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    Crítica | La noche del 12

    || Críticas | Filmin | ★★★★☆
    La noche del 12
    Dominik Moll
    Las mujeres no son culpables


    Miguel Martín Maestro
    Valladolid |

    ficha técnica:
    Francia, 2022. Título original: La nuit du 12. Director: Dominik Moll. Guión: Gilles Marchand, Dominik Moll. Basado en la novela de Pauline Guéna. Fotografía: Patrick Ghiringhelli. Música: Olivier Marguerit. Reparto: Bastien Bouillon, Bouli Lanners, Théo Cholbi, Johann Dionnet, Thibaut Evrard, Julien Frison, Paul Jeanson, Mouna Soualem. Productores: Caroline Benjo, Barbara Letellier, Carole Scotta. Edición: Laurent Rouan. Compañía Productora: Haut et Court. Duración: 114 minutos.

    Hay un relato evidente en la última película de Dominik Moll: el de la investigación policial alrededor del cruel asesinato de una joven, Clara Royer, rociada con un líquido inflamable y prendida fuego en una noche, concretamente a la que se refiere el título, en una pequeña localidad cercana a Grenoble, en la Auvernia francesa; pero es más sugerente, más atractivo, más ilustrativo de lo que la película propone el sutil planteamiento de fondo que atraviesa toda la película, esa corriente subterránea que infecta la investigación policial a partir del «si la han matado busquemos en su comportamiento las causas del crimen», transformando, de esta manera, a la víctima en responsable de su propio asesinato. Como quien se zambulle confiado en un río sin conocer la existencia de contracorrientes, remolinos, simas, oquedades que provocan torbellinos, lo cómodo es quedarse cerca de la orilla y mantener un rumbo constante hacia la resolución final del caso concreto. En el fondo el capitán Vivés y el agente Marceau funcionan con este esquema fatalista, y fatal, de buscar un sospechoso que se acomode a las características del presunto agresor, y también, de ahí lo fatal del planteamiento, de la víctima. Ahora bien, si el espectador/a opta por dejarse arrastrar por el magma subterráneo que circula constantemente por toda la película, las preguntas que surgen han de ser inevitables y aquí reside el mayor logro de la obra, ¿es inevitable una relación desigual entre hombres y mujeres?

    Acudamos a las estadísticas, frías, pero incontestables. En 2021 más de 282.000 personas fueron condenadas en España, de ellas, más de 227.000 fueron hombres. Sigamos. Si acudimos a la estadística por delitos sexuales, 3.128 hombres fueron condenados mientras el número de mujeres se redujo a 68. La última estadística de población penitenciaria sitúa una proporción de 12 a 1 a favor del sexo masculino como interno en los centros penitenciarios del país, Se puede seguir ahondando en los segmentos que se quiera, de edad, de ciudad, de barrio, todo es idéntico, la inmensa mayoría de comportamientos delictivos tienen como autores a los hombres. Si la violencia es el lenguaje con el que el hombre, como sexo, se manifiesta más cómodo y más cercano a su ADN ancestral, ¿podemos aventurar un futuro igualitario en el que la mayoría de los hombres se comporten con las mujeres sin acudir a los roles insertados por siglos de dominio masculino? Muy difícil de imaginar y mucho más difícil de combatir. La brigada de policía judicial de Grenoble que investiga el caso, núcleo central de la película, comienza compuesta exclusivamente por hombres que se mueven, con dedicación, pero con un antifaz cubriendo su mirada, la del prejuicio sexista. Reciben un toque de atención de una jovencísima amiga de la víctima cuando les explica las razones por las que ha ocultado algún dato de la vida personal de la asesinada. Y no se equivoca, son esos datos íntimos de Clara Royer los que mueven a los agentes a trenzar sus hipótesis, el mundo se mueve por sexo y por dinero; descartado el dinero sólo queda el sexo.

    Moll, a diferencia de su anterior Solo las bestias, en la que el guion enclaustraba a los personajes y condicionaba toda la acción de manera poco natural, conduciendo, en vez de sugiriendo las reacciones; aquí opta por lo contrario. No hay artificios ni trampas demasiado visibles que hagan arrugar el entrecejo, no hay personajes con historias que cruzar, idioteces que justificar con giros improbables ni alambicados comportamientos que vayan desorientando al espectador pretendiendo hacer pasar al director por un virtuoso del enredo criminal. Se prefiere una comisaría creíble, un grupo de agentes dedicado al caso que permite, gracias a ese libreto no asfixiante, dibujar perfectamente a la pareja protagonista. Dos hombres asolados por su trabajo y las consecuencias personales del mismo que viven, cada uno a su manera, en un círculo vicioso del que no quieren salir porque es su zona de confort. La metáfora del ciclismo en pista es obvia, pero define a ese capitán como un hombre incapaz de salirse de la línea recta, tanto en lo profesional como en lo personal, lo mismo que el desahogo verbal que el agente que le acompaña va expresando nos va avisando de esa olla a presión que bulle en su interior y que estallará en cualquier momento. Moll usa un suceso verídico para lanzar su tesis, y sin embargo la tesis no toma el protagonismo de la película para convertirla en panfleto. La investigación, los interrogatorios, las pistas, los errores, las decepciones, los reproches beben directamente de esa fuente inagotable que es el polar francés, un género que no muere, y que, aunque se adapta a las nuevas formas de delincuencia sin poder llegar a las cumbres de Melville, Deray, Franju, Verneuil y compañía, viene entregando cada año un par de títulos de lo más estimulantes.

    Ahí donde Peretti patina en Un escándalo de estado haciendo que la escritura prime, y aplaste a la imagen, con un relato encorsetado por la palabra y su declamación, Moll acierta de lleno en tono, forma y ritmo; y sobre todo con la imagen, mezclando los tiempos muertos con el frenesí inminente de la captura de un sospechoso cuya coartada es débil, ahí es donde el relato criminal florece con la misma solidez que las novelas de la francesa Fred Vargas, y, sin embargo, donde la película triunfa de manera sobresaliente es cuando decide dar voz a las mujeres. Ya apunté la escena donde una joven es capaz de enfrentarse al juicio masculino señalando las razones por las que calló lo que consideró innecesario, podía parecer una escena más; pero si se une con la aparición catártica de una nueva juez de instrucción, un personaje un tanto forzado y hasta poco creíble pero que revoluciona el punto muerto y abandono que la policía había hecho del caso, y la incorporación al grupo investigador de una inspectora que abre los ojos de esos policías anclados en clichés y estereotipos de género y permite, así, la confrontación de un diferente punto de vista que amplía los límites del debate, la película se enriquece de manera evidente. Probablemente hombres y mujeres estén condenados a ser verdugos y víctimas por siempre, pero sólo actuando conjuntamente cabe una esperanza para una relación igualitaria sin violencia. Y si esa esperanza no es posible al menos Moll habrá ofrecido no sólo un discurso solvente y poderoso contra la violencia de género, probablemente el mejor en el cine más reciente, sino una escena bella y emocionante en el interior de un parque donde dos parejas, con dos puntos de vista y dos objetivos muy distintos, sienten, en el mismo momento, el dolor de la injusticia en medio de la noche más oscura.


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