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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El caftán azul

    || Críticas | Streaming | ★★★☆☆
    El caftán azul
    Maryam Touzani
    Una muerte dulce


    Ignacio Pablo Rico Guastavino
    Madrid|

    ficha técnica:
    Marruecos, Francia, Bélgica, Dinamarca, 2022. Título original: Le bleu du caftan. Dirección: Maryam Touzani. Guion: Maryam Touzani, Nabil Ayouch. Compañías productoras: Les films du nouveau monde, Ali n’ Productions, Snowglobe Films. Fotografía: Virginie Surde. Montaje: Nicolas Rumpl. Reparto: Saleh Bakri, Lubna Azabal, Ayoub Messioui. Duración: 122 minutos.

    Con su ópera prima Adam (2019), la marroquí Maryam Touzani demostró una particular sensibilidad no solamente a la hora de discurrir sobre problemáticas socioculturales en su nación originaria, sino para inscribir dramas costumbristas en una particular teología de raíz islámica que fulguraba de un modo casi secreto. Una capacidad encomiable de iluminar la naturaleza de sus heroínas desde lo sobrenatural, apenas sugerido. Adam era más que una denuncia de la situación que viven las madres solteras en el país norteafricano. La aparición de la embarazada Samia (Nisrin Erradi) en la vida de Abla (Lubna Azabal) es susceptible de alumbrar, para esta última, un estadio existencial nuevo. Una conciencia más profunda de lo humano que se alcanza a través de la contemplación reverencial que Adam confería a la figura de la madre, en sintonía con no pocos textos islámicos. Por ejemplo, según el erudito al-Tabarani, a Muhammad, último profeta de los musulmanes, se le atribuye un hadith –dicho o hecho ligado a la vida del mismo– donde asegura que el Paraíso yace a los pies de las madres. En la soledad esencial de Samia podíamos atisbar, además, un eco coránico de María, madre de Jesús; el dolor de una y otra, condenadas a la soledad, se veía atenuado por las promesas angélicas: «Tu Señor ha puesto un arroyo a tus pies. Sacude hacia ti el tronco de la palmera: caerán dátiles maduros y frescos sobre ti. Come, bebe y que se alegren tus ojos» (Corán 19, 23).

    El caftán azul, segundo largometraje de Touzani, responde a un esquema dramático semejante: la incorporación de un elemento humano extraño a un grupo familiar estable desemboca en la crítica a una faceta determinada del sistema –aquí, la persecución pública de las prácticas homosexuales–, pero desvelando, a medida que avanza el metraje, la luz de una mirada íntegramente espiritual a propósito del reflejo del amor divino en el afecto humano. Mina (Lubna Azabal) y Halim (Saleh Bakri) llevan décadas casados. A las puertas de la madurez, se dedican a la confección de caftanes, viviendo en un delicado pero seguro equilibrio hasta que contratan a Youssef (Ayoub Missioui). Su presencia en el lugar de trabajo y, más tarde, en el hogar de ambos, no provocará el previsible enfrentamiento conyugal; más bien, los obligará a retarse a sí mismos: Halim se enfrenta a su mayor temor, mientras que Mina, enferma de gravedad, debe hallar el modo mejor de mantenerse firme en sus creencias mientras su salud empeora.

    En vez de centrarse en el romance entre Halim y Youssef, la cineasta opta porque sea Mina el personaje en torno al que se articula la narración. Así, en su ritmo acompasado, casi agónico, elevado puntualmente por trazos de vitalismo, El caftán azul nos hace pensar en una vida otrora exultante que está llegando a su fin con serena tristeza. Atendida con cariño por los dos hombres, es Mina, como la Samia de Adam, quien colma de esperanza el porvenir de los demás. Una y otra vez, Touzani la filma rezando aun cuando se encuentra al límite de sus fuerzas y no puede postrarse. La devoción pura de la mujer, más aún que los sacrificados cuidados del marido, abren un camino esperanzador en una sociedad fracturada, que confunde el sentido comunitario con la política del redil. A la delicada labor formal de la realizadora para expresar todo ello se le suma un trabajo fotográfico notable por parte de la polaca Virginie Surdej, quien hace de los primeros planos verdaderos ejercicios de resistencia: los rostros, agotados pero rebosantes de vitalidad en su sufrimiento, parecen bustos cincelados contra el vacío que los enmarca.

    Y ese vacío, que es el de la muerte que orbita, paciente, en torno a Mina, Halim y Youssef, también es el de una cultura que ha olvidado la letra coránica, abocándose a un sentido de la religiosidad que apenas se limita ya a la sanción de la vida privada de las personas. En el islam, la circunstancia en que dejamos este mundo a menudo dice mucho sobre quiénes fuimos, y Mina muere rezando. Con la misma espiritualidad callada que ha atravesado cada minuto de El caftán azul, el gesto significativo y final de Halim y Youssef, envolver el cuerpo de la difunta en la prenda que da título a esta producción, no es únicamente un acto de protesta. El caftán que tejió, demasiado hermoso para ser vulgarmente malgastado, la reviste de azraq, el color de esos cielo y mar que parecen tan distantes desde las ventanas del apartamento de los tres héroes. Ese azul que ha atravesado a lo largo de los siglos la amplia extensión del mundo islámico, tiñendo portones, minaretes e incluso las alas del ángel que inspira el Corán a Muhammad, Jibril (véase el apartado angelológico del cosmógrafo Zakariya al-Qazwini en Las maravillas de la Creación y las rarezas de la existencia, s. XIII). Con este último detalle, Maryam Touzani se reivindica, por segunda vez en su breve carrera, como extraña directora de un cine que es profundamente religioso de una manera discreta y bellamente escondida. ⁜


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