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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Rumours

    || Críticas | Karlovy Vary 2024 | ★☆☆☆☆ |
    Rumours
    Evan Johnson, Galen Johnson y Guy Maddin
    Un mal humor


    Aarón Rodríguez Serrano
    Karlovy Vary |

    ficha técnica:
    Directores: Evan Johnson, Galen Johnson, Guy Maddin. Guion: Evan Johnson. Director de fotografía: Stefan Ciupek. Música: Kristian Eidnes Andersen. Montaje: Evan Johnson, Galen Johnson, John Gurdebeke. Dirección de arte: Zosia Mackenzie. Intérpretes: Cate Blanchett, Roy Dupuis, Nikki Amuka-Bird, Charles Dance, Takehiro Hira, Denis Ménochet, Rolando Ravello, Zlatko Burić, Alicia Vikander.

    Algunos patinazos cinematográficos son difíciles de comprender. El equipo compuesto por los Johnson y Maddin venían de firmar, al menos, dos de las mejores películas de la última década, las titánicas The Forbidden Room (2015) y The Green Fog (2017). La primera era un prodigio de inventiva sádica, un barajeo de cuerpos y prácticas que parecía descender en picado por el abismo de la Historia del Cine. La segunda era un collage imposible, un despiporre de clips completamente descontextualizados que funcionaba como la célebre calavera de Hans Holbein y dejaba entrever tras sus torsiones nada menos que una reescritura de Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958). Ambas obras eran piezas mayúsculas, delirantes, imposibles sobre el papel y sin embargo extraordinariamente sólidas en la pantalla. Eran ejercicios de papiroflexia en el montaje que negaban una y otra vez cualquier tipo de cohesión interna.

    Y de pronto, Rumours.

    Es decir, de pronto la banalidad de algo parecido a un relato más o menos lineal, con pequeñas situaciones hilvanadas, personajes que muestran cierta evolución bufa, una lógica causal, una extraña fealdad visual en la que no se sabe si hay dinero o si hay poco dinero o qué ha pasado con la producción porque la dirección de arte está entre el bazar de «todo a un euro» y la obra de teatro benéfica de final de curso de un instituto en Winnipeg. Un cutrerío que hubiera funcionado si Maddin hubiera sido Maddin y se hubiera molestado en llevar la escritura hasta un posible límite, en lugar de proponer una dirección intragable y torpe que nada tiene que envidiar a una teleserie turca. Ha querido jugar en la división del hype y que los actores actuasen, lo que —en su cine— no tiene ni pies ni cabeza. Recuerden parte del elenco de The Forbidden Room: Udo Kier, Mathieu Amalric, Maria de Medeiros o Charlotte Rampling. Así, para empezar. Son nombres de inmensa potencia, pero confinados a un tipo de cine casi siempre arriesgado y flamígero que sabe romperse como y por donde toca. Allí funcionaban porque no actuaban, o mejor dicho, porque actuaban como marionetas descerebradas e incomprensibles, sombras de películas silentes olvidadas, quizá dioses enloquecidos de reflejarse ardiendo en nitrato de plata.

    Aquí, al contrario, tenemos rostros que vienen del cine Middlebrow (otro día abrimos ese melón) y que están acostumbrados a no fracasar jamás en sus películas: Cate Blanchett, Alicia Vikander, Denis Ménochet… ¡por dios bendito, está Charles Dance, de la casa Lannister y perpetuo enemigo fatal de Eddie Murphy! Son actores que, decía, no fracasan jamás y se muestran a la cámara con la altivez de saber lo que hacen, de saber que caerán de pie y que se pueden permitir, en fin, la golosina de reírse un ratito, en voz baja y sin demasiado estruendo, del G7. Es una película «política» filmada por unos autores «de calidad», signifique eso lo que signifique. Y claro, el desastre resulta mayúsculo porque un estilo de interpretación —y de dirección de actores— es absolutamente incompatible con una trama (involuntariamente) mal escrita y mal rodada. Es, por decirlo muy rápidamente, como si hubiéramos cogido a todos esos actores y los hubiéramos lanzado al Trabajo Fin de Master de un estudiante no demasiado dotado.

    Ciertamente, Rumours no es una película política. No puede leerse en términos concretos de acción o de comprensión del mundo. En términos formales, es tan previsible y tan poco inspirada que como artefacto crítico resulta inútil. El propio Evan Johson —que, se supone, «escribió» el guion en solitario— parece darse cuenta de lo mal que le salen las cosas que incluso incorpora un gag al respecto cuando uno de los actores intenta hacer una lectura geopolítica de los acontecimientos del film. Aquello es un dislate y demuestra que, simple y llanamente, la película apunta a una especie de mal «general», abstracto, un mal de andar por casa del que podemos reírnos con cierta distancia porque, en fin, qué vamos a hacerle. Y me atrevería a sugerir que, quizá, eso es precisamente lo contrario de lo que deberíamos esperar de un film político.

    Llegando al meollo de la cuestión, la película no funciona ni como film fantástico, ni como film político, ni como sátira, ni siquiera como película «de autor» (de nuevo: signifique eso lo que signifique). Simple y llanamente: no funciona. Se hace pesada a pesar de su paso lineal y aparentemente fácil de seguir. Se hace absurda pese a su supuesto humor absurdo. Languidece y languidece hasta que termina en un final que parece celebrar el apocalipsis, en lugar de molestarse en ofrecer ninguna alternativa posible o, al menos, alguna lectura de cierta inteligencia. En lugar de eso, es mejor resumirlo todo en reírse del idioma sueco, hacer bromas sobre los chatbots y encogerse de hombros.

    Maddin y los Johnson tenían el micro, la atención, los actores, parte del dinero… y decidieron soltar una sonora flatulencia visual. Una pena, una oportunidad perdida, una lástima. Afortunadamente, uno no está ya para hacer de plañidera del cine y puede pasar a otra cosa con la alegría de saber que, proyecten lo que proyecten en la sala de al lado, probablemente merezca mucho más la pena. ♦

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