|| Críticas | Cannes 2025 | ★★☆☆☆
Alpha
Julia Ducournau
La confusión de lo signos
Rubén Téllez Brotons
Cannes (Francia) |
ficha técnica:
Francia, 2025. Título original: «Alpha». Dirección y guion: Julia Ducournau. Compañías: Petit Film, Mandarin & Compagnie, France 3 Cinéma, Frakas Productions. Festival de presentación: Festival de Cannes. Distribución en Francia: Diaphana Distribution. Fotografía: Ruben Impens. Montaje: Jean-Christophe Bouzy. Música: Jim Williams. Reparto: Mélissa Boros, Golshifteh Farahani, Tahar Rahim, Emma Mackey, Finnegan Oldfield, Louai El Amrousy, Ambrine Trigo Ouaked. Duración: 128 minutos.
Francia, 2025. Título original: «Alpha». Dirección y guion: Julia Ducournau. Compañías: Petit Film, Mandarin & Compagnie, France 3 Cinéma, Frakas Productions. Festival de presentación: Festival de Cannes. Distribución en Francia: Diaphana Distribution. Fotografía: Ruben Impens. Montaje: Jean-Christophe Bouzy. Música: Jim Williams. Reparto: Mélissa Boros, Golshifteh Farahani, Tahar Rahim, Emma Mackey, Finnegan Oldfield, Louai El Amrousy, Ambrine Trigo Ouaked. Duración: 128 minutos.
Titane, en fin, no era polisémica, era contradictoria, estaba compuesta por piezas antagónicas, de difícil ensamblaje, que se movían con cierta independencia ofreciendo una serie de posibles lecturas que se contraponían y se quitaban la razón las unas a las otras más veces de las que se complementaban. De forma aislada, cada una ofrecía una serie de ideas sólidas; vistas en conjunto, como totalidad, el discurso era por momentos problemático y por momentos contradictorio. Alpha, directamente, resulta ilegible: las preguntas que plantea quedan claras, las respuestas que ofrece son una maraña de esbozos independientes e incompatibles. Ducornau abre la película con un plano detalle del brazo de Amin: la carne está llena de heridas de jeringuilla. Antes siquiera de ver su rostro, de escucharle hablar, moverse, relacionarse con los otros, la cineasta ya ha definido una parte de su identidad: en el cine de la autora de Crudo, un segmento del yo está inscrito directamente en el cuerpo del sujeto. Amin tiene problemas de drogadicción y los brazos llenos de heridas, Alpha se ha tatuado una A en el hombro con una aguja sin esterilizar y un virus que convierte en estatuas de mármol a sus portadores está dejando miles de muertos al día. Ducournau no llega a aclarar nunca cómo se transmite el virus, pero parece que uno de los medios de contagio es la sangre. Aunque no se sabe con certeza el año en el que sucede la acción de la cinta, algunos elementos —los teléfonos analógicos, por ejemplo— sugieren una horquilla temporal que abarca los ochenta y parte de los noventa; es decir, el virus imaginado por la cineasta es una analogía del sida, recurso, por otra parte, bastante trillado en el cine de terror. El interés de Ducournau por las resonancias que la existencia del virus provoca en la sociedad y no tanto por el virus en sí aleja, la película del lugar común.
Y es que esa parcela de la identidad que está inscrita en el yo está condicionada por la mirada de los otros. Al menos, eso sugiere la película en algunos momentos: la percepción que los compañeros de Alpha tienen de ella cambia radicalmente cuando se enteran de que puede ser portadora del virus. Las acciones de la protagonista terminan definidas por la rabia con la que responde a los comportamientos violentos de sus compañeros, y el tatuaje se convierte en un pesado estigma. Entonces, ¿es el cuerpo una tabula rasa sobre la que los ojos de la sociedad construyen el yo del individuo? ? Según algunas imágenes concretas de Alpha, no. . Ducournau fuerza en muchas ocasiones los primeros planos que filma de su protagonista para que su tatuaje permanezca dentro del encuadre. Da igual que Alpha esté en su casa hablando con su madre, protegida del odio irracional de quienes la ven no como una persona, sino como un foco de infección: el tatuaje está ahí, en la esquina inferior derecha de la composición, presionándola y oprimiéndola, operando, esta vez, como un símbolo del que no puede librarse ¿La identidad utiliza el cuerpo como materia eminentemente simbólica sobre la que construirse? Tampoco, puesto que los personajes infectados por el virus se convierten en estatuas y mueren con total independencia tanto de la mirada de los otros como de lo que sus músculos y huesos pueden expresar en un campo metafórico.
Los signos, como se puede observar, están en constante contradicción. Ducournau no utiliza la pantalla como cuaderno de pruebas, como espacio en blanco sobre el que escribir posibles respuestas a la pregunta (¿cómo se construye la identidad?) que ordena las —por otro lado, desordenadas— imágenes, sino que afirma y afirma, propone con total seguridad diferentes tesis reducidas a aforismos, retazos para una argumentación nunca terminada ni llevada a sus últimas consecuencias. La familia y el lenguaje también son presentados —y posteriormente negados— como posibles condicionantes de la identidad. La variable que Ducournau no introduce en ningún momento —como tampoco lo hacía en Titane— es la de la clase social. Dicha omisión no es la única decisión que resulta problemática: el empeño de la directora en presentar cualquier disidencia del binarismo encerrada dentro de la silueta de lo “monstruoso” y --esto es lo más preocupante-- de lo “enfermizo” refuerza aquello pretende criticar. Además, hay momentos en los que parece que su fijación por los cuerpos lacerados responde a un deseo de provocación antes que a la intención de ruptura con el sistema que, precisamente por el carácter no normativo de sus físicos, oprime a sus personajes. Hay otros momentos en los que parece que su fijación por la carne lacerada responde a un deseo de provocación antes que a la intención de ruptura con el sistema. De la intrincada confusión de los signos que convierte Alpha en un organismo contradictorio hasta la pura afasia surgen sus demás problemas: a saber, enormes agujeros de guion que añaden más dudas a las imágenes, desplazamientos en el tiempo innecesarios, que van en contra de la lógica de la narración, puntuales momentos en los que la expresividad de la puesta en escena desaparece por completo, abusiva utilización de la música extradiegética para forzar las emociones de los espectadores, y un final pretencioso y gratuito. ♦
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