|| Críticas | ★★★★☆
Puntos suspensivos
David Marqués
La huella del asesino literario y cinematográfico
Ignacio Navarro Mejía
ficha técnica:
España, 2024. Presentación: Festival de Málaga 2024. Dirección: David Marqués. Guion: Rafael Calatayud y David Marqués. Producción: Morena Films. Fotografía: Santiago Racaj. Música: Óscar López Plaza. Diseño de producción: Juana Mula. Vestuario: Elixabet Núñez. Reparto: José Coronado, Diego Peretti, Cecilia Suárez, Georgina Amorós. Duración: 90 minutos.
España, 2024. Presentación: Festival de Málaga 2024. Dirección: David Marqués. Guion: Rafael Calatayud y David Marqués. Producción: Morena Films. Fotografía: Santiago Racaj. Música: Óscar López Plaza. Diseño de producción: Juana Mula. Vestuario: Elixabet Núñez. Reparto: José Coronado, Diego Peretti, Cecilia Suárez, Georgina Amorós. Duración: 90 minutos.
Este prolífico director y guionista patrio se había aventurado hasta ahora, sobre todo, en la comedia, llegando hasta la escritura (posiblemente de encargo) de uno de los éxitos de este verano, pese a su mediocridad, titulado Odio el verano. Sin embargo, Puntos suspensivos es claramente un punto y aparte en su carrera, o quizá un paréntesis, que en todo caso viene a confirmar su talento, ahora uniéndolo al del coguionista Rafael Calatayud. Pronto quedan patentes sus intenciones cuando, tras un sugerente prólogo que acompaña los créditos iniciales, el célebre escritor interpretado por Diego Peretti recibe en su aislada mansión a un misterioso sujeto con los rasgos de José Coronado (ambos actores estupendos), y los dos proceden a entablar una conversación tan interminable como medida y apasionante, donde no solo cada palabra, sino cada gesto o mirada que la acompaña tiene su relevancia. Por supuesto, tal interacción quedará eventualmente interrumpida, por nuevas perspectivas o por cambios espaciotemporales, siguiendo un libreto dividido en capítulos con una cronología distorsionada, para reforzar el suspense de una narración ya de por sí alambicada (en el buen sentido). Esta estructura busca entonces no solo contrarrestar la monotonía del escenario único (aunque este, como tal, con su imponencia y extensión arquitectónica y paisajística, está lejos de ser anodino), sino jugar con las expectativas del espectador, en una historia que, como corresponde al género, nada es lo que parece. Los giros y trucos, en cualquier caso, nunca son gratuitos y, ya sean más o menos (im)previsibles, están en perfecta armonía tanto con el desarrollo narrativo como con su plasmación visual, pues, como decíamos, la película deja claro desde en principio, en ambos aspectos, cuáles son sus intenciones, así como sus influjos y su razón de ser.
Esto, lejos de convertir al filme en uno más del montón o, dicho de otra manera, ir en perjuicio de su originalidad, la da el tono justo y permite que funcione en todo momento. Quizá únicamente el tercer acto, con capítulos más breves y acelerados, adolezca de cierta brusquedad y discordancia, si bien ello es comprensible para un desenlace que debe tener afán climático y evitar otro mal del cine moderno, como son los finales demasiado prolongados. Puntos suspensivos sigue en cambio la tradición del mejor cine clásico con su metraje riguroso y ceñido, de 90 minutos, ni uno más ni uno menos, durante los cuales le da tiempo de sobra para contarnos una historia rica en matices, desde las motivaciones de unos personajes de múltiples capas y personalidad, eso sí, definida, hasta la mera evolución de las acciones que los unen y desunen, para que no quede ningún cabo suelto, o quizá sí... A partir de ahí, lo llamativo de la propuesta es que, una vez trabajado con este grado de detalle e ingenio el guion, tanto en su estructura como en sus diálogos, Marqués y su equipo lo realizan con gran pericia técnica, con una elegancia que es, de nuevo, tan poco común en el cine de hoy en día como reminiscente de un cine pretérito. Con todo, tanto en el fondo como en la forma, Puntos suspensivos no cae en lo caduco, no queda anclada en el pasado, sino que se erige como película que hace gala de una decidida modernidad. Esto lo logra gracias, precisamente, a la conciencia del cine del que parte, al respeto que le tiene y, a la vez, a su voluntad de ofrecernos una historia nueva en un envoltorio reconocible y atractivo para el público actual. De ahí su planificación alejada del mero plano/contraplano, la estilización de la fotografía o dirección artística apoyadas en esa localización principal, por ejemplo, como puede comprobarse en el atrezo del salón y los ángulos con que se aprecia su decoración, al margen de los mentados efectos de narración o montaje. Además, y esto es de apreciar, aquellos no caen en el metalingüismo ni en la autorreferencia, ya demasiado manidos en los malabares cinematográficos posmodernos. Aquí la naturaleza juguetona de la película, acorde a su género de thriller y su subgénero de juego de gato y ratón, respeta escrupulosamente el marco de la ficción pura que se nos presenta, diseñada ante todo para nuestro gozoso entretenimiento. ♦