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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | When the Light Breaks (Ljósbrot), Rúnar Rúnarsson [Cannes 2024]

    || Críticas | Cannes 2024 | ★★★☆☆ ½
    When the Light Breaks
    Rúnar Rúnarsson
    Afrontando la pérdida


    Rubén Téllez Brotons
    Cannes |

    ficha técnica:
    Islandia, 2024. Título original: Ljósbrot. Duración: 82 min. Dirección: Rúnar Rúnarsson. Guion: Rúnar Rúnarsson. Fotografía: Sophia Olsson. Compañías: Compass Films, MP Film, Eaux-Vives Productions, Halibut, Jour2Fete. Reparto: Baldur Einarsson, Mikael Kaaber, Elín Sif Halldórsdóttir, Katla Njálsdóttir, Ágúst Örn B. Wigum, Gunnar Hrafn Kristjánsdóttir.

    When the Light Breaks se abre con Una (Elín Haf), la protagonista, una estudiante de arte conceptual en su último año de carrera, sentada en la playa observando un atardecer. La cámara, situada justo detrás de su nuca, consigue captar la luz tenue y anaranjada que anuncia el final del día. Fuera de foco entra el amante de la joven y le dice que está ensimismada, perdida en un mundo que discurre de forma paralela al real. Ambos se ríen y pasean por la costa mientras hacen planes de futuro: al día siguiente, él cortará con su novia, con quien mantiene una relación a distancia, y, por fin, dejarán de esconderse y podrán pasear su amor por todas las esquinas de la ciudad. Antes de dormir, de nuevo, fabulan con un futuro que, por cercano, parece completamente asible: una vez que hayan terminado los estudios se dedicarán a viajar como si no hubiese un mañana. Podemos ir a Japón, propone él; ya estuve hace años, responde ella; claro, es que tú has estado por todo el mundo, yo sólo he ido a Tenerife, dice, jocoso, él; eso lo vamos a solucionar pronto, zanja ella. A la mañana siguiente, mientras ella duerme, él le pide el coche a un amigo para ir a la casa de su novia y ponerle el punto y final a una etapa de su vida que, paradójicamente, parece anunciar un nuevo comienzo. O no. La cámara, colocada en la parte de arriba del coche, filma el techo de un largo túnel; el ruido de los coches compone una sinfonía de caos monocorde y, de repente, una explosión. Una lengua de fuego devora el coche y la pantalla se va a negro.

    Lo que viene después es la reconstrucción, a través de los jirones de silencio de Una, de las cenizas de dolor que oscurecen su mirada una vez que el incendio, brusco e inesperado, de la pérdida se ha consumado. Rúnar Rúnarsson compone así una obra sobre la desolación provocada por la ausencia, que hilvana su discurso a través de la contraposición constante entre exterior e interior. La protagonista se ve obligada a afrontar el duelo en un mutismo espinoso que hace más profunda la herida por la que se está desangrando. Así, mientras los amigos, la novia y la familia del fallecido lloran, gritan y abren en canal sus sentimientos, ella contiene a duras penas sus sentimientos, disimula las lágrimas mojándose la cara, evita establecer contacto visual para que nadie vea la cartografía rota de su angustia, reflejada en el espejo fracturado de su mirada, e intenta poner en pausa el torrente de su desolación a fuerza de, precisamente, esconderla. El mejor amigo del fallecido, y el único que conoce su verdadera relación, le llega a pedir que no le diga nada a la novia para no empeorar más la situación.

    Se levanta así un muro entre la protagonista y el resto del mundo, que la aísla de la realidad y la fuerza a gravitar alrededor de un sol apagado por la tragedia, que no hace sino oscurecer aún más sus palabras y gestos. El dolor, dice Rúnarsson, es un nudo enraizado en el pecho que se alimenta de la propia dificultad que uno siente para verbalizarlo, y que se hace más grande a medida que va devorando los mecanismos que deberían exteriorizarlo. When the Light Breaks se mueve entre el distanciamiento de unos planos generales en los que Una se ve apartada del resto de personajes que en él se encuentran (ya sea por la disposición de los cuerpos, la dirección de las miradas o elementos de la arquitectura del escenario), y la falta de aire de unos primeros planos que se comen su rostro. El diálogo entre los ambos tonos cristaliza en una simbiosis perfecta que expande el discurso y le añade tensión a las escenas. Rúnarsson evita en todo momento que la obra se convierta en una película de sobremesa, al trazar una curvatura dramática no excesivamente pronunciada que, lejos de sostenerse sobre la explotación melodramática de las emociones, lo hace sobre la exploración pausada y sobria de las mismas. La cinta, sin embargo, se pasa de frenada en el excesivo esfuerzo que hace por parecer lírica y trascendente (nunca es buena idea imitar a Terrence Malick), y tanto su escena de apertura como, sobre todo, la de cierre tienen un aire algo pedante que manchan un poco el resultado final. Aun con ello, el cuarto largometraje del realizador islandés supone una demostración de madurez narrativa pero, ante todo, de una enorme sensibilidad. ♦


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