|| Críticas | Karlovy Vary 2025 | ★★★★☆ |
A vida luminosa
João Rosas
Surge la vida
Aarón Rodríguez Serrano
ficha técnica:
Portugal, Francia, 2025. Título original: «A Vida Luminosa». Dirección y guion: João Rosas. Compañías: Midas Filmes, Les Films de l’Après‑midi. Festival de presentación: IndieLisboa 2025; también compitió en el Festival de Karlovy Vary 2025. Distribución en Portugal: Midas Filmes. Fotografía: Paulo Menezes. Montaje: Luís Miguel Correia. Sonido: Olivier Blanc; montaje de sonido: Elsa Ferreira; mezclas: Laure Arto. Dirección de arte: Cláudia Lopes Costa. Producción ejecutiva: Mónica Noronha. Productor: Pedro Borges. Co‑producción: François d’Artemare / Les Films de l’Après‑midi. Reparto: Francisco Melo, Cécile Matignon, Federica Balbi, Gemma Tria, Ângela Ramos, Francisca Alarcão, Margarida Dias. Duración: 99 minutos. Formato: DCP, 4K, color. Idioma original: portugués.
Portugal, Francia, 2025. Título original: «A Vida Luminosa». Dirección y guion: João Rosas. Compañías: Midas Filmes, Les Films de l’Après‑midi. Festival de presentación: IndieLisboa 2025; también compitió en el Festival de Karlovy Vary 2025. Distribución en Portugal: Midas Filmes. Fotografía: Paulo Menezes. Montaje: Luís Miguel Correia. Sonido: Olivier Blanc; montaje de sonido: Elsa Ferreira; mezclas: Laure Arto. Dirección de arte: Cláudia Lopes Costa. Producción ejecutiva: Mónica Noronha. Productor: Pedro Borges. Co‑producción: François d’Artemare / Les Films de l’Après‑midi. Reparto: Francisco Melo, Cécile Matignon, Federica Balbi, Gemma Tria, Ângela Ramos, Francisca Alarcão, Margarida Dias. Duración: 99 minutos. Formato: DCP, 4K, color. Idioma original: portugués.
De ahí que en la película de Rosas uno se sienta un poco como en casa. Es una película cálida, llena de buenas ideas, una película llena de proyecciones y libros y citas y largos parlamentos muy bien planteados, depurada en la forma y con buenas decisiones. Es una película que atiende a los personajes cuando hablan, incluso cuando dicen cosas que aparentemente no son demasiado importantes, pero que de pronto dan paso a pequeñas revoluciones de la piel y los afectos. Es una película que niega los tópicos y que se permite cuando conviene un poco de frivolidad, de ligereza, de humor tierno. Sentirse como en casa, ya digo, que es precisamente algo de lo que los personajes del film no parecen saber gran cosa.
Decía hace unas críticas —y lo repito ahora— que uno de los grandes males de nuestra esfera cinematográfica es el anonadamiento con el que una generación se mira a sí misma. Quizá por eso la película de Rosas es tan pertinente: esquiva los llantos falsos y esa suciedad enunciativa que a menudo se confunde con la honestidad del que rueda y permite que las cosas sucedan en otra longitud de onda artística. Claro que La vida luminosa encara los problemas propios de cualquier novela de aprendizaje: la sexualidad, la soledad, la angustia existencial posadolescente, la falta de rumbo, el rechazo a los mayores, los sueños de arte, sexo y libertad. Todos hemos sido eso, de una u otra manera, la clave es cómo mirar hacia ese punto ardiente de cada biografía sin caer fagocitado por las nostalgia, la estupidez o sin romantizar lo que, como un personaje de la propia película comenta, se supone que deben ser «los mejores años de nuestra vida». Rosas consigue algo asombroso: su mirada dialoga con esa sensación afectiva, con ese momento vital, pero sin tomárselo demasiado en tiempo ni quitarle importancia. Sabe que una gran parte del futuro se construye en ese delicado hilo que permite ir dejando atrás una idea desmesurada de uno mismo para aprender a dialogar con la realidad sin quedar destruido en el intento. Ese baile tan cuidadoso, ese dejar caer el sueño para acomodarse en el propósito es algo que el cine no siempre sabe transmitir con delicadeza ni con seriedad.
Por algún momento del metraje se cita a Sartre, y no por casualidad. Aquí está la vieja idea de que el hombre es el que «hace algo» con lo que el mundo ha hecho de él. El protagonista se topa de bruces con una mujer que estudia los cementerios y descubre, en efecto, que el buen amor es el que no trae una promesa de futuro interminable, sino el que habla entre risas y besos del muerto que llega. No hay que tenerle mucho miedo, especialmente cuando se empieza a no ser joven y casi todos los errores se cometen, digámoslo rápidamente, por no aceptar que hay un muerto (nosotros) que nos acecha detrás de cada esquina. Es importante, por lo tanto, la risa y el amor: incluso en su momento de mayor tristeza, el protagonista es capaz de dejarse caer bufonescamente sobre una lápida real y fingir su propia desaparición. Por hacerlo, por saber reír con cuidado frente a la muerte, ganará la vida entera. No es poca cosa.
La película termina donde deberían acabar todas las novelas de aprendizaje: no tanto con la aceptación del fracaso, la madurez, la melancolía y todas esas cosas que tarde o temprano, con diferentes disfraces, llegan. La película termina con la promesa de un viaje, con la idea de que se puede seguir caminando incluso cuando lo que más pesan son las promesas que nos hemos formulado a nosotros mismos. Es un final bellísimo, lleno de luz y de optimismo, atípico de ese cine anonadado del que hablaba antes.
A partir de este fogonazo dulce final, es probable que Rosas pueda grabar cualquier película, que pueda seguir haciendo un cine fascinante y lleno de grandes personajes. Hay que ser muy inteligente para cerrar así una película. Hay que tener, por qué no decirlo, una capacidad inusual para comprender la fuerza del cine y de la vida. ♦
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