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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Limonov, the ballad of Eddie, Kirill Serebrennikov [Cannes 2024]

    || Críticas | Cannes 2024 | ★★☆☆☆
    Limonov, the ballad of Eddie
    Kirill Serebrennikov
    Blanqueando a Eddie


    Rubén Téllez Brotons
    Cannes |

    ficha técnica:
    Italia, Francia, 2024. Título original: Limonov: The Ballad of Eddie. Duración: 148 min. Dirección: Kirill Serebrennikov. Guion: Kirill Serebrennikov, Ben Hopkins, Pawel Pawlikoski. Novela: Emmanuel Carrére. Compañías Wildside, Chapter 2, France 3 Cinéma, Vision Distribution, Creative Europe Media. Reparto: Ben Whishaw, Sandrine Bonnaire, Viktoria Miroshnichenko, Louis-Do de Lencquesaing, Ivan Ivashkin.

    Ególatra, prepotente, egoísta, soberbio, violento, maleducado, cargante, esquizoide, y provocador a tiempo completo, Eduard Limonov actuó durante toda su vida como si fuese un personaje de película, escribió una vasta obra literaria en la que ejercía de protagonista absoluto y luego vio como Emmanuel Carrére convertía su periplo existencial en novela. Sólo le faltaba tener su propia cinta, y Kirill Serebrennikov lo ha solucionado adaptando el libro de Carrére. Fiel a su estilo melodramático y, sobre todo, barroco, el director compone una ópera intimista que busca adentrarse en la psique de su protagonista desde la distancia sobrecargada de una puesta en escena en la que todo cabe. Si Limonov convirtió la contradicción en la mejor herramienta con la que llamar la atención, Serebrennikov construye la película sobre, precisamente, el suelo inestable y frágil de dicha contradicción; de ahí que todo en Limonov: The ballad of Eddie se mueva entre extremos antagónicos que se niegan constantemente.

    La cinta no es, ni mucho menos, un biopic convencional con el que el director pretenda construir una narración ordenada y cronológica en la que la fórmula causa-efecto sirva para hacer una oda a la meritocracia poniendo como ejemplo a un joven que se enfrenta a la sociedad entera con tal de alcanzar su sueño de ser escritor; y que, a fuerza de no comprometer su visión artística y de sudar la gota gorda, termina lográndolo. No. Serebrennikov parte de una premisa tan radical como desconcertante: no conoce en absoluto quién era en realidad su personaje. La película nace en el preciso instante en el que el director inicia su indagación y se adentra en el arrecife verborreico del escritor para entender el mecanismo de su pensamiento y descifrar el interrogante hermético —que, en realidad, no lo es tanto— de su personalidad.

    Así, Limonov: The ballad of Eddie es un ejercicio de subjetividad extrema en la que la cámara y la mirada del protagonista se fusionan con el fin de imbuir al espectador en la mente del escritor, de lanzarle a un viaje delirante y excesivo del que va a salir muy magullado. Serebrennikov diseña una cascada de imágenes salvajes y violentas, que hunde la pantalla con su desproporcionado despliegue de elementos ya de por sí excesivos; y, en el proceso, pone a prueba los límites de un público al que le puede costar mucho digerir la sobredosis formal a la que se ve expuesto. El realizador diseña sus proyectos partiendo de una premisa acumulativa desde la que busca romper con los límites de la pantalla para crear una resaca audiovisual que incite a la contemplación placentera de unas imágenes que, poco a poco, se van deshaciendo de su carga prosaica para volar libres por el cielo de la abstracción. Durante los veinte primeros minutos de Limonov: The ballad of Eddie, la estrategia le funciona y las escenas fluyen con velocidad y fuerza, presentando con eficacia tanto al personaje como su conflicto.

    Pero, en el momento en el que Limonov llega a Nueva York y Serebrennikov comienza a desacelerar el ritmo, la tensión se va perdiendo lentamente hasta desaparecer por completo a mitad de película. Y es que el segundo acto es repetitivo y autocomplaciente hasta la exasperación: el director se regodea demasiado en la ira de su personaje —que es, también, el motor de sus acciones—, en la rabia con la que observa el mundo, y ese excesivo derroche de bilis termina hundiendo la propuesta por completo. Para cuando se inicia el tercer acto, el espectador ya está fuera. Hay, sin embargo, momentos de genialidad, como la secuencia en la que el rostro de Whishaw se desdobla mientras le propone una vida tranquila e idílica a su exnovia, que van arrojando luz sobre la identidad (supuestamente) opaca del protagonista; pero no son suficientes como para justificar la abultada duración de una película a la que le sobra, por lo menos, media hora de metraje. Serebrennikov, al levantar el dispositivo fílmico sobre la subjetividad de Limónov, le retrata como a un héroe inconformista que se enfrentó al mundo, ignorando que, en realidad, era un fascista cuyo partido político se diferenciaba muy poco del nazi. Limonov: The ballad of Eddie no es un biopic tradicional en el sentido hollywoodense de la palabra, pero el blanqueo al que se somete al personaje resulta bastante burdo si uno sabe mínimamente quién fue en realidad. Da la sensación, una vez que ha terminado la película, de que Serebrennikov ni siquiera se terminó el libro de Carrere. ♦


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