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    Crítica | Passages

    || Críticas | Sundance 2023 & Berlinale 2023 | ★★★☆☆
    Passages
    Ira Sachs
    Amor y autodestrucción


    Ignacio Navarro Mejía
    Madrid |

    ficha técnica:
    Francia, 2023. Dirección: Ira Sachs. Guion: Ira Sachs y Mauricio Zacharias. Producción: BS Productions. Dirección de fotografía: Josée Deshaies. Montaje: Sophie Reine. Diseño de producción Pascale Consigny. Vestuario: Khadija Zeggaï. Reparto: Franz Rogowski, Ben Whishaw, Adèle Exarchopoulos, Erwan Kepoa Fabé, Arcadi Radeff, Léa Boublil, Théo Cholbi, William Nadylam. Duración: 91 minutos.

    Es ya un tópico asociar la ciudad de París con el amor libre. Novelas y folletines, anécdotas de sus visitantes y paseantes o las experiencias compartidas de sus propios residentes confirman que el cliché, la ficción y la realidad van de la mano. Y el cine francés no se ha quedado atrás al contarnos estas historias de romances, aventuras, promiscuidades y crímenes pasionales de ciudadanos franceses de toda clase y vecindad, pero en especial de los burgueses parisinos. Hay, en cualquier caso, algo que despierta en todo tipo de hombres y mujeres, cuando están en la capital gala, sus más hondos instintos y deseos, su afán por encontrar el amor o su atrevimiento al buscar otro género de acercamientos. Quizá sea el encanto natural, arquitectónico y social de la ciudad. Quizá sean la comida y el vino. O quizá sea simplemente la imagen que cada uno proyecta de este lugar, alimentado por esas historias previas, por su simbología o sus señas de identidad, aunque en este caso concreto no se correspondan con la realidad. Por todo ello, no es casual que Ira Sachs haya decidido localizar aquí su última película. Estamos ante un cineasta acostumbrado a narrar historias cercanas al melodrama, si bien con un tono por lo general más sutil y desenfadado, por lo que, más que melodramas, podrían calificarse como dramas íntimos. Y ahora, en esta titulada Passages, la intimidad del drama queda reforzada.

    La premisa parte, pues, del lugar común. Un hombre casado se acuesta con otra mujer. La diferencia importante respecto de muchas historias pasadas es que el hombre en cuestión es gay, o bisexual, y está casado con otro hombre, también gay (o casi). A la vista del desarrollo narrativo, siguiendo la escala de Kinsey, quizá al protagonista adúltero se le podría aplicar un cinco, mientras que su esposo sería un seis o un siete. En cuanto a la mujer en cuestión, sería un uno o un dos. Las distinciones están algo difuminadas en lo relativo a la homosexualidad, la heterosexualidad y la bisexualidad como nociones ya tradicionales, teniendo en cuenta, además, que el adulterio se parece más aquí a la poligamia. El engaño amoroso se convierte más bien en pura decepción, y la propia relación de pareja se torna en conexión no exclusiva. Estas, al menos, son las premisas de todo el entramado afectivo que comparten los tres personajes principales. En realidad, aunque toda esta teoría sea cierta y la lleven en gran parte a la práctica, a cada una de estas personas les duele no poder contar con alguien que sepan que les va a ser fiel, y les duele también no saber realmente con qué tipo de interacción humana se sienten satisfechas y realizadas.

    Lo cierto es que el protagonista, un director de cine algo tiránico, además de arrogante, egoísta e incluso narcisista (interpretado no sin empatía por ese gran actor que es Franz Rogowski), está a otro nivel con respecto a su marido (Ben Whishaw) y a la mujer con la que se enrolla (Adèle Exarchopoulos). Como está acostumbrado a dirigir a otras personas, aunque sean actores, y así es la primera secuencia del metraje (la de un rodaje), piensa que también puede comportarse como director en su vida fuera del set, esto es, que puede ir tomando decisiones que afectan a los demás sin que ello deba repercutir en su propia y libérrima capacidad decisoria. Dicho de otra manera, y para ser más precisos, en esa primera secuencia, el director indica a un actor cómo debe moverse y lo que debe pensar, con instrucciones no muy sensibles, y el actor tiene que obedecer de forma mecánica, sin alterarse emocionalmente por lo que debe hacer y pensar ni por las propias instrucciones que recibe, pues es un actor: su trabajo es fingir sentimientos, no sufrirlos de verdad. Pues bien, este director parece creer que las demás personas de su entorno, y en especial aquellas con quienes comparte mayor intimidad y confianza, tampoco tienen por qué sufrir demasiado ante su comportamiento. Por ejemplo, si le cuenta a su marido que se ha acostado con una mujer, lo tiene que asumir como algo normal. O si se acuesta después con su marido en cercanía (tanto física como auditiva) de la mujer con la que lleva acostándose ya bastante tiempo, a esta también le tiene que dar igual. Pero no es así. Tales decisiones egoístas e insensibles tienen consecuencias. Passages discurre por tanto por un sendero conocido, si bien riguroso y consecuente, y sobre todo sabiendo qué mostrar y qué no… aunque en varias ocasiones uno desearía que el metraje se detuviera más tiempo en las interacciones de su entregado y atractivo elenco, que profundizara más en sus intercambios y pareceres. Con todo, ello iría en contra del estilo de Sachs: aquí no solo sutil y desenfadado, sino también, no sin cierta paradoja, crudo y expeditivo.


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