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Los malditos
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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Blind Love (失明)

    || Críticas | Las Palmas 2025 | ★★★☆☆
    Blind Love
    Julian Chou
    Imágenes en el infierno


    Rubén Téllez Brotons
    Las Palmas |

    ficha técnica:
    Taiwán, 2025. Título original: «失明» («Shi ming»). Dirección: Julian Chou. Guion: River Wu, basado en el relato corto «Blindness» de Essay Liu. Producción: Chen Pao-ying. Compañías: Flash Forward Entertainment y Gray Wolf International Film Production Company. Fotografía: Tamás Dobos. Montaje: Chen Po-wen. Música: Chris Hou. Diseño de producción: Lee Tien-Chueh. Diseño de sonido: Sidney Hu. Reparto: Ariel Lin (Shu-yi), Wu Ke-xi (Xue-jin), Jimmy Liu (Han), Frederick Lee (Feng), Moon Lee y Wang Yu-xuan. Duración: 145 minutos.

    La imagen como herramienta que congela y expone los mecanismos que mueven la cotidianidad, aquellos que resultan imperceptibles para el ojo humano debido al carácter efímero del gesto que motivan, del gesto en el que su existencia se explicita. La imagen como entidad que, al cristalizar y amplificar un fragmento de la realidad, revela aquello que la emoción —en cualquiera de sus variantes— subjetiva que embarga el presente, ese flujo temporal lineal carente de cortes y de pausas, no permite apreciar en toda su enorme magnitud. Un movimiento no es un organismo aislado que opera con completa independencia de cuanto ha sucedido en el pasado ni de lo que está sucediendo alrededor suyo, es por ello por lo que en muchas ocasiones resulta imposible observar y comprender con una distancia mínima que asegure un análisis racional el modo en que un cruce de miradas, un beso o un encuentro fortuito con un desconocido —por poner tres ejemplos que suceden en Blind Love— pueden producir diferentes estallidos emocionales que condicionan el devenir del día a día. La imagen es, por tanto, un microscopio que captura aquellos signos del pasado que definieron un presente convertido, en el instante mismo en el que es filmado o fotografiado, en memoria. Esa es la idea germinal de Blind Love, la primera película de Julian Chou. En la segunda secuencia de la cinta, un adolescente le pregunta a otro —que tiene el ojo izquierdo vendado debido a una reciente operación— por el sentido de las fotografías que toma, y este, lejos de responder, se coloca el móvil sobre el rostro y, con la lente ejerciendo de ojo biónico, toma una instantánea del cielo: la pantalla digital —o el visor de una cámara analógica— se convierte tanto en el libro de historia que permite estudiar un acontecimiento vital —en este caso, íntimo— con antecedentes y resonancias como en el lenguaje que se utiliza para traducir una forma de mirar y convertirla en un signo.

    Las fotografías tomadas a lo largo de las dos horas y media de metraje de Blind Love ejercen de catalizadores narrativos que, por un lado, sustentan una gran parte de la carga discursiva de la cinta, y, por otro, rompen la monotonía de la rutina de los diferentes personajes provocando cruces, encuentros, separaciones y silencios que recogen los ecos de todo cuanto había sucedido en un pasado transformado en fuera de campo para cuestionar la aparente solidez de un presente a todas luces asfixiante. Blind Love es una obra lánguida y mutante que se articula en torno a una serie de imágenes que le dan coherencia y organicidad a las múltiples vías narrativas que se mezclan una vez que han desbordado el fino cauce por el que se movían al inicio. La propia puesta en escena se ordena según la concepción de la imagen descrita al inicio del texto. Salvo en las secuencias finales, que se ven ensuciadas por un tono melodramático excesivo y exagerado que termina rompiendo el fino equilibrio que sostenía cada plano, la película se adscribe dentro de un registro cerebral que prioriza el desvelamiento de aquello que se oculta bajo la superficialidad silenciosa de una familia con —en apariencia— pequeños problemas de comunicación provocados por la dificultad para compatibilizar horarios, antes que la amplificación de las emociones viscerales que esa otredad, que esos elementos y estructuras ocultas, que generan la angustia de los protagonistas.

    Así, la directora ofrece maravillosos hallazgos de puesta en escena utilizando las líneas de las estructuras arquitectónicas entre las que se mueven sus criaturas como manifestaciones físicas de las injustas barreras sociales que los aíslan; o exprimiendo la frontalidad de las composiciones generales para transformar unas viejas escaleras en el silencioso escenario casual en el que se enciende el nervio del deseo; o desenfocando el reflejo de dos cuerpos que se aman para sugerir que la pasión es aquello que se libera cuando el contorno de los nombres y de las definiciones que enclaustran las identidades desaparece, dejando espacio para que pueda palpitar con fuerza el gesto arrebatado. Hay, durante una gran parte de Blind Love, una mirada humanista hacia casi todos los personajes que, sin embargo, no intenta en ningún momento esquivar sus zonas oscuras ni exculparlos del dolor que —en algunos casos simbólicamente— producen en las personas que los rodean. El infierno son los otros, pero en los otros también está el infierno; esa es la otra gran idea que sale a flote incluso cuando, en su ya mencionado tercio final, la película se hunde. Los aciertos en Blind Love son muchos, pero también lo son sus derrapes. A su exacerbado melodramatismo final —que incluye una innecesaria secuencia de violación filmada de forma truculenta— se le suman la futilidad de algunas subtramas que no aportan nada dramática ni discursivamente y que no hacen más que estirar la duración de la cinta, cierto maniqueísmo en la escritura del personaje del padre —excepción que confirma la regla general de la obra—, y una brusquedad en las elipsis que no siempre juega a favor. ♦


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