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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Kokomo City

    || Críticas | Berlinale 2023 | ★★★★☆
    Kokomo City
    D. Smith
    Los cuerpos combativos


    Luis Enrique Forero Varela
    73ª Berlinale |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2023. Título original: «Kokomo City». Dirección: D. Smith. Guion: D. Smith. Compañía productora: Couch Potatoe Pictures. Fotografía: D. Smith. Intervinientes: Daniella Carter, Dominique Silver, Liyah Mitchell, Koko Da Doll. Duración: 73 minutos.


    anexo| Cobertura de la Berlinale 2023


    La directora estadounidense D. Smith (Miami, 1975) ha tardado tres años en realizar su debut en el campo de la cinematografía. Gracias su esfuerzo y al buen criterio de la sección Panorama, consiguió presentar en el Festival de Berlín Kokomo city, una poderosa carta de presentación, dinámica y abiertamente conmovedora. La raíz argumental de este documental es muy sencilla: consiste en un conjunto de entrevistas a trabajadoras sexuales trans y afroamericanas, en la ciudad de Nueva York y el estado de Georgia. Frente a la cámara, Daniella Carter, Koko Da Doll, Liyah Mitchell y Dominique Silver narran su vida cotidiana, cuentan cómo y por qué llegaron a un estado de dificultad económica o social de tal magnitud, que tuvieron que recurrir a la prostitución como vía de sustento vital básico. Con fragmentos intercalados de cada una de estas mujeres trans —y eventualmente los testimonios complementarios de hombres afroamericanos, del mundo de la cultura del Rap, en una posición más bien secundaria, y quizás, añadidos de manera menos trabajada en el marco organizativo de los segmentos—, el discurso directo y próximo, sin un guion específico ni un orden temático, simplemente fluye, fluye y diverge entre lo trágico, lo doloroso, y también lo cómico, con una energía y una vitalidad capaces de impresionar profundamente.

    Al no existir casi ninguna injerencia argumentativa o estructural, el espacio cinematográfico adquiere categoría de tarima, de altavoz con el que poder explicar su situación sin sentirse en ningún momento juzgadas, o empujadas a dirigir sus palabras en pos de un determinado efecto narrativo o estético. A través de este planteamiento, los monólogos a cámara cuestionan, desde la perspectiva de los de abajo, marginal, cuestiones tan trascendentales como el género y la identidad sexual, el racismo como motor de la desigualdad sociocultural, la masculinidad tóxica dentro de los entornos de exclusión social —enraizados con la estética gángster—, las relaciones de pareja y las enfermedades de transmisión sexual; de la lucha de clases; habla del amor y del maltrato; de la criminalidad y el desamparo. Y todo con una frescura asombrosa y un tono cercano y conversacional. En la película, las protagonistas absolutas son las trabajadoras sexuales. El filme se articula sin aparente orden temático; criterio pensado para otorgarles un espacio de máxima libertad y espontaneidad. Porque lo importante son ellas, sus experiencias personales en el entorno en el que se han visto obligadas a sumergirse, cada una por motivos distintos, pero todas compartiendo la precariedad y la indiferencia social como entorno natural. A pesar de lo que podría sugerir, el retrato no está teñido de compasión o lástima desde la perspectiva de la cámara. Más bien todo lo contrario: D. Smith se ha esmerado no solamente por dejarlas hablar, dejarlas ser sin coartarles la cadencia o el contenido, sino por revestir sus cuerpos y sus voces de un halo de dignidad, de auténtico protagonismo —de un modo similar a la manera en la que Sean Baker trataba a sus personajes en Tangerine (2015)—.

    La perspectiva formal de Kokomo city es relativamente simple. El documental, en un blanco y negro que se asemeja al cromo y la plata —y recuerda a la sensualidad de las fotos de Helmut Newton—, se compone de interiores y planos casi siempre fijos, complementados con algún travelling ocasional en el exterior. Estas secuencias están intercaladas con lo que podríamos denominar reconstrucciones ficcionalizadas, parcas en elementos —cámara en mano— de algunos fragmentos de las historias que sus protagonistas narran, así como algunas otras que tienen hacia lo alegórico, como un número de danza contemporánea de un bailarín, o directamente hacia lo abstracto —animaciones, también en blanco y negro, obra de la diseñadora Mary Hawkings—. Estos recursos extra parecieran responder a una preocupación de la directora por esmerarse en que la narración no se llegase a sentir monótona; algo que es absolutamente imposible. Los testimonios de las mujeres son tan seductores, inmensos en su honestidad, que cualquier añadido extra, además de innecesario, acaba causando el efecto contrario al deseado, alejando al espectador de la potencia bruta del relato.

    La música, otro elemento que da la sensación de provenir de esta misma preocupación, funciona, sin embargo, de manera óptima. Los cortes elegidos son, en su mayoría, canciones de Rock, Rythm’n Blues y Funk, destacando especialmente el vibrante inicio con Street life (1979), de The Crusaders y Randy Crawford, como alegoría premonitoria. El conjunto denota una fuerte influencia de los recursos de lenguaje audiovisual del videoclip; hecho en absoluto coincidencial, pues la propia directora proviene del mundo de la música —el cual le dio la espalda poco después del inicio de su proceso de transición transgénero—; antes de dedicarse al cine, fue cantante, compositora y productora. La propia directora ejerce los roles de montadora, directora de fotografía y productora, siendo este un proyecto muy personal, con una carga reivindicativa muy intensa, por el mero hecho de darle voz estas mujeres, estigmatizadas sistemáticamente y sometidas a toda clase de dificultades e injusticias. Por tanto, el plano final muestra un cuerpo, en su integridad más humana y más política. Porque este es un alegato político y necesario contra la invisibilización de colectivos oprimidos y vejados por partida cuádruple (provenientes de familia humilde, transexuales, afroamericanas, prostitutas) como cénit del planteamiento ideado para el modesto metraje de la película (apenas 71 minutos).

    Kokomo city es una película atrevida, tremendamente sincera, que no escatima en la exposición de la brutalidad, el sufrimiento y humillación constantes a los que se ven expuestas estas jóvenes, aplastadas bajo un sistema social hipócrita, diseñado para expulsarlas hacia la economía sumergida, la precariedad, la exclusión y, sobre todo, la discriminación. Habla de todo esto sin reparos ni artificios, pero además resulta intenso, emocionante y, en algunas ocasiones, francamente divertido, pues el carisma tan enorme que exhiben sus protagonistas conecta con una sensibilidad muy pura, causándonos emoción, empatía y angustia; de igual modo, momentos de ternura, pero nunca compasión ni lástima. Smith no pretende juzgar bajo ningún telón moral a sus personajes —ni lo hace—; lo que busca es presentárnoslos, dejarlos comunicarse con nosotros y contarnos su historia, mostrarnos su cuerpo como arma de protesta.


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