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    Crítica | Notas sobre un verano

    || Críticas | DA 2023 | ★★★★☆
    Notas sobre un verano
    Diego Llorente
    Me he perdido


    Miguel Martín Maestro
    Valladolid |

    ficha técnica:
    España. 2023. Título original: Notas sobre una verano. Dirección, guión, montaje; Diego Llorente. Fotografía: Adrián Hernández. Intérpretes: Katia Borlado, Antonio Araque, Alvaro Quintana, Rocío Suárez. Escenografía: Inés Argüelles. Productores: Diego Llorente, Rubén Revilla. Compañía productora: Failo Cine. Duración: 83 minutos.

    Esas tres palabras del título de este texto son las últimas que se pronuncian en la pequeña, y exquisita, miniatura de Diego Llorente. Se pronuncian en un contexto pero su sentido atraviesa toda la película y toda la vivencia de la protagonista, Marta —Katia Borlado, creíble y convincente, como sus compañeros masculinos de reparto Antonio Araque (Leo) y Álvaro Quintana (Pablo)—. Ese «me he perdido» no apunta a un sentido geográfico o intelectivo del propio personaje. Verbaliza los sentimientos encontrados que surgen en su vida cuando, durante un verano atípico, Marta regresa a su ciudad de origen en Asturias; un paréntesis donde rompe con la monotonía laboral, estudiantil y también sentimental de Madrid, donde convive con su pareja, Leo. Notas sobre un verano crece a partir del esbozo trazado por Diego Llorente en su anterior obra, el cortometraje Desaparecer de 2019, en el que también una mujer joven, durante un verano asturiano, entra en confrontación con su presente más inmediato y otras tres palabras, pronunciadas sorpresivamente, que no se llegan a desarrollar en ninguna dirección, pero que resuenan en el ambiente, dejan un poso de melancolía: «las aventuras veraniegas». La cámara de Llorente trata con suavidad, casi acariciando, a sus personajes; sus intensos primeros planos introducen a la película en el terreno de la intimidad más personal de todos ellos, sus rostros, más que sus palabras, expresan perfectamente el tono y la intensidad de la apuesta, y la apuesta gana.

    Las imágenes más estéticas de la película contienen, en sí mismas, una valiosa información añadida sobre la historia. El primer plano (ver imagen área inf.), de esa nadadora de espaldas y con el infinito de la piscina cubierta ante sí no es un mero recurso visual, sino una apuesta narrativa de la película para definir el estado del personaje central. La cabeza gacha, la mirada clavada hacia los pies, la renuncia a mirar hacia delante, invitan a imaginar que el pensamiento de Marta no está centrado en la actividad deportiva y laboral que está llevando a cabo. Es una persona ensimismada en sus pensamientos, cuyo rostro, cuando no se encuentra rodeada de más gente ante la que disimular, revela insatisfacción, en una lucha interior constante contra la frustración que rodea a la generación de la treintena y que la película dibuja con claridad. Con ese plano de la nadadora se inicia la película, y si de cualquier obra, por mediocre que sea, es posible rescatar alguna idea visual potente o remarcable, en la película de Llorente serían varios esos momentos de verdad cinematográfica pensados para llegar al espectador mediante la síntesis de una imagen que nos cuenta mucho más que una narración.

    Si sólo hubiera que quedarse con un momento, si algo definiera perfectamente el concepto de la película y su desbordamiento sentimental, una escena que se desarrolla ante nuestros ojos apenas llegada la media hora del trayecto sería la fundamental. El resumen del argumento es fácil, incluso la historia de por sí roza lo banal por su generalidad. Una joven asturiana que reside en Madrid con su pareja combina estudios de posgrado con trabajos de subsistencia, ahorrando costes y preparando la convivencia definitiva, regresa para pasar el verano a su tierra, a convivir con su familia, a recordar las pérdidas y a relacionarse con sus amigas de siempre. La relación de pareja queda en un impasse, baste ver cómo mensajea a su novio nada más llegar y cómo envía otro a su mejor amiga. Un encuentro sin explicaciones con un amigo arroja luz sobre cómo entre ambos debió existir algo cercano al amor. Llorente no nos lo cuenta ni los personajes hacen referencia a ello, pero ninguna duda nos puede quedar cuando asistimos, sin palabras, a un plano subacuático. Los dos amigos han ido a la playa, se encuentran sus cuerpos muy cerca uno del otro, hacen pie pero las piernas de ella rodean la cintura de él, hay un juego de atracción y alejamiento de los cuerpos, como si quisieran juntarse pero la parte del cuerpo que no vemos (su cabeza) impusiera el alejamiento, la razón frente al corazón. No son muchos segundos, pero ya hemos tenido la información precisa de cómo el torbellino emocional de Marta se va a desarrollar entre el deseo y la seguridad, entre la pasión y el amor, entre lo desconocido y la rutina. Ha bastado una escena, ni siquiera hemos necesitado ver los rostros de los actores, y, en cambio, hemos conseguido toda la información suficiente para seguir adelante. Eso es el cine.

    Respecto a su anterior película, Llorente cambia de perspectiva. Si Entrialgo buscaba más el acercamiento a lo rural desde una suerte de no ficción, con la idea de mostrar un mundo que se acaba (como podía hacer Meseta), hermanándose con una corriente dominante en el cine asturiano (Bande, Montero, Marcos Merino, Cepedal) pero sin centrarse en la memoria colectiva como eje fundamental; ahora se acerca a un mundo que puede acabarse, pero desde lo personal y desde la ficción, el mundo de la juventud desde la mirada de aquellos que se niegan a crecer porque la realidad y el presente de la madurez espanta, un drama sentimental veraniego, esa estación donde las obligaciones parecen dejar paso a lo hedonista y donde las consecuencias se posponen hasta el momento definitivo de tener que escoger, o dejarse llevar por lo más cómodo y tranquilo. Verano y cine permiten mezclar de manera relajada libertad y pesadumbre, pasión y nostalgia, como un tiempo muerto en el que se puede jugar y olvidarse de lo que ocurrirá cuando llegue el otoño. Es inevitable mirar hacia el cine francés mezclando ambas manifestaciones. Frente al modelo hablado (de Rohmer a Brac), Llorente opta por el visual y el resultado no puede ser más esperanzador. Desde la puesta en escena minimalista pero definida hasta el tratamiento humano de los personajes, Notas sobre un verano merece el aplauso y que se hable de ella como el buen cine que es.


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