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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Marcello mio, Christophe Honoré [Cannes 2024]

    || Críticas | Cannes 2024 | ★★☆☆☆
    Marcello mio
    Christophe Honoré
    De Chiara para Marcello


    Rubén Téllez Brotons
    Cannes |

    ficha técnica:
    Francia, Italia, 2024. Título original: Marcello Mio. Duración: 120 min. Dirección: Christophe Honoré. Guion:Christophe Honoré. Música: Alex Beaupain. Rémy Chevrin. Compañías: Coproducción Francia-Italia; Les Films Pelléas, France 2 Cinema, BiBi Film, Lucky Red. Reparto: Chiara Mastroianni, Catherine Deneuve, Fabrice Lucini, Melvil Poupaud, Nicole García, Stefania Sandrelli.

    Marcello Mastroianni y Catherine Deneuve se conocieron en Londres, en una cena organizada por Polanski; un año después, coincidieron en el reparto de una película de Marco Ferreri e iniciaron una relación que cristalizó en el nacimiento de su hija, la también actriz Chiara Mastroianni, para quien no debe de haber sido fácil hacer carrera en el cine teniendo como progenitores a dos de los mejores intérpretes de la historia. La etiqueta de “la hija de…” ha acompañado a la actriz a lo largo de los años; y, pese a haber trabajado con cineastas de renombre como Desplechin, Lisandro Alonso y Christophe Honoré, y a haber cosechado un número considerable de premios y nominaciones (Mejor actriz en Una cierta mirada de Cannes, César), no ha podido deshacerse de ella. Así, ante la incapacidad de matar al fantasma del padre, Chiara ha decidido convertirse en él para establecer un diálogo tanto con Deneuve y su círculo cercano como consigo misma, con el fin de transformar esa angustia que le provoca la negación por parte de la sociedad de su propia identidad en la herramienta con la que terminar con ella; de convertir el dolor que supura de la herida abierta por un pasado que ha sido amortajado por la muerte en su propia venda; de llevar a cabo un ejercicio de psicoanálisis a través del cual expurgar los recuerdos sucios de polvo y melancolía que lastran su presente. Esa parece ser, en un principio, la línea argumental de Marcello Mio, la nueva película del ya citado Honoré, que, incomprensiblemente, ha sido incluida en la Sección Oficial de Cannes.

    La cinta, una autoficción en la que los actores se interpretan a sí mismos buscando generar una curiosidad algo amarillista que le haga preguntarse qué intimidades son reales y cuáles no, empieza con Chiara disfrazada de la Anitta Ekberg de La dolce vita, recreando la famosa escena de la Fontana de Trevi para una sesión fotográfica. En los escasos dos minutos que dura la secuencia, ya queda claro cuál va a ser el tono que el director le va a imponer al metraje: el del homenaje ahogado en melancolía que busca emocionar a fuerza de apelar a la memoria cinematográfica del público, actualizando algunos de los momentos cumbre de la historia del cine. Honoré, por ejemplo, vuelve a rodar la conversación entre los personajes de Mastroianni y Claudia Cardinale al final de 8 y ½; y la secuencia final en la playa de La dolce vita, pero esta vez con Chiara haciendo el papel de su padre. Efectismos vacuos carentes de gracia que, lejos de ser los picos de intensidad más altos de la película, lejos de plantarse con convicción frente a la mirada del espectador y maravillarla con su genialidad, subrayan la inexistencia de ideas que hay detrás de la obra. Principalmente, porque la capacidad sorpresiva de algo reside en su nivel de originalidad y Woody Allen ya había utilizado esta estrategia de calcar escenas de grandes clásicos en Rifkin´s Festival.

    El otro gran problema de la cinta es que desaprovecha por completo la idea de convertir a Chiara en Marcello, porque es incapaz de desarrollarla en alguna dirección. Una vez que la protagonista se ha transformado en su padre, no llega a sentir una catarsis, ni a observar el mundo desde un nuevo punto de vista, ni a entablar una conversación con el pasado, ni consigue que su entorno la reconozca como una artista independiente, alejada por completo de la sombra de su familia. Todo queda reducido a un juego de guiñoles enamorado de su propio reflejo, que nada tiene que decir sobre la construcción de una identidad propia, sobre la tristeza provocada por la ausencia de un ser querido, o sobre la interpretación como forma de apagar hogueras de tristeza. La autocomplacencia de las incontables escenas en las que estrellas del cine galo muestran sin ningún tipo de reparos, ni de autocrítica, el ambiente endogámico de la industria, terminan por hundir una propuesta que quería ser un homenaje a uno de los mejores actores de la Historia, pero que termina convertida en una reunión familiar aburrida, en la que sólo las grandes interpretaciones de Chiara Mastroianni y Deneuve se salvan. ♦


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