|| Críticas | ★★★★★
Hasta el fin del mundo
Viggo Mortensen
Los rasgos difusos y fantasmas del caballero andante
David Tejero Nogales
ficha técnica:
Estados Unidos, 2023. Título original: «The Dead Don´t Hurt». Director: Viggo Mortensen. Guion: Viggo Mortensen. Productores: Viggo Mortensen, Regina Solórzano, Jeremy Thomas. Productoras: Talipot Studio, Cameo Film Fyn, MStudios, Motor, Tonestyrelsen. Distribuida por: Wanda Films. Fotografía: Marcel Zyskind. Música: Viggo Mortensen. Montaje: Peter Pedersen. Diseño de producción: Jason Clarke, Carol Spier. Diseño de Vestuario: Anne Dixon. Dirección de arte: Carlos Benassini. Reparto: Vicky Krieps, Viggo Mortensen, Solly McLeod, Garret Dillahunt, Danny Huston, W. Earl Brown, Shane Graham, Rafel Plana, Atlas Green, Eliana Michaud.
Estados Unidos, 2023. Título original: «The Dead Don´t Hurt». Director: Viggo Mortensen. Guion: Viggo Mortensen. Productores: Viggo Mortensen, Regina Solórzano, Jeremy Thomas. Productoras: Talipot Studio, Cameo Film Fyn, MStudios, Motor, Tonestyrelsen. Distribuida por: Wanda Films. Fotografía: Marcel Zyskind. Música: Viggo Mortensen. Montaje: Peter Pedersen. Diseño de producción: Jason Clarke, Carol Spier. Diseño de Vestuario: Anne Dixon. Dirección de arte: Carlos Benassini. Reparto: Vicky Krieps, Viggo Mortensen, Solly McLeod, Garret Dillahunt, Danny Huston, W. Earl Brown, Shane Graham, Rafel Plana, Atlas Green, Eliana Michaud.
Hasta el fin del mundo (2023) supone el segundo largometraje como director de Viggo Mortensen, una película que se ajusta por defecto dentro de los márgenes del género western, aunque sin abandonar los intereses de su ópera prima, Falling (2019), acerca del arraigo familiar y las herencias generacionales. En estos días leeremos en varias cuñas publicitarias, posters promocionales o clips de internet, opiniones especializadas que tildan Hasta el fin del mundo de sentido homenaje a maestros del género como el propio Ford o Howard Hawks. Sin embargo, sin negar por completo esas referencias, por otro lado, obligadas cuando se trata de una cinta ambientada en el lejano oeste, lo cierto es que el trabajo de Mortensen se aleja conscientemente de la pleitesía a tales mastodontes del cine, mostrando una idea mucho menos folclórica o revisionista. Su filme adolece de un extraño clasicismo. La puesta en escena, relajada, pausada, evita cambios bruscos o angulaciones muy verticales, su mirada se ciñe principalmente al plano medio o plano general, sin acercar la cámara demasiado. La distancia es tomada para filmar un melodrama sencillo de aroma y ritmo netamente europeos, más próximo al estilo nórdico, que al mediterráneo.
El concepto de lo fantasma está presente desde el primer fotograma. Imposible desprenderse de su romanticismo desaforado y abstracción física. La película arranca con la imagen, diríamos que subjetiva, de un caballero andante acercándose despacio hacia nosotros. El color verde resalta entre los árboles y la vegetación. Después de un corte contemplamos el rostro de Vivienne Le Coudy (Vicky Krieps), encuadrado en primer plano donde apreciamos lo que parece ser el último suspiro antes de morir. La cámara se aleja lentamente, en un travelling de retroceso y acaba con el plano medio de Holger Olsen (Viggo Mortensen) de espaldas junto a la cama. Seguidamente la calma e inmovilidad es cortada por un tiroteo a la salida de una cantina. Uno de los escasos momentos stricto senso de pistoleros, con tiroteos y violencia de todo el metraje. Sirve además para presentarnos al villano principal del relato, Weston Jeffries (Solly McLeod), hijo de un poderoso ranchero que viene a consagrar la retahíla de personajes oligarcas que manejan la situación de toda una ciudad y que articula una de las bases más clarividentes de todas las historias del western, vengan del país o lugar que sean. El realizador entiende las constantes vitales del corpus y construye un lúcido guion en cuyas páginas se cuestionan ciertos arquetipos atribuibles a la masculinidad del género. El dominio de poder y control queda expuesto, y su cuestionamiento es la virtud más destacada de Hasta el fin del mundo.
Las consideraciones anteriores conducen a las vías y caminos más interesantes de la película. En la exhibición estética y conceptual Mortensen abraza un halo sepulcral, de espectros y fantasmas que recuerdan al mejor cine de Robert Bresson. No solo en el tempo, o en la contemplación, sino en conferirle a la imagen misma un resplandor de extrañeza mediante señales que buscan a ese fantasma que existe pero no podemos tocar. La comentada primera escena transmite una iconografía de leyenda y muerte con imágenes oníricas que contrastan con la sequedad del desierto o del paisaje. Me vienen a la cabeza flashes de Lancelot du lac en la figura del caballero andante con flamante armadura. Una presencia que arbitra desde fuera el alto sentido crepuscular del filme. No es casual la elección teatral de la puesta en escena, con el recurso literario del caballero antiguo que pervive más allá del relato, a través de los cuentos, de los libros, de las leyendas y en este caso sujeto a la ensoñación femenina, puesto que la fantasía, o el devenir de esa mitología cuestionada lo manifiesta el pensamiento y los sueños de Vivienne; el alma mater del relato. La mujer sintetiza la historia de todo ese país en construcción. Hasta el fin del mundo aplica una misteriosa narrativa fragmentada, de saltos en el tiempo, haciendo uso de recursos como el flashback o el flashforward. Mortensen da continuidad a los sucesos sin que notemos esos cambios de una forma abrupta o tosca, al contrario, su estructura favorece un proceso exquisitamente depurado de narración cíclica, con claros designios poéticos de tradición oral.
«Mortensen reescribe, o mejor dicho transfigura, los postulados canónicos con una bellísima capacidad de síntesis y desarrollo. El respeto es tan grande que sabe manejar los resortes y la profundidad de los espacios, afrontando el uso del silencio y del dramatismo bajo prístinos enfoques y sagaz intensidad estética».
Es importante detenernos en la corporeidad del arquetipo masculino. Si los westerns son historias de hombres sometidos al paisaje, en la exótica dualidad de naturaleza salvaje y mundo civilizado, no es menos verdad que su función de salvador ha ido cayendo en desuso en las reinterpretaciones de los clásicos. La película que nos ocupa se mueve en el filo de un hombre caballeroso, elegante, enjuto, de aspecto velazqueño, o cervantino. Representa el sueño de Vivienne como parte de su educación. Por otro lado, Holger es un hombre que antepone la lealtad a su país de adopción, siendo un inmigrante danés, antes que la de velar por la mujer amada. Los designios de la masculinidad rompen con el papel de salvador. La guerra es la única vía posible a los fantasmas del guerrero: el conflicto todavía presente en el mito del oeste americano, la lucha por los territorios y la hegemonía masculina del poder. Esos reflejos, ahondan en el recuerdo de Vivienne hacia su padre: asesinado por los ingleses en la guerra. La mujer, se mantiene como única y firme protectora de lo que llamamos hogar. Ese rol cede la palabra y el dominio al punto de vista de la mujer. Una mujer sobreviviente de una época peligrosa, sujeta al papel de continua espera. Las referencias a la figura de Juana De Arco potencian y subrayan el ardor heroico en la búsqueda de referentes y de resituar a la mujer en la atmósfera política, social y climática del contexto. La dramaturgia de Mortensen pasa por dibujar a Vivienne en ese espacio desértico, tan característico del western.
La claridad con la que el director coloca a la mujer en el paisaje nos dice mucho acerca de su interés autoral, no traduciendo la obra como un mal llamado western feminista, al contrario, entablando un dialogo con las ideas retoricas del propio género cinematográfico. Un género que ha querido desplazar a la mujer al mero objeto de deseo de hombres solitarios, o al trasunto amoroso de algún heroico protagonista. Por ejemplo, en los famosos spaghetti western la figura femenina suele postrarse a una sexualidad violenta o agresiva, sobre todo por la misoginia que reivindican los hombres de ese otro western. Las óperas, por ejemplo de los Sergios (Leone, Corbucci, Sollima), sugieren arraigos ancestrales con el entorno. El acercamiento con la mujer casi siempre es un impotente o vago deseo de control. La Jill (Claudia Cardinale) de Hasta que llegó su hora pisa tierra de esa nueva América obligada a resarcirse de un sueño contaminado, roto por la violencia de hombres sociópatas que corrompen todo atisbo de apacibilidad. Jill es violada por el personaje de Fonda, adalid de un tipo de pistolero sin remordimientos que se alimenta de sus instintos primitivos y de su olfato animal. De igual forma el villano de Hasta el fin del mundo es un hombre despiadado, otro psicópata, un asesino sin conciencia. La horrible violación acometida por Weston es la punta de lanza, o eje motor de la historia, porque a pesar de filmarse en fuera de campo, su violencia, consuma el veneno de esa masculinidad monolítica apegada al western. Pero cuando el filme parece sucumbir a la urgencia de la venganza, surge precisamente la ambigüedad de un discurso mucho más pertinente que retoma la figura masculina para deshojarla de su magnitud heroica o salvadora. La llegada del Holger años después consagra el estereotipo del soldado que vuelve a casa, la parábola del hijo prodigo o la epopeya homérica, se halla impactada en una estrategia binaria que enfrenta el sueño con la realidad. Los cuentos de hadas y la figura mitológica del caballero andante apenas tienen cabida en el estadio de la mujer, sola en la crianza y sujeto activo que no ha tenido más remedio que adaptarse a las condiciones agrestes y campesinas del Oeste.
Este hecho atraviesa la teoría de Gramsci relacionada con la superhumanidad nietzscheana y que el filósofo italiano data mucho antes de Zaratrusta en la novela popular El conde de Montecristo. El clásico de Dumas promueve y fantasea con el propósito de venganza masculina. Hombres de toda clase social esgrimen idearios vengativos sobre los poderosos. Esa intoxicación novelística se erige como estilema básico del western. Mortensen codifica esa respuesta en una curiosa vuelta de tuerca al mito del superhombre. La venganza o castigo embriaga al espectador y a diferencia de lo anterior el realizador reemplaza ese deseo y esa conciencia por una justicia trascendente. Los rituales antropológicos son puestos en recelo o sospecha, tornándose en una realidad mucho más humana, y dolosa. Holger sufre la sombra del héroe cuyos rasgos difusos se apagan en la inmensidad paisajística. Esa conmoción o duelo sufre de metáforas casi siempre relacionadas con la fuerte personalidad de Vivienne, el fantasma que desliza su empeño y perseverancia flotando en la figura masculina, dispuesta a perdonar y ser perdonada. El aborigen y primitivo deseo de venganza retorna en Holger por azar hallándose en las antípodas de sus acciones. El villano en este caso constituye una temeridad apegada a su tiempo. En su papel de ejecutor, es incapaz de entender la conducta del teórico héroe del relato. La confrontación final entre los dos sujetos deriva en una escena de duelo atípica que nada tiene que ver con los clásicos duelos del western.
Mortensen reescribe, o mejor dicho transfigura, los postulados canónicos con una bellísima capacidad de síntesis y desarrollo. El respeto es tan grande que sabe manejar los resortes y la profundidad de los espacios, afrontando el uso del silencio y del dramatismo bajo prístinos enfoques y sagaz intensidad estética. El trabajo del director evoca a la artesanía de los mejores artesanos del género, como Burt Kennedy, Budd Boetticher o Gordon Douglas, los cubre de gloria escarbando en las ruinas de una antigüedad fantasma. Por eso Hasta el fin del mundo utiliza toda la grandiosa colección de títulos ilustres para convertirlos en piezas de estudio en las que rectificar, indagar, corregir, o moldear sus principales singularidades. La pluma del escritor está condicionada por la necesidad de hacer más humanos, y también más accesibles al espectador unos estereotipos que pertenecían a otras etapas de la historia. Ante la errónea magnitud de la mujer y de lo femenino en el ideario western, el actor de Appaloosa se adentra en la penumbra de una mujer que ansía florecer en el asentamiento de una época sin fronteras, seca, de tierra infértil y arenosa. El filme disecciona dos mundos de manera brillante; el de los cultivos, las flores, el agua como fuente exuberante de vida, los anhelos y apariciones en sus sueños de rosas, arboledas y paisajes selváticos, con la de un far west sepia, de polvo de arena, de cadáveres bajo tierra y el sometimiento de los pueblos hacia la violencia tocante en el plomizo horizonte. La magia hacia las cosas filmadas eleva la identidad de Mortensen, pequeñas resonancias a rincones menos explorados en el western. Recordemos el bellísimo dialogo de Abby (Mildred Natwick) en La legión invencible: «en mis primeros 10 años de casada sembré 24 jardines diferentes, nos mudamos tanto que jamás vi una sola flor crecer en ellos». La misma vela trémula captura la luz mortecina de la angustia de Vivienne, implorando no sufrir el destierro, sufriendo las inclemencias del tiempo. «Eres mar para mí», le dice Olsen, «no puedes contenerme». Toda esa catarsis entre vigilia y sueño percuten en el imaginario de un western tranquilo, reflexivo que sabe dónde y cómo rendir pleitesía a los mitos y leyendas. Más cerca de las enseñanzas de Lisandro Alonso que de Ford pero igualmente hermoso en su panorámica de cielos y horizontes, Hasta el fin del mundo es una ilusoria y cálida reconfiguración de los códigos del género. ♦