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    Crítica | Le pharaon, le sauvage et la princesse

    || Críticas | SEFF 2022 | ★★★☆☆ |
    Le pharaon, le sauvage
    et la princesse
    Michel Ocelot
    Cuéntame un cuento


    Javier Acevedo Nieto
    Sevilla |

    ficha técnica:
    Francia, Bélgica, 2022. Título original: «Le pharaon, le sauvage et la princesse». Dirección: Michel Ocelot. Guion: Michel Ocelot. Productoras: Artemis Productions, Nord-Ouest Films, Studio O. Fotografía: Michel Ocelot. Música: Pascal Le Pennec. Duración: 80 minutos.

    ¿Por qué nos gustan los cuentos? No es por su componente de su actualidad, tampoco por los procesos de transporte narrativo que activa porque cuando nos hacemos mayores dejamos quizá de proyectarnos en nuestras fantasías para imprimirnos en nuestros recuerdos como fotocopias de poca resolución. Los cuentos operan en la conciencia del destino de una comunidad y probablemente existan desde antes de nuestra conciencia individual. La universalidad del cuento ha sido para Michel Ocelot una constante. Todas sus piezas de animación adaptan, transforman y reformulan algunos de los grandes cuentos de la humanidad. Ocelot, consciente de la importancia de apelar a la conciencia compartida y la fascinación por fascinarnos, sigue por una senda en la que sus imágenes narran tanto como representan: los arquetipos de sus personajes (príncipes caídos en desgracia, princesas rebeldes y dictatoriales progenitores), los motivos narrativos (el viaje, el exilio, el retorno) y los temas (el amor imposible que Ocelot torna posible porque es de los pocos optimistas del gremio) animan las composiciones de su última película.

    Le pharaon, le sauvage et la princesse es más de lo mismo, pero es un más de lo mismo que sabemos que lo es. Los tres cuentos que componen la película alternan pequeñas variaciones en las técnicas de animación. El primero, que narra la historia de amor de dos jóvenes por la que un hombre llega a ser faraón para alcanzar a la amada, adopta la frontalidad y el carácter plano de las representaciones visuales egipcias. El segundo, en la que un hijo de un rey salva a un prisionero, anima la orfebrería medieval a través de frescos que conceden gran importancia a la verticalidad del formato. El tercero, el romance entre un vendedor de buñuelos y una princesa aburrida, dibuja filigranas ilustradas a partir de los motivos y patrones de determinado arte árabe. Ocelot mantiene su habitual trabajo con sombras chinescas, pero además incorpora pequeños detalles de animación 3D plana y fondos texturizados, además añadir a su estilo de animación presets o recursos de iluminación dinámica que acentúan los modelados habitualmente en 2D de sus personajes.

    Este estilo de animación mixto ya resulta característico y lo único que le falta al conjunto es el núcleo emocional de otros de sus largometrajes. El trabajo de la música orquestal resuena en la mayoría de las piezas, pero ninguna llega a sobresalir como anteriores trabajos del cineasta francés. La sencillez del relato limita su alcance expresivo hasta el punto de devenir en un entretenimiento cuya ligereza debería ser suficiente, si no estuviéramos ante alguien cuya obra fue capaz de aunar la sencillez del audiovisual que casi puede relatarse oralmente con el asombro inmediato de esos mismos registros orales. Las epopeyas de Ocelot siempre tienen un carácter primitivo y apelan a la comunión ideológica entre la audiencia y su condición de juglar. Nunca ha sentido la necesidad de acercarse al relato histórico y esto se traducía en personajes que nos acongojaban a medida que atravesaban torrentes dramáticos animados en texturas riquísimas. Aunque una narratología concreta tiene su origen en hechos históricos, no era incumbencia de Ocelot la exacta preservación de la historia. De hecho, sustituir con una invención lo que como historia es poco interesante es algo inherente al hombre desde tiempos primitivos. Si muchos cuentos contienen un fuerte aire de historicidad, esto es así porque el cineasta quería convencer a su público de que no le estaba ofreciendo cosas triviales.

    Con Le pharaon, le sauvage et la princesse hay que fijarse en la claridad, la simplicidad y la economía de la narración. Ocelot construye una narrativa tradicional y quizá por ello de amplio alcance haciendo alguna pregunta retórica, introduciendo exclamaciones, suprimiendo nexos en el relato de forma que cambia de una acción a otra sin aclarar qué vínculo existía entre estas dos acciones. Permea una voz narradora para comunicarse directamente con el auditorio, influir en su ánimo, dar realce a algún parlamento y reivindicar el papel del narrador en tiempos de atomización de las experiencias narrativas. Hay decisiones de animación un poco extrañas, como el uso del 3D en uno de los cuentos que desgraciadamente quiebra parte de la labor de ilustración digital en los fondos y hallazgos como la sobreimpresión de fotografía real a través de renderizados que hablan de un proceso de trabajo que, al igual que en el plano narrativo, está cada vez más interiorizado por un equipo y un narrador capaces de reivindicar los repertorios narrativos que modelan comunidades culturales. Una incursión más, aunque rutinaria, en un proyecto creativo tan aislado del mundo que solo queda celebrar cómo Ocelot lo mantiene en pie pese a todas las tendencias un tanto emborronadas de la animación europea actual.


    Le pharaon, le sauvage et la princesse Michel Ocelot
    Sección oficial SEFF.

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