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    Cine Alemán Siglo XXI

    Especial Sitges 2024: memoria de la sección oficial a competición | Parte II

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    Especial Sitges 2024 | Parte II

    Después de reseñar dieciséis propuestas en liza de la sección oficial que compitieron en la pasada edición de Sitges, volvemos a la carga con un texto que, en el fondo, no es otra cosa que una secuela, una nueva entrega que empieza donde terminó la anterior. Aprovechamos, pues, para detallar –crítica por crítica y en formato breve– las claves de los dieciséis últimos largometrajes que optaron al palmarés en 2024. El repertorio, como ya es tradición en el certamen mediterráneo, vuelve a ser de lo más variopinto. Desde el humor costumbrista y absurdo del conquense debutante Enrique Buleo en la celebrada Bodegón con fantasmas, pasando por las raíces folclóricas de terror satánico de origen irlandés que Aislinn Clarke firma en la irregular Fréwaka, hasta fiascos tan sonados como Luna, una honesta y atrevida aventura espacial –que despertó risas y aplausos durante su proyección en la sala Tramuntana– dirigida por el emergente Alfonso Cortés-Cavanillas. Ahora sí, Agus Izquierdo y Carles Martinez cierran –con la ayuda inmejorable de otras firmas de la tribu antepenúltima– la más pantagruélica de las coberturas de Sitges, un festival de género que, vorágines aparte, siempre ha sabido hacer de su capa un buen sayo.

    Azrael

    ★★★☆☆

    ficha técnica:
    Estados Unidos, Estonia, 2024. Título original: Azrael. Dirección: E. L. Katz. Guion: Simon Barrett. Compañías productoras: C2 Motion Picture Group, Homeless Bob Production. Fotografía: Mart Taniel. Música: Tóti Guðnason. Producción: Simon Barrett, Dave Caplan, Dan Kagan. Reparto: Samara Weaving, Victoria Carmen Sonne, Nathan Stewart-Jarrett, Johhan Rosenberg, Eero Milonoff, Sebastian Bull, Rea Lest, Phong Giang. Duración: 86 minutos.

    Madona de venganza

    El género atraviesa distintos estratos en el cine de Adam Wingard y Simon Barrett. Desde Tú eres el siguiente (2011) –pieza clave del mumblegore y la poesía de la brutalidad con aroma underground y presupuesto ajustado– hasta incursiones tan aparatosas en el consumo de masas como la última entrega del crossover entre Kong y Godzilla. La diferencia es palpable, pero Wingard ha seguido una lógica intachable como autor-gestor aspiracional en el mercado estadounidense. Caso parecido –aunque menos acusado– es el del director neoyorquino E. L. Katz, que debutó en el neoterror indie con la enérgica Juegos sucios (2013) –aquella negrísima comedia perversa que deslumbró en Sitges– y ha acabado firmando encargos de mayor envergadura para Netflix (Pequeños delitos, 2017) y el universo DC (Swamp Thing, 2019). Su tercer largo se aleja del mainstream más llamativo y denota cierta relajación. Azrael es un cómodo survival. Una apuesta segura ante los códigos del género con una peculiaridad: las palabras están prohibidas en la distopía que retrata. Samara Weaving es la heroína perseguida por una secta del silencio liderada por una inquietante Vic Carmen Sonne que no permite hablar a sus feligreses y ofrece sacrificios humanos a unas criaturas que moran en el bosque. Esto da lugar a estallidos de gratificante violencia que forjan a Weaving como loba vengadora en un sanguinolento clímax donde se erige en madona del apocalipsis como si fuera un motivo gótico-cute de la Virgen con niño y aureola incluida. No falta simbolismo ni ironías en este relato puntuado con fragmentos de la Epístola de Romanos del Nuevo Testamento, pero Katz siempre pisa sobre seguro, delimitando su malsana mitología y descuidando el desarrollo de algunos personajes. Azrael es cine diver sobre la América fanática, pero se recuerda como un dulce sabroso, no como una gran merienda. | Carles Martínez Agenjo.

    Bodegón con fantasmas

    ★★★★☆

    ficha técnica:
    España, Serbia, 2024. Título original: Bodegón con fantasmas. Dirección: Enrique Buleo. Guion: Enrique Buleo. Compañías productoras: Cuidado con el Perro, Quatre Films, Sideral Films, This and That Productions. Fotografía: Gina Ferrer. Música: Sergio Bertran. Producción: Juan Cavestany, Álvaro Fernández Armero. Reparto: Consuelo Trujillo, Fernando Sansegundo, Ferran Gadea, Enric Benavent, Eduardo Antuña, Bianca Kovacs, Jordi Aguilar, Núria Mencías, Pilar Mata. Duración: 88 minutos.

    Fantasmas en un cuadro costumbrista

    Como suele suceder en las obras antológicas, hay capítulos brillantes y otros más prosaicos, pero lo importante es que todos forman parte de un dispositivo que, a través de la inclusión –sin hacer ningún tipo de énfasis en su carácter irracional— de lo esotérico dentro de un marco de representación realista, lo desmitifica, descompone toda la mitología que hay a su alrededor para dejar a la vista únicamente su columna vertebral y la médula absurda que la recorre. Una posesión espectral es una fuente de placer y los fantasmas ya no dan miedo, sino que son meros ejercicios de trilerismo con los que unas personas pretenden sacar el dinero suficiente para evitar que el banco se quede con su casa, o una silueta decolorada que no tiene intención alguna de causar daño a los vivos. La ruptura que Buleo hace del aura telúrica que caracteriza este tipo de creencias atávicas e infundadas es total y, en consecuencia, su acercamiento a ellas es tan original como sugerente. A esto se le tiene que sumar que su mirada humanista, el cariño con el que observa a sus personajes, entronca a la perfección con unos gags en los que la ternura que siente hacia el mundo que retrata se hace palpable y se traslada a los espectadores. El resultado es una película tan divertida y ligera, como interesante en su aproximación a dos géneros en principio opuestos. | Rubén Téllez Brotons. [Seguir leyendo].

    Meanwhile on Earth

    ★★★☆☆

    ficha técnica:
    Francia, 2024. Título original: Pendant ce temps sur Terre. Dirección: Jérémy Clapin. Guion: Jérémy Clapin. Compañías productoras: One World Films, Auvergne Rhône-Alpes Cinéma, France 3 Cinéma, Carcadice, UMédia. Fotografía: Robrecht Heyvaert. Música: Dan Levy. Producción: Marc Du Pontavice, Luc Bricault. Reparto: Megan Northam, Dimitri Doré, Sébastien Pouderoux, Catherine Salée, Sam Louwyck, Arcadi Radeff, Sabine Timoteo. Duración: 89 minutos.

    Audífono marciano

    Si hay algo que Jérémy Clapin ha demostrado sobradamente es su maestría de montaje para hilvanar presente y pasado en una misma mirada. ¿Dónde está mi cuerpo? (2019) nos descubrió a un poeta de la animación. Las sensaciones y recuerdos de una mano cortada que escapa de un laboratorio para buscar su dueño cristalizaron en un debut imprescindible. Para los más atentos y atentas, el genio de este director galo se remonta a sus cortos anteriores. Para muestra, Skhizein (2008), aquella inspirada metáfora de la depresión –premiada en Cannes y Annecy– sobre un joven que, tras sufrir el impacto de un meteorito, se ve condenado a vivir desplazado 91 centímetros de su cuerpo. Sobran los motivos para sembrar la expectativa ante el nuevo trabajo de Clapin. Más aún si en Meanwhile on Earth es la primera vez que hibrida personajes animados con otros de carne y hueso, pero sería absurdo exigirle versos grandes al poeta. Ahora bien, no está de más apuntar que este drama de amor fraternal de proyección intergaláctica sintoniza con la gracia de un modo desigual. Sabia es la decisión de que la entidad alienígena que contacta con Elsa (Megan Northam) para chantajearla –reclamándole víctimas aleatorias si quiere recuperar a su hermano desaparecido en una misión espacial– quede arrinconada en un radical fuera de campo. Barnizando la atmósfera con el rock melódico de Pierre Belleville y Joe Duplantier, Clapin opta por la contención, destilando lo anómalo –como un angustiante audífono parasitario– gota a gota. Más problemático resulta el manido dilema moral que esboza –¿para salvar una vida hay que matar otras?– y que renuncie al sentido del humor. No le hubiera venido mal revisar la ingeniosa Stuck on earth (2010) de David Klass o la delirante V (1983) de Kenneth Johnson. | Carles Martínez Agenjo.

    Luna

    ★★☆☆☆

    ficha técnica:
    España, 2024. Título original: Luna. Dirección: Alfonso Cortés-Cavanillas. Guion: Jorge Navarro de Lemus, Elena Martínez. Compañías productoras: La Caña Sisters, La Caña Brothers. Fotografía: Eduardo Mangada. Música: Carlos M. Jara. Producción: Román Constenla. Reparto: Asier Etxeandia, Greta Fernández, Asier Flores, Marta Larralde, Jaime Martín, Nur Olabarria, Roberto Álamo, Marian Álvarez. Duración: 96 minutos.

    Astronautas en apuros

    De la misma forma que sería absurdo exigirle un diez al poeta, también lo es ensañarse con el artista entusiasmado que sube al escenario sin miedo al ridículo. Esto no quita que Luna sea lo más parecido a un viaje sin frenos, una artificiosa space opera de reparto coral, más cercana a la excusa de una fallida expedición privada de astronautas que a la tragedia existencial que se empeña en ser. Por mucho que su director Alfonso Cortés-Cavanillas mencionara en rueda de prensa la meditabunda Moon (2009) como referencia capital, la órbita de su quinta ficción se desplaza hacia un imaginario astronómico de alcance popular sin novedad en el frente. Desde la fragmentación del relato en cuatro capítulos –que obedece a las fases lunares– y situaciones provocadas por la falta de oxígeno –en la línea canónica de Destination Moon (1950) y una lluvia de meteoritos como remedo low-cost de Gravity (2013)– hasta una cita al cráter Gassendi y la entonación estereotipada de temas de karaoke entre camaradas como Un beso y una flor de Nino Bravo y el Out of Time de los Rolling. El grupo de caminantes, atrapados en sus trajes, obedece al simple modelo narrativo –la líder heroica, la científica errática, el fortachón colérico, la principiante vulnerable– lejos de toda naturalidad. Que el personaje de Greta Fernández sea la primera streamer cósmica es una actualización perezosa, pero el problema más grave es que los diálogos no sirven para ahondar en el miedo, el esfuerzo y sacrificio de los astronautas que deben encontrar sentido a su existencia, sino para caer en el subrayado constante. Si Luna brilla en algún punto es en los claroscuros de la fotografía de Eduardo Mangada, que aísla las emociones del rostro en la negrura de lo desconocido. | Carles Martínez Agenjo.

    Fréwaka

    ★★★☆☆

    ficha técnica:
    Irlanda, 2024. Título original: Fréwaka. Dirección: Aislinn Clarke. Guion: Aislinn Clarke. Compañías productoras: Cine4, DoubleBand Films, Fís Éireann, Wildcard Films. Fotografía: Narayan Van Maele. Música: Die Hexen. Producción: Diarmuid Lavery, Patrick O'Neill, Michael Hewitt. Reparto: Clare Monnelly, Bríd Ní Neachtain, Aleksandra Bystrzhitskaya, Clare Barrett, Charlotte Bradley, Tara Breathnach. Duración: 103 minutos.

    El diablo en la colina

    Qué insólita es la nueva película de Aislinn Clarke. Fréwaka sólo necesita un plano para quedar sellada en la memoria. La apariencia de un hombre de cabellos blancos y traje oscuro en lo alto de una colina bastaría para culminar un buen recital satánico si no fuera porque lo que se narra antes de esta imagen discurre con suma irregularidad. Fréwaka quiere ser demasiadas cosas a la vez. El tránsito emocional de la enfermera Siúbhán (Clare Monnelly), instalada en una solitaria mansión para cuidar de una mujer en situación de vulnerabilidad –la Sra. Peig, interpretada por una desmelenada Bríd Ní Neachtain– se solapa con el síndrome de estrés postraumático que sufre la protagonista, afectada por la muerte de su madre. Por si no fuera suficiente, cuestiones tan vigentes como la mala gestión de las instituciones ante la salud mental y la soledad no deseada comparten mesa con el silencio de la iglesia católica –tapadera sacra de las magdalene laundries– y hasta los ecos del IRA. Este variopinto abanico de temas no se desarrolla por igual. Clarke prefiere antes la pincelada rápida que detenerse en lo complejo. A veces, la dirección desluce con escenas de sótano que emulan los mecanismos de James Wan como ya ocurría con su anterior propuesta, The Devil’s Doorway (2018), un destilado entre la saga de los Warren y [REC] (2007). Más acertado es el descenso enfebrecido de Siúbhán mediante una atmósfera cada vez más paranoica que, reforzada por la música de Die Hexen, aprovecha la mitología gaélica –la leyenda del secuestro de nupcias, las hadas Sídhe y el anillo de Claddagh, símbolo de amor y lealtad– para infectarla de oscuridad. Está claro que el imaginario de Clarke es poderoso. Otro cantar es su forma de conjurar el terror. | Carles Martínez Agenjo.

    Call of Water

    ★★☆☆☆

    ficha técnica:
    Francia, 2024. Título original: Par amour. Dirección: Élise Otzenberger. Guion: Maude Ameline, Mauricio Carrasco, Élise Otzenberger, Louise Groult. Compañías productoras: Mamma Roman. Fotografía: Ludovic Zuili. Música: Robin Coudert. Producción: Marine Bergere, Romain Daubeach. Reparto: Cécile de France, Darius Zarrabian, Arthur Igual, Navid Zarrabian. Duración: 90 minutos.

    Un erizo en la pecera

    Parece mentira que, en una ficción con cuatro guionistas acreditados, la escena más climática, en vez de abrumar, resulte una imitación simpática de Take Shelter (2011). Si en la apocalíptica película de Jeff Nichols, la mirada atónita de una familia de Ohio frente a un tsunami revelaba en el padre –inmenso Michael Shannon– al profeta contemporáneo; cualquiera diría que la directora francesa y antes actriz Élise Otzenberger propone en Call of Water la variación teen del mismo desenlace. Una familia parisina descubre en una playa lo que su hijo Simon lleva semanas queriendo expresar: la vida extraterrestre está a la vuelta de la esquina. Esto plantea una diferencia evidente. Los ovnis y el fin de los días no siempre coinciden, pero la gramática de ambos desenlaces es harto parecida. En última instancia, todo se resume en un grupo de miradas, una espera y un contraplano de lo extraordinario como punto final. Ahora bien, donde Nichols apostó por el criptograma, preservando el enigma sobre la fe y la verdad, Otzenberger renuncia a la complejidad, al irresistible ardor de la incógnita para conformarse con los parámetros de un drama familiar centrado en la cálida alianza entre una madre empática (Cécile de France) y su hijo incomprendido. Simon (Darius Zarrabian) tiene 9 años y empieza a obsesionarse con el agua. Tras desaparecer en el mar una mañana de verano, regresa distinto. Su forma de recogerse, de atender a señales que sólo él recibe, de creer en fuerzas que escapan de lo real, se acerca al Shannon de Take Shelter e incluso a la mística de Richard Chamberlain en La última ola (1977). Es una pena que Oztenberger desaproveche los elementos de que dispone –como un erizo alienígena convertido en mascota de pecera– y aborde el fantástico como recurso accesorio. | Carles Martínez Agenjo.

    Night Silence

    ★★☆☆☆

    ficha técnica:
    Polonia, 2024. Título original: Cisza nocna. Dirección: Bartosz M. Kowalski. Guion: Bartosz M. Kowalski, Pawel Maslona, Mirella Zaradkiewicz. Compañías productoras: Agencja Kreacji Filmu i Serialu TVP, Carnage Corp Films, Film It, Plan Zet, Polski Instytut Sztuki Filmowej. Fotografía: Cezary Stolecki. Música: Radzimir Debski. Producción: Dariusz Pietrykowski, Mirella Zaradkiewicz. Reparto: Maciej Damiecki, Zdzislaw Wardejn, Wlodzimierz Press, Anna Nehrebecka, Sebastian Stankiewicz. Duración: 112 minutos.

    Miedo a los monstruos

    Recién llegado a una residencia geriátrica en Polonia, el octogenario Lucjan –interpretado por el veterano Maciej Damiecki– recorre las instalaciones guiado por una enfermera que le pregunta: ¿es usted un búho o una alondra? Desorientado, no sabe qué responder, pero la película no tarda en revelar que la franja que importa no es la de los pájaros diurnos, sino las sombras de la noche. Es entonces cuando jardín, comedor y escaleras cobran una dimensión sombría que no tiene que ver con las rutinas de la mañana ni la relación entre pacientes, sino con las criaturas de un inframundo que, por su apariencia mitológica, parecen salidas del universo de Harry Potter. Desde un león guardián con espalda de erizo hasta una tarántula antropomórfica con cientos de brazos y espinas en el cráneo. Estas presencias oníricas nunca llegan a trascender. Sólo enfatizan el miedo a la muerte de Lucjan, que empieza a confundir los límites de lo real. Nada sabemos de su vida anterior excepto que tiene un hijo que lo ha llevado en coche y con el que, supuestamente, mantiene una buena relación. El resto se ve intoxicado por los caminos más trillados del género. Aquellos que, por muy opacos que quieran ser, no escapan de la obviedad. Night Silence no hace diana como ejercicio de terror simbólico ni como thriller sobre los laberintos de la demencia tras la monumental El padre (2020). Si a esto le añadimos que el punto de partida del director, Bartosz M. Kowalski, consistía –según declaró en una entrevista– en reflejar lo que sintió durante los últimos meses de vida de su abuela, los monstruos empiezan a perder el sentido. Si lo que realmente quería contar era un proceso de duelo, de transitar el dolor y la ausencia, ¿dónde queda el amor y el afecto entre tanta tiniebla? | Carles Martínez Agenjo.

    Else

    ★★★★☆

    ficha técnica:
    Bélgica, Francia, 2024. Título original: Else. Dirección: Thibault Emin. Guion: Alice Butaud, Thibault Emin, Emma Sandona. Compañías productoras: Les Produits Frais, Wrong Men North. Fotografía: Léo Lefèvre. Música: June Ha, Shida Shahabi. Producción: Damien Lagogué, Benoit Roland. Reparto: Lika Minamoto, Matthieu Sampeur, Edith Proust. Duración: 100 minutos.

    Cuerpos y objetos

    Lo híbrido, lo transhumano, lo que antes fue carne y ahora es ladrillo, se apodera de las texturas de Else. El director parisino Thibault Emin logra en su debut una fascinante ópera de cámara que engasta el horror del cuerpo en un apartamento que muta en cárcel pandémica de atmósfera psicodélica. Los emergentes Edith Proust y Matthieu Sampeur interpretan a dos amantes –ella segura de sí misma y él asocial hasta la médula– que se conocen en una fiesta y pasan la noche juntos. Al día siguiente, un virus misterioso amenaza el orden mundial. Las personas empiezan a fundirse con los objetos y basta una mirada para contagiarse. A partir de un guion coescrito por Emin junto a Alice Butaud y Emma Sandona, lo íntimo da paso a lo desconcertante y lo sexual a lo mórbido en este descenso hipersensorial a los infiernos de David Cronenberg y Shinya Tsukamoto que brilla especialmente en el tratamiento de efectos visuales y sonoros. Lo mejor de Else llega cuando Emin incide con mirada de entomólogo en los cambios que experimenta el rostro, el ojo y la piel. En ocasiones, parece que se entregue a la simulación escultórica como si el cuerpo dejase atrás su naturaleza original para adoptar una forma esquiva de alucinante belleza. En sus mejores escenas, los personajes contagiados parecen la versión clubber y animada del Cristo velado esculpido en mármol por Giuseppe Sanmartino, con su cara cubierta por un Santo Sudario tan hiperrealista que parece de verdad. No es que lo mutante se vuelva místico, sino que lo apocalíptico se revela postorgánico. El buen fantástico, en definitiva, reafirma su condición hipnótica como un acceso angosto a los sueños que oprimen la mente. | Carles Martínez Agenjo.

    The Rule of Jenny Pen

    ★★★☆☆

    ficha técnica:
    Nueva Zelanda, 2024. Título original: The Rule of Jenny Pen. Dirección: James Ashcroft. Guion: James Ashcroft, Eli Kent. Compañías productoras: Light in the Dark Productions. Fotografía: Matt Henley. Música: Aminé Ramer. Producción: Catherine Fitzgerald, Orlando Stewart. Reparto: John Lithgow, Geoffrey Rush, Nathaniel Lees, Maaka Pohatu, Holly Shanahan. Duración: 103 minutos.

    El títere satánico

    Inspirada en un cuento del escritor neozelandés Owen Marshall, The Rule of Jenny Penn también llega certificada. Sin que esto sea garantía de nada, la película viene recomendada por Stephen King como ya ocurrió con La mesita del comedor (2022), pero, a diferencia de aquella malsana catábasis low cost a los infiernos de la paternidad, esta vez nos encontramos ante la segunda propuesta de un director que ha dado un salto cualitativo en términos de casting. James Ashcroft, director de aquel contundente thriller de familia en apuros proyectado en Sitges –Atrapados en la oscuridad (2021)– repite equipo de foto y guion con otro ejercicio de intriga que resalta por su duelo interpretativo entre dos titanes de la industria como Geoffrey Rush –Premio Honorífico en 2024– y John Lithgow. Es en estos términos de diálogo entre veteranos del cine contemporáneo donde Ashcroft logra sus mejores escenas. No obstante, vuelve a tropezar en lo narrativo. Si en su debut terminaba minando la personalidad de su amenazante psychokiller (Daniel Gillies) con una serie de innecesarios tópicos de infancia traumática; The Rule of Jenny Pen continúa pisando lugares comunes a través de un relato de bienvenido aroma televisivo sobre un juez retirado (Rush) que, confinado en una apartada residencia de ancianos, sufrirá el acoso de otro paciente (Lithgow) que ataca a sus vecinos con una turbadora marioneta. Punto a favor, sin duda, es la atmósfera maligna, tan inquietante como en su película anterior. Punto en contra es la simpleza del conjunto y la incapacidad de contención de un director que cae en lo redundante como si hubiera pisado la misma cáscara de plátano por segunda vez. | Carles Martínez Agenjo.

    Desert Road

    ★★★☆☆

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2024. Título original: Desert Road. Dirección: Shannon Triplett. Guion: Shannon Triplett. Compañías productoras: Filmopoly, Firebrand Media Group, Octopus, Spooky Pictures. Fotografía: Nico Navia. Música: Anna Drubich. Producción: Josh Clayton, Sam Cohan, Roy Lee, Kirk Martin, Alec Griffen Roth, Steven Schneider. Reparto: Frances Fisher, Ryan Hurst, D.B. Woodside, Kristine Froseth, Beau Bridges. Duración: 90 minutos.

    Un rizo en el asfalto

    En este Sitges de logros y decepciones, Geoffrey Rush y John Lithgow no son los únicos veteranos capaces de elevar una trayectoria emergente. La mítica Frances Fisher aporta solidez interpretativa a Desert Road. Su factura visual tampoco se queda corta gracias a dos fichajes destacados en materia de género. Primero, el productor neoyorquino Roy Lee, que se embarcó en títulos tan distinguidos como It (2017), Barbarian (2022) y El último late night (2023). El segundo, Steven Schneider, que está detrás de las aclamadas Insidious (2010) y Paranormal Activity (2007). Con este plantel de expertos en el equipo, la debutante Shannon Triplett –antes responsable de efectos visuales– se enfrenta al reto de aportar algo más al manido subgénero de bucles temporales. Precedida por directores tan relevantes como Harold Ramis en la eterna Atrapado en el tiempo (1993), Max Barbakow en la salvaje Palm Springs (2020) y más aún por el Jon Mikel Caballero de la personalísima El increíble finde menguante (2019), Triplett ha logrado al menos firmar una ciencia ficción adictiva que parte de una anécdota para alcanzar una revelación conmovedora. Kristine Froseth interpreta a una viajera que, tratando de empezar una nueva vida, queda atrapada en la carretera que atraviesa el Mojave. Tras estrellar su sedán contra una roca inoportuna, se da cuenta de que no importa la dirección que tome porque siempre acaba en el mismo sitio. Este rizo cuántico –que avanza a medio camino entre la discreta soundtrack de Anna Drubich y aquel temazo con aire de moteros tranquilos Jump into the fire de Harry Nilsson– ofrece giros inesperados y secundarios tan precisos como la Fisher en modo bruja y un enigmático Ryan Hurst. Hasta aquí las virtudes de esta parábola capriana que se nota demasiado que circula a hombros de gigantes.| Carles Martínez Agenjo.

    Sister Midnight

    ★★☆☆☆

    ficha técnica:
    Reino Unido, 2024. Título original: Sister Midnight. Dirección: Karan Kandhari. Guion: Karan Kandhari. Compañías productoras: BFI, Griffin Pictures, Suitable Pictures, Wellington Films. Fotografía: Sverre Sørdal. Música: Paul Banks. Producción: Alastair Clark, Anna Griffin, Alan McAlex. Duración: 108 minutos.

    La vampira de Bombay

    Cuesta borrar el recuerdo de Charulata (1964), de la actriz Madhabi Mukherjee encerrada en su palacio de oro y su camino de emancipación frente al patriarcado bengalí cuando hablamos de Sister Midnight. Por su tono, registro y época, nada tiene que ver con la obra maestra de Satyajit Ray, pero los temas que aborda parten de un lugar cercano, aunque su forma de desarrollarlos apunte hacia zonas más atentas al aplauso de masas que a las complejidades de otra autoría afín al empoderamiento femenino como Payal Kapadia en la miraculosa La luz que imaginamos (2024). En el fondo, es injusto medir el debut del director Karan Kandhari con estos títulos, pero no estamos tan lejos de las cuestiones que apuntaba Ray. Filmada en hindi, Sister Midnight sigue el punto de vista de Uma, una joven que llega a Bombay recién casada para instalarse en un hogar-prisión con su marido Gopal. Él –ausente y evasivo– y ella –impaciente y temperamental– podrían leerse en términos de excentricidad como una supercaricatura de Katharine Hepburn y Cary Grant en La fiera de mi niña (1938). Sin embargo, todo cobra una nueva dimensión cuando Kandhari apuesta por el baile de géneros y un final excesivo. Mitad comedia, mitad terror paródico con pinceladas de drama social, Uma transita de los problemas domésticos a encontrar trabajo de limpiadora en la otra punta de la ciudad e incluso a flirtear de noche con una versión descafeinada del mito vampírico. De repente, nos hemos alejado del microcosmos apuntado al inicio para caer en un estadio de acumulación narrativa que sólo la actriz Rhadika Apte en la piel de Uma compensa mediante una entregada actuación. Apte deja bien clara la apariencia salvaje, impetuosa y rebelde de su personaje. El director, no tanto sobre qué película quiere hacer exactamente. | Carles Martínez Agenjo.

    Mr. K

    ★★★☆☆

    ficha técnica:
    Holanda, 2024. Título original: Get Away. Dirección: Tallulah Hazekamp Schwab. Guion: Tallulah Hazekamp Schwab. Compañías productoras: Lemming Film, A Private View, The Film Kitchen. Fotografía: Frank Griebe. Música: Stijn Cole. Producción: Erik Glijnis, Leontine Petit, Dries Phlypo, Judy Tossell. Reparto: Crispin Glover, Sunnyi Melles, Fionnula Flanagan, Bjørn Sundquist, Dearbhla Molloy, Barbara Sarafian, Jan Gunnar Røise. Duración: 94 minutos.

    Hacer check-in, pero no check-out

    (crítica de Agus Izquierdo) ¿Juntar a Kafka y al mítico Crispin Glover –sí, el padre del mismísimo Marty McFly–? Sujétenme el cubata, debía de pensar la realizadora noruega Tallulah H. Schwab (Harvest) antes de ponerse a escribir Mr. K.. Efectiva, dinámica, hilarante y con un relieve de matices y sombras que recuerda a su directa inspiradora, El Sanatorio de la Clepsidra (1973). Schwab no desentona, ni para muy bien ni para mal, puesto que no cae estrepitosamente en el desastre aunque haga funambulismo. Desde el momento en que el mago protagonista llega al hotel que luego no podrá abandonar, el ritmo frenético de la cinta nos impulsa a una alocada e inocente trama que se escabulle entre los pasillos y galerías de un edificio cochambroso y con vida propia, recordando a los clásicos buñelianos y otras influencias de la Europa del Este, así como a un Wes Anderson hiperbólico y excitado o al Tim Burton más rococó y –¿por qué no?– kitsch. En este sentido, Mr. K. sintetiza los mayores pánicos modernos en clave de comedia familiar: las entrañas del capitalismo más copioso, la precariedad contemporánea sujetada en la monotonía, la esclavitud laboral, las cotidianidades infernalmente aburridas y, ante todo, las vergüenzas y maldiciones de un sistema –el nuestro– indestructible, euclidianamente diseñado para sobrevivir milenios enteros. El protagonista es, como muchos de nosotros, un reo condenado a perpetua: una pena de encierro casi permanente. Sólo hay una salida: la asunción de la locura. Luego, llegada la autoconciencia, sólo cabe esperar una respuesta al enigma que es la vida. El final remata un trabajo escénico llevado con decencia y gracia. Este mensaje social relativamente camuflado, la mirada punzante y política, el eco cósmico, el existencialismo fácil y, finalmente, una vorágine de surrealismo de situación consiguen alzar la voz y dominar una película que se acelera y frena a su gusto, con cambios de velocidades y un control cómodo que expresa una habilidad encomiable. Alegórica, estimulante e introspectiva. Una grata sorpresa. | Agus Izquierdo.

    Animale

    ★★★☆☆

    ficha técnica:
    Francia, 2024. Título original: Animale. Dirección: Emma Benestan. Guion: Emma Benestan, Julie Debiton, Vincent Le Port. Compañías productoras: Frakas Productions, France 3 Cinéma, June Films. Fotografía: Ruben Impens. Música: Yan Wagner. Producción: Julie Billy, Naomi Denamur. Reparto: Oulaya Amamra, Damien Rebattel, Vivien Rodriguez, Claude Chaballier, Elies-Morgan Admi-Bensellam, Pierre Roux, Marinette Rafai. Duración: 98 minutos.

    La torera de Camarga

    La de Emma Benestan es una trayectoria atenta a su propia tribu. El reparto de sus primeros trabajos debuta también en sus largos. Oulaya Amamra fue antes la actriz de El verano de Sarah (2015) –pequeña rom-com de chica conoce a chico vendiendo buñuelos en una playa– que la protagonista de Animale. Algo parecido sucede con el emergente Bilel Chegrani. En otro corto de Benestan, Sabor a bacon (2017), interpretó a un adolescente de dudosa reputación. Cuatro años después, formaba parte de Fragile (2021), la ópera prima de la misma directora, una dramedia de amores y decepciones que contó con la inmejorable participación del siempre oportuno Raphaël Quenard. Con estas películas en la mochila, Benestan tenía todos los números para seguir explorando las particularidades de un grupo concreto en un contexto determinado. No obstante, su segunda película –escrita con las guionistas Julie Debiton y Vincent Le Port– se inicia en el terreno de las monster movies, pero esta nueva dimensión nunca llega a desplegar del todo sus alas. Más bien se esconde en el juego de metáforas. Parece que la prioridad es el proceso de autodescubrimiento de Nejma –una joven competidora de corridas de Camarga que carga con la mirada de prejuicio de los miembros de su propia comunidad– antes que entregarse a la mítica de la heroína y su doble, Jekyll y Hyde, la recortadora de trofeos de toro durante el día y la presunta criatura que ataca vecinos por la noche. Lo mejor, sin duda, es el arrojo de Amamra, siempre un paso por delante de Benestan y su tendencia a la repetición. Más afortunado, quizá, es el fantastique terrenal de Thomas Cailley en El reino animal (2023) o Léa Mysius en Los cinco diablos (2022), ambas proyectadas en Sitges. | Carles Martínez Agenjo.

    Continent

    ★★★☆☆

    ficha técnica:
    Brasil, Argentina, Francia, 2024. Título original: Continente. Dirección: Davi Pretto. Guion: Davi Pretto, Igor Verde, Paola Wink. Compañías productoras: Dublin Films, Murillo Cine, Pasto Cine, Vulcana Cinema. Fotografía: Luciana Baseggio. Producción: Murillo Cine, Jéssica Luz, Paola Wink. Reparto: Olivia Torres, Ana Flavia Cavalcanti, Corentin Fila, Silvia Duarte, Breno de Filippo, Sirmar Antunes, Cássio Nascimento. Duración: 115 minutos.

    Hacienda sangrienta

    Pensar en Brasil como receptáculo de mística y tradición, violencia y costumbres, cangaceiros y lucha de clases, es pensar necesariamente en el cinema novo de Glauber Rocha. Dios y el diablo en la Tierra del Sol (1964) –pieza clave del movimiento a las puertas de la dictadura de Castelo Branco– reimaginó la Revolución a través de la mirada de un vaquero prófugo (Geraldo del Rey) que recorre la tierra baldía de un país enfermo. No es extraño encontrar el rastro de estas concepciones estéticas en Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles. Herederos de Rocha y del cine como herramienta política, este tándem de directores brasileños reivindicó la mítica y la magia de la tierra manchada de sangre mediante los códigos del western en la pequeña comunidad de Bacurau (2019), asediada por paramilitares del colonialismo corporativo. Tampoco es casual que, en tiempos de Jair Bolsonaro, Davi Pretto recogiera el legado de Rocha para dirigir Rifle (2017), el retrato poderoso de un ganadero gaúcho (Dione Avila de Oliveira) en pleno enfrentamiento contra un rico terrateniente que quiere usurparle las tierras. Continente, en cambio, parte de un prisma opuesto. Ahora, es una joven europea (Olívia Torres) que regresa a un pueblo del sur de Brasil porque su padre, dueño de una hacienda, está a punto de morir. Lo particular de este drama de hija pródiga en pleno dilema entre quedarse o volver es la forma en que la apariencia vasta de lo rural se torna opresiva. La sangre y el sexo inflaman una puesta en escena cada vez más sofocante que transita de la herencia del clan familiar a rituales clandestinos de terror vampírico. Pretto no siempre equilibra sus constantes, pero vuelve a demostrar su gran valía para enturbiar el ambiente. | Carles Martínez Agenjo.

    Planet B

    ★☆☆☆☆

    ficha técnica:
    Francia, 2024. Título original: Planète B. Dirección: Aude Lea Rapin. Guion: Aude Lea Rapin. Compañías productoras: Les Films du Bal. Fotografía: Jeanne Lapoirie. Producción: Eve Robin, Benoit Roland, Judith Lou Lévy, Philippe Logie. Reparto: Adèle Exarchopoulos, Souheila Yacoub, Eliane Umuhire, India Hair, Marc Barbé, Luana Duchemin, Mikael Foisset. Duración: 118 minutos.

    La isla de las no tentaciones

    Ni las interpretaciones magnéticas de Adèle Exarchopoulos, Souheila Yacoub y Eliane Umuhire salvan del naufragio esta deriva fílmica que pierde la brújula desde el primer frame. Hay quien piensa que la ciencia ficción es una apuesta segura de entretenimiento, una puerta siempre abierta al jolgorio. Planet B supondría el contraejemplo de esta burda presunción. La película de Aude Lea Rapin, una ficción catastrofista escandalizada por el mundo que viene, no se estrella –ojalá fuera así– porque, simplemente, nunca llega a despegar. El título nos transporta a una Francia distópica de un 2039 –no crean que falta tanto, el tiempo pasa volando, no como el visionado de este film– de reyertas y protestas donde nos topamos con un comando de activistas medioambientales que desaparece después de una detención policial. A partir de ahí, la noche me confunde. La realidad virtual, los drones vigilantes y las gafas del metaverso –sí, otra vez las dichosas gafas– aprisionan a los activistas ecoterroristas en un idílico paraje caribeño donde los saboteadores cumplen condena y se lleva a cabo una especie de escape room carcelario que no supera su repetida premisa. Vamos a poner las cartas sobre la mesa: Planet B tiene menos gracia y chicha que un episodio de La isla de las tentaciones. El planteamiento de la teoría solipsista sobre lugares que existen artificialmente y los peligros del control mental y los usos negligentes de la tecnología son artimañas filosóficas demasiado exprimidas como para ejecutarlas de forma tan ortodoxa, previsible y llana como Aude Lea Rapin, que tropieza y se enreda en su propio hilo. ¿Culpa del guión? Sí, pero no sólo por su palabrería moralista. Ni los personajes tienen tiempo ni espacio para el desarrollo que todo thriller necesita, ni la apuesta visual resulta suficientemente sólida. Para más inri, discursivamente hablando, el futurismo antimilitarista no es que no cuaje, sino que aborrece por nimio, artificioso y carente de nervio. Con este panorama, a uno le dan ganas incluso de sumarse a la represión del tecnofascismo. Es broma. Pero si no quieren, no es broma. | Agus Izquierdo.

    Basileia

    ★★★☆☆

    ficha técnica:
    Italia, Suecia, Dinamarca, 2024. Título original: Basileia. Dirección: Isabella Torre. Guion: Isabella Torre. Compañías productoras: Stayblack, RAI Cinema, Film I Väst, Snowglobe Films. Fotografía: Melanie Akoka. Música: Andrea De Sica. Producción: Jonas Carpignano, Katrin Pors, Ryan Zacarias. Reparto: Angela Fontana, Elliott Crosset Hove, Koudous Seihon. Duración: 90 minutos.

    Los secretos más oscuros del bosque

    Se tiende a concebir el trabajo arqueológico como una labor admirable y provechosa, siempre en aras de la reconstrucción del pasado y la reconexión genealógica. Uno olvida, sin embargo, que excavar puede también implicar el desentierro de algo bastante-muy-oscurito. Algo que de pronto queda liberado para sembrar pesadillas por allá donde pasa. Ambientada en la espesura montañosa del Aspromonte calabrés, Basileia, perfectamente, podría captarse como la versión folk horror de La chimera de Alice Rohrwacher, sólo que revestida con atuendos climáticos que miran sin miedo a una ralentización radical y una narración caprichosa, escarpada y absolutamente enigmática. El resultado es un completo delirio que te propulsa al más desconsolado desconcierto. No obstante, si el espectador quiere mofarse del tiempo y abrazar lo errático, encontrará un reto. Aunque el guion –firmado por la directora– hace aguas y se intrinca en el follaje forestal, el conjunto parece asumir un abandono de conciencia, de dejarse llevar. Isabella Torre promete en su debut algo que nunca llega. Esto sucede más a menudo de lo que pensamos de manera que si el error de falsa promesa se supera y se deja el injusto y paternalista prejuicio de la ópera prima, Basileia es una sólida apuesta por el slow horror. Es cine hecho a fuego lento y servido en bandeja de plata, abstracto y lleno de matices. Una invocación doblemente profana. Primero, una mitología con sirenas endemoniadas y unos protagonistas completamente temerarios; y segundo, porque se planta como una joya extraña que merece ser celebrada en los circuitos de terror de nuestro tiempo. Yo imploro a los antiguos dioses que el misterio de esta tierra ignota y frondosa os envuelva. Que os tape y os ate y que, en la desesperación áspera, llegue el éxtasis y la contemplación mística. El bosque requiere su tiempo. | Agus Izquierdo.

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