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    Crítica | The Bride

    || Críticas | Las Palmas 2023 | ★★★★☆
    The Bride
    Myriam Uwiragiye Birara
    Claridad narrativa


    Yago Paris
    Las Palmas |

    ficha técnica:
    Ruanda. 2023. Título original: The Bride. Director: Myriam Uwiragiye Birara. Guion: Myriam Uwiragiye Birara. Productores: Myriam Uwiragiye Birara, Kivu Ruhorahoza. Productoras: Urugori Films. Fotografía: Bora Shingiro. Música: -. Montaje: Gashonga Ka Hangu. Reparto: Aline Amike, Daniel Gaga, Beatrice Mukandayishimiye, Fabiola Mukasekuru, Sandra Umulisa.

    En la crítica de Tomorrow Is a Long Time (Míng tian bi zuo tian chang jiu, 2023) focalizo el discurso en la idoneidad de cierto tipo de narrativa observacional, basada en el distanciamiento del punto de vista. Se trata de una película construida a partir del plano general, fijo, de larga duración, que parece estar más interesado en retratar una circunstancia que en sumergirse en la visión y emoción del personaje principal. En aquella crítica cuestiono la capacidad del director Zhi Wei Jow para lograr el retrato de su protagonista, pues, en última instancia, el aparataje formal está tan presente que aprisiona al relato e impide su desarrollo. La excesiva rigidez de la propuesta choca con las posibilidades de sus personajes, que de manera simbólica parecen atenazados por las decisiones compositivas. Esto mismo se podría sospechar de The Bride (Myriam Uwiragiye Birara, 2023) durante los primeros minutos de metraje, pues se trata de una propuesta visual en apariencia idéntica. Sin embargo, como trataré de argumentar en este texto, en la obra de Myriam Uwiragiye Birara nunca se condiciona el certero retrato de las situaciones a la puesta en escena.

    El filme de la cineasta ruandesa narra la historia de la joven Eva, que, poco antes de irse a estudiar medicina a la universidad, es secuestrada y forzada a casarse con un hombre al que jamás ha visto en su vida. Estamos en la Ruanda de 1997, y aunque la película no narra un suceso concreto real, sí se basa en miles de historias reales, en un estado de la cuestión del pasado reciente de su país. Aunque la cineasta confirmó en la rueda de prensa posterior a la presentación de su filme en la Sección Oficial del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria que estas prácticas son ilegales en la actualidad, sin embargo, esta circunstancia se ha mantenido en la sociedad del país como un tabú, de ahí que la autora haya querido denunciarlo a través de la visibilización.

    Para retratar la tortuosa experiencia de la joven protagonista, Myriam Uwiragiye Birara recurre a un conjunto de planos observacionales —generales, fijos y de larga duración—, donde parece que la huella autoral está en primera fila. Sin embargo, a medida que se desarrolla el relato resulta sencillo descubrir que las funciones de la cámara son distintas a lo señalado en el caso de la película de Zhi Wei Jow. Aquí el aparato funciona como acompañante de la protagonista, como si se buscara un apoyo a través de la presencia —como si la narrativa hiciera sentir menos sola al personaje, al visibilizar sus circunstancias—, a la par que atestigua lo que sucede en el ámbito doméstico, aquello de lo que cuesta hablar incluso entre mujeres, como así manifiestan las escenas de la protagonista con su familia. El único refugio lo encuentra en la prima de su futuro marido, una mujer algo mayor que ella y con mucho más sufrimiento a sus espaldas, que la comprende y ayuda en sus tratamientos paliativos tras las sucesivas violaciones del varón.

    Lo primero que llama la atención, en la comparación entre esta cinta y la del director singapurense, es la capacidad de la cineasta ruandesa para dotar de vida a sus planos. La rigidez aparente es en realidad un marco de pensamiento, un estado de la cuestión donde las partes implicadas se relacionan espacialmente. Así, aunque en apariencia se estén filmando de la misma manera diferentes situaciones, las interacciones entre las dos mujeres no son equivalentes a las que se dan entre la protagonista y el hombre que quiere convertirla en su esposa. Probablemente el plano más elocuente a este respecto sea uno que tiene lugar en el exterior de la casa, donde ambas mujeres juegan a un juego de palmas en el jardín, de manera inocente y cómplice, hasta que, en el fondo del plano, en una de las esquinas del cuadro, aparece la amenazadora presencia del hombre, que la reclama, cual esclava, para acudir a la cama para practicar sexo. La manera en que el tono pasa de la alegría a la gelidez, y la naturalidad con que se filma dicho cambio, demuestra la inteligencia de su creadora, capaz de utilizar la citada estética «de autor» sin caer en el automatismo esteticista, sino, más bien al contrario, buscando la claridad expositiva, la sencillez representativa y la contundencia dramática.

    Siguiendo en esta línea, resulta fundamental pararse a analizar la representación del personaje masculino, siempre en el fondo del plano, habitualmente desenfocado, en una de las esquinas del marco, o directamente en fuera de campo, como terrible figura omnipresente. La naturalidad con que la cineasta logra expresar estas ideas es equivalente a la naturalidad con que se desarrolla la profunda amistad femenina, donde acciones triviales describen el calado de las circunstancias, en muchos casos dominadas por el silencio de lo que de verdad está teniendo lugar. La contundencia narrativa y la claridad expositiva se alían con la capacidad de la cineasta para no permitir que la forma deje de atender a las necesidades del fondo. Así se explican los escasos 73 minutos de metraje y, especialmente, la soltura de cada una de las escenas. Cada plano está lleno de vida, y la rigidez de la puesta en escena, lejos de interrumpir el desarrollo emocional de los personajes, parece fijarlos al plano, limitando las posibilidades para evitar desvíos. La estricta puesta en escena no es, por tanto, un capricho estético, sino la reducción de las posibilidades a exclusivamente aquellas que la narrativa necesita para alcanzar los objetivos subtextuales. Humilde, sin grandes aspiraciones y carente de gestos formales que pretendan epatar, el trabajo de Myriam Uwiragiye Birara en The Bride es una clase magistral de narración en imágenes y manejo del tempo narrativo.


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