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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Small things like these

    || Críticas | Competición Berlinale 2024 | ★★★☆☆
    Small things like these
    Tim Mielants
    La mancha persistente


    Luis Enrique Forero Varela
    74ª Berlinale |

    ficha técnica:
    Irlanda, Bélgica, 2024. Título original: «Small things like these». Dirección: Tim Mielants. Guion: Enda Walsh. Novela: Claire Keegan. Compañías productoras: Big Things Films, Artists Equity, Wilder Content. Fotografía: Frank van den Eeden. Música: Senjan Jansen. Intérpretes: Cillian Murphy, Eileen Walsh, Michelle Fairley, Emily Watson. Duración: 96 minutos.


    anexo| Cobertura de la Berlinale 2024


    El director belga Tim Mielants se atreve con la adaptación de Small things like these, obra clave de una de las escritoras irlandesas más interesantes de las últimas décadas. El conjunto final resulta correcto, sólido, aunque carece, sin embargo, de esa genialidad que persiste en la retina. El filme acompaña a Bill Furlong (Cillian Murphy), hombre introvertido y aparentemente sencillo que arrastra sus pasos de manera lenta y previsible. A través de la inercia de su rutina anodina, la venta de carbón y material combustible para los hogares de una pequeña comunidad del sur de Irlanda, transcurren los días de largas jornadas de trabajo de Bill, observadas por el ojo de una cámara (operada por Frank Van den Eeden) que se mantiene a una distancia suficiente para describir sin juzgar, mostrar sin inmiscuirse demasiado, evitando rasgar esa membrana artificial que sugiere que en la mente del protagonista —y en el tejido social de las calles del pueblo que habita— está todo en orden.

    El lenguaje corporal del protagonista expresa más bien todo lo contrario al orden o la calma. Parco en palabras, educado sin ser cordial, presente sin ser cercano, prefiere pasar desapercibido entre sus vecinos como el discreto facilitador de un servicio comunitario, mientras aprieta entre los dientes un dolor que lo acompaña a todas partes. Los ojos vidriosos y el semblante ausente de un Murphy en estado de gracia dan acertada presencia al motor de esta adaptación de la novela corta homónima de Claire Keegan (2021). Mielants se esmera por tomar de la obra de la escritora irlandesa esta oscuridad discreta y constante que está por todas partes, que se adhiere a las superficies de las cosas, y también al propio Bill, cuyas manos llenas de ceniza se frota compulsivamente en un ritual casi religioso cada vez que regresa a casa, antes de sentar la mirada triste a la mesa con su mujer y sus cinco hijas.

    El Bill de Mielants, escrito por el guionista Enda Walsh —mano firmante de, por ejemplo, esa joya que es Hunger (Steve McQueen, 2008)— es menos complejo que el de Keegan, pero conserva sus cualidades principales, su espina dorsal. Parafraseando el artículo que escribió para The Guardian Lamorna Ash con ocasión de la publicación del libro, este protagonista está muy cerca del maniqueísmo dickensiano: la pureza de las acciones de Bill hacia sus trabajadores del modesto negocio, los cuidados hacia sus hijas y a las personas en estado de necesidad podrían reducirlo simplemente a la categoría de personaje de “corazón disciplinado” de David Copperfield (obra referenciada en la película con pleno conocimiento de causa), pero su complejidad emocional y su dudas morales lo alejan de un compartimiento estanco. De hecho, Small things like these podría definirse como una observación de las postrimerías de una Bildungsroman o “novela de formación”, donde el trauma pasado ha moldeado la vida presente, haciéndole dolorosa compañía al protagonista todo el tiempo. El modo de introducir la narración puntual en flashback aquí, en el filme, se antoja en cierta medida desconectado, sin ninguna marcación estética o cuerpo en el relato, y denota prisa o quizás desinterés en su construcción. Por desgracia para el conjunto, el retrato del personaje acaba resultando incompleto o no perfectamente tridimensional. Esto, sin embargo, parece no molestarle a Mielants. Porque hace manifiesta su fijación por el nudo del conflicto: el deambular de este hombre sufriente de corazón puro acaba chocando contra la oscura realidad del pequeño pueblo de un modo frontal e inevitable; asunto que, por cierto, tiene un pie anclado en los hechos reales acaecidos en las denominadas “Magdalene laundries” irlandesas, conventos de acogida para adolescentes y mujeres adultas en situaciones delicadas (sobre todo embarazadas), que funcionaban de facto más bien campos de trabajo, explotación y abuso, operados durante casi dos siglos por la mano hipócrita de la iglesia católica.

    Los breves encuentros de Bill con el convento de The Good Shepherd —que se encuentra junto al único colegio del pueblo, al que asisten sus cinco hijas— se presentan estéticamente con una iluminación y una puesta en escena que por momentos toma prestada la actitud del cine de terror, y rezuman una tensión correctamente elaborada. Remarcan el pérfido equilibrio entre quien oculta un secreto y quien se esfuerza por no verlo. A pesar de lo interesantísimo de esta arteria narrativa en la que las hermanas del convento parecen exhibir un modus operandi más cercano al de la Cosa Nostra, con sus leyes de omertá, disciplina militarista y estructura vertical, la película no distrae casi su atención de los planos medios de Bill y el dilema moral al que se ve arrastrado, muy a su pesar. Destaca aquí la breve participación de Emily Watson como la hermana Mary, cabeza visible de esta organización criminal, en una secuencia que juguetea por breves momentos con el noir —en un clásico choque héroe-recto-frente-a-némesis— , y acaba desaprovechando una exploración más honda de esta mano negra de la iglesia en las vidas de la comunidad local. La fotografía de Van den Eeden consolida este paisaje, esmerándose en incidir en esta suerte de contaminación moral a plena luz —protegida por la aquiescencia y la hipocresía del pueblo—, mediante un uso de poca luz, así como una paleta de colores poco saturados, travellings y planos medios austeros.

    Las desinteresadas acciones de bondad que Bill prodiga hacia el prójimo evidencian no únicamente un corazón bueno como vehículo de su caridad y su tendencia a dar antes que esperar recibir —actitudes estas tan católicas—. En los mecanismos de quien se vuelca en los demás hay también un afán desesperado en vaciarse de sí mismo, en arrojarse hacia el abandono propio como única e improvisada estrategia para taparle la boca al dolor, al trauma; un trauma que permea cada esquina del rostro de Murphy, de las calles húmedas y los días opacos en el condado de Wexford. El dilema inevitable, decíamos más arriba, está, pues, cargado de contenida intensidad, ya que, en estos actos de bondad, especialmente hacia sus hijas o los niños del pueblo, parece además reposar latente un afán, una urgencia de reparar las carencias sufridas en el pasado a través de sus gestos en el presente; actitud que algunos de los personajes periféricos —su esposa (Eileen Walsh) o la dueña del pub en el que Bill invita a comer a sus trabajadores— le reprochan, como recordándole que hay asuntos que no son de incumbencia personal, y es mejor no ceder a la tentación de meterse donde no lo llaman. Pero la necesidad de hacer algo con el trauma pasado y el testimonio de la evidencia actual parecen ser más intensos que su actitud pasiva.

    Como ejercicio audiovisual, Small things like these resulta correcta, sin brillar en ningún caso, a pesar del buen trabajo de los agentes implicados. Los mecanismos narrativos están ejecutados adecuadamente y ostentan una estructura ideada con cierta atención —como la repetición en abanico de algunas secuencias casi idénticas, cada una de cuyas variaciones despliegan progresivamente el desarrollo de los acontecimientos y la presión interna a la que el protagonista se ve sometido—. Quizás el mayor acierto de Mielants sea capturar ese entorno emocional y social de la obra de Keegan. Sea como fuere, esta podría haber sido una obra maestra en las manos de un, por ejemplo, Ken Loach. En todo caso, nos encontramos con una propuesta interesante, conducida por un magnético Cillian Murphy, que ejerce de digna apertura de esta Berlinale 2024. ♦

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