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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El maestro que prometió el mar

    || Críticas | 68 SEMINCI | ★★★☆☆
    El maestro que prometió el mar
    Patricia Font
    Las promesas fusiladas


    Rubén Téllez Brotons
    Valladolid |

    ficha técnica:
    España, 2023. Título original: El maestro que prometió el mar. Dirección: Patricia Font. Guion: Albert Val. Novela: Francesc Escribano. Música: Natasha Arizu del Valle. Fotografía: David Valldepérez. Reparto: Enric Auquer, Laia Costa, Luisa Gavasa, Ramón Agirre, Milo Taboada, Alba Guilera, Edu Ferres.

    Un anciano, sentado frente al ocaso de su vida, observa una imagen de su pasado que no le devuelve sino la certeza de su propia muerte, mientras su nieta lee en voz alta unas palabras que escribió hace más de seis décadas con una tinta cargada de ilusión y esperanza; unas palabras, eso sí, que pronto fueron sepultadas por el peso violento del silencio y el olvido. Esta es la imagen que permanece en nuestra memoria de El maestro que prometió el mar, adaptación de la novela homónima de Francesc Escribano que corre a cargo de Patricia Font. Una película que cuenta la historia real de Antoni Benaiges (Enric Auquer), un joven profesor que llega a un pueblo burgalés desde Tarragona para hacerse cargo de la escuela después de que el sacerdote que la dirigía fuese apartado por el gobierno de la II República. Cargado de energía y nuevas ideas, implementa en sus clases los por entonces revolucionarios métodos educativos ideados por Célestin Freinet —cuyos principios básicos son la libertad de expresión, la vida cooperativa y la realización y emancipación por medio del trabajo. Sus alumnos dejan de ver el colegio como un centro de reclusión en el que memorizar hasta morir de aburrimiento y empiezan a disfrutar del aprendizaje. Sus padres, por el contrario, ven las innovadoras técnicas del nuevo docente como un conjunto de extravagancias sin fundamento alguno. A pesar de eso, la realidad se impone a los prejuicios y los niños pronto se desvelan como torrentes creativos, solidarios y empáticos que convierten la naturaleza en su nueva aula. Antoni les promete que, una vez que haya finalizado el curso, los llevará a ver el mar. Dicha promesa se verá truncada cuando, en julio de 1936, Franco dé un Golpe de Estado contra el gobierno de la II República.

    Antes de convertirse en un escritor y cineasta de renombre, Pasolini trabajó durante algunos años como profesor en una escuela de la periferia romana. Sus alumnos eran chavales marginados socialmente que estaban condenados a delinquir para poder sobrevivir. La falta de recursos y la abundancia de pobreza desmotivaba pronto a unos jóvenes que, pese a todo, guardaban en los bolsillos de su mirada una vitalidad desesperada. El futuro autor de Las cenizas de Gramsci y Mamma Roma se volcó en cuerpo y alma en ayudar a esos chicos que, como él, eran víctimas de una sociedad desigual e intolerante construida sobre la sangre y las lágrimas de los explotados. Para conseguir que los chavales se enamorasen del placer de aprender y se implicasen en las clases, Pasolini, entre otras muchas cosas, inventaba cuentos pedagógicos a través de los cuales fomentaba su creatividad, les transmitía su amor por la literatura y les incitaba a escribir, a pintar y a cuidar de un jardín escolar que había sido construido entre todos, para todos. Tiempo después, el poeta escribiría: «Pienso que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. En manejarse en ella. En la humanidad que de ella emerge. En construir una identidad capaz de advertir una comunidad de destino, en la que se pueda fracasar y volver a empezar sin que el valor y la dignidad se vean afectados. En no ser un trepador social, en no pasar sobre el cuerpo de los otros para llegar el primero».

    Antoni Benaiges, como Pasolini, fue crítico con el mundo que le tocó vivir, intentó cambiarlo a través de la literatura y la educación y pagó el precio de la disidencia con su propia vida. El maestro que prometió el mar, por tanto, se presenta ante los ojos del espectador como un testimonio que narra de forma traslúcida un crimen que fue enterrado en una fosa común. La directora compone un relato que se mueve entre un presente mutilado y un pasado amordazado por los restos de un fascismo que todavía asfixia cualquier posibilidad de futuro sano. El joven profesor se convierte así en el paradigma de los ideales de una república democrática que modernizó España hasta convertirla, pese a la frontal oposición de esas élites que hacían de la sumisión de las clases populares su negocio, en uno de los países más avanzados del mundo. Después del asesinato del maestro, la promesa de llevar a sus alumnos a ver el mar se quedó colgando entre los pliegues de un vacío que todavía hace sangrar la memoria y la conciencia de un país entero. La cinta dista mucho de ser perfecta —el recurso de las dos líneas narrativas que avanzan en paralelo susurrándose la una a la otra esos secretos que se perdieron en el fondo de la conciencia impide que toda la emoción de las imágenes se concentre en un único clímax; el personaje de Laia Costa se pierde en su intento de parecer sutil y contenido—, pero resulta imposible no enmudecer de emoción ante este ejercicio de memoria colectiva tan luminoso como necesario; no doblarse en un llanto desgarrador tras escuchar esos deseos de renovación y libertad que no pudieron ser más que eso: deseos; no deshacerse en lágrimas al imaginar cómo habría sido ese viaje a un mar llamado futuro.


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