esas panorámicas de belleza y romanticismo perdidas en el horror de la guerra, pero sobre todo se perfila como heredera del mejor cine de Alain Resnais, a la hora de transitar los mecanismos de la memoria y alternar los tiempos pasados y futuros en una rueda laberíntica de trazos y pensamientos. Ne me quitte pas es un filme crepuscular, que rastrea la naturaleza humana, trémulo, de gran virtuosismo escénico. Un torbellino de ideas e imágenes que alternan el color con el blanco y negro y los cambios de formatos, del scope al cuadro más estrecho, en una dimensión puramente cinematográfica.
Urtajo (Miguel Ángel Marqués, 2025), participa del constructo de un cine ceñido a la realidad de la corrupción política, lo hace en la línea de las últimas obras de cineastas importantes como Rodrigo Sorogoyen. El cortometraje se apoya y muy bien en la figura de su actor principal (José Luis García Pérez), que no solo conduce, sino vehicula y equilibra todo el filme. El realizador mantiene la tensión por medio de las conversaciones telefónicas con el manos-libres dentro del coche, con una cámara nerviosa que se mueve y emula el nerviosismo de su protagonista. La trama no anda muy lejos de cualquier suceso de nuestro día a día, una crítica voraz a las terribles consecuencias de los actos políticos y empresariales.
Para el maestro del cine portugués Manoel de Oliveira el texto, la ópera y el cine son análogos y se ligan por medio de la palabra que es el elemento común. Esa convicción estética de un cineasta modelo para todas las generaciones de la cinematografía portuguesa, sirve para proyectar la idea de que la imagen se construye de una manera teatral gracias a un estricto rigor compositivo en el que los actores se mueven lentamente como en cuadros o pinturas. En la sobresaliente A medida que fomos recuperando a mae (Gonçalo Waddington, 2024), los actores acometen la naturalidad escénica sentados la mayor parte del metraje alrededor de una mesa, dejándose habitar por la palabra en una representación teatralizada en el que cada uno adopta una voluntad o ritualidad distinta. El polifacético actor portugués Gonçalo Waddington (habitual de las películas de Miguel Gomes o Tiago Guedes), también guionista y director, es el realizador y protagonista de este, más bien mediometraje, que colinda con las dramatizaciones de un cine de identidad portuguesa próximo al citado Oliveira, pero también contiguo a todas las tradiciones literarias de la cultura europea. Una película que versa sobre la identidad, el vacío de cómo afrontar una perdida dolorosa y los núcleos dispares de familias monoparentales. Un drama en el que la transformación adopta gestos espectrales de apariencias extrañas y surrealistas. Waddington elige un andamiaje fílmico con predominio de planos medios y primeros y una cuidada dirección de actores infantiles y juveniles. A medida que fomos recuperando a mae ha sido la ganadora de los premios Sophia, los Goya portugueses, al mejor cortometraje de ficción, y coloca en un lugar de privilegio a un cineasta con mucho por decir y transmitir tanto delante como detrás de la cámara.
All you need is love (Dany Ruiz, 2025), supone el cierre y punto final de las sesiones oficiales del festival. Una comedia, no exenta de crítica, que transcurre todo el tiempo entre las paredes de una sola habitación. Asunción (Olivia Lara), y Mari Carmen (Carmen Calle), son dos chicas que sueñan con pertenecer a la Sección Femenina de la Falange, sin embargo, la irrupción de Los Beatles en España cambia el sentido de sus convicciones desencadenando una pasión imposible de frenar. El fenómeno cultural y mitológico del famoso grupo británico sirve a su director para filmar un cortometraje muy divertido, fidedigno retrato de una época, que funciona mejor gracias al excelente timing de sus dos actrices protagonistas.
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