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    Crítica | Entre las higueras

    || Críticas | Mostra de Valencia 2022 | ★★★★★ |
    Entre las higueras
    Erige Sehiri
    Del enigma de la ternura y la belleza


    Aarón Rodríguez Serrano
    Valencia|

    ficha técnica:
    Túnez, Suiza, Francia, Catar, 2021. Título original: Taht Alshajra. Dirección: Erige Sehiri. Guion: Erige Sehiri, Ghalya Lacroix, Peggy Hamann. Fotografía: Frida Marzouk. Montaje: Erige Sehiri, Hafedh Laaridhi, Ghalya Lacroix. Reparto: Fide Fdhili, Feten Fdhili, Ameni Fdhili, Samar Sifi, Leila Ouhebi, Hneya Ben Elhedi Sbahi, Gaith Mendassi. Producción: Akka Films, Maneki Films, Henia Production. Duración: 92 minutos.

    Mostrar las horas de la tierra, los trabajos y los días. El retrato de los caminos que conducen los jornaleros en camiones desvencijados, el despertar de los cuerpos y el amanecer. Recoger el fruto como quien acaricia a un dios menor o se refugia en el propio tacto mientras pasan las horas, se fuma, se cocina, se charla. Es tan complicado encontrar una película que se atreva a retratar las pequeñas cosas, las exterioridades, que no sea evidente en la mostración sino que confíe plenamente en que alguien al otro lado, en algún momento, pueda leer ciertas imágenes.

    La directora Erige Sehiri escoge hacer la película pequeña y brillante de cualquier presente, esbozar el amor y el desamor, huir voluntariamente de la desmesura para trabajar en lo más concreto: una cierta sonrisa, un cierto silencio, el paso del verano y de los tiempos a través de los cuerpos y las comunidades, las historias de familia, del exilio, del placer o de la melancolía. Usar la tierra y los árboles como único telón de fondo, tomar de la mano, dejar que canten o se odien esos protagonistas esbozados con lo mínimo y cuidados hasta lo máximo. A veces trabaja el perfil de sus intérpretes con planos cercanos, rodados sin trípode, prescindiendo del plano-contraplano y pegándose con cuidado a su perfil y sus gestos. A veces, con mayor fuerza, se distancia y genera unos planos generales y de conjunto exuberantes, deliciosos, planos donde los cuerpos que trabajan parecen bailarines sin caer en la tentación de estetizar lo más concreto de la faena: el calor, el cansancio, el agotamiento y el hastío. Trabajar es materia estrictamente cinematográfica, y puede que desde ahí Entre las higueras sea una película profundamente marxista en su forma y profundamente poética en su fondo. El trabajo como punto de partida, sin recrearse exclusivamente en los procesos alienantes ni en las técnicas de combate que puso en marcha el cine maoísta de los sesenta y setenta, sino incorporando también el delicado problema de las subjetividades, haciendo que cada uno de los recolectores sea concreto, reconocible, comprensible. El trabajo que capta la cámara pero que es atravesado por todo eso que siempre dificulta la propaganda: el amor, el sueño, la realidad de los afectos. Anclarse aquí, en esta diégesis, para entender posteriormente que —al contrario de lo que nos quieren hacer creer desde ciertos púlpitos— comunidad, universalismo e identidad no son excluyentes sino que son, permítanme la palabra de moda, interseccionales.

    Esa intersección está bañada por un trabajo dulcísimo con la luz de Frida Marzouk y una partitura suntuosa y sensual de Amine Bouhafa. La tierra está viva, brota y fluye de plano en plano en esa tradición mediterránea que va entre el mito (casi siempre erróneamente adscrito al cine de Hollywood) y la comprensión profunda de la cosecha. La cinta de Erige Sehiri no puede hacer mitología, y sin embargo, en sus pequeñas peripecias uno sabe que se filtra el problema de los dioses, del fuego (que llevamos dentro) y de los alimentos que llegan a nosotros, completamente desmitificados. Cuando, a poco que lo piensen, verán que debería ser al revés —y algo al respecto dejó escrito Carla Simón en su último largometraje—, que lo que acaba en nuestra mesa, por mucho que lleve escrito el signo del fetichismo de las mercancías, es en realidad fruto literal de un proceso de devenir histórico, de una Historia y unas historias que crecen y mueren en el tiempo mismo de la cosecha. Sehiri muestra, en el tramo final de la película, cómo el patrón paga, uno a uno, a los personajes principales. El salario cambia, y cambian las palabras que lo ordenan, y cada uno sobrevive y aumenta o disminuye su jornal según se mira en el espejo. El dinero es el reflejo de una brecha, y el patrón no sabe —nunca lo ha sabido— de lo que queda al otro lado de la mano en la que deposita unos billetes. La mano que busca el fruto o lo coloca es la mano que acaricia, que prepara el té o que golpea, según. Es la mano del tiempo, porque los días pasan pero la mano permanece, arrugada o amarga. La canción que las jornaleras interpretan en el camino de vuelta a casa es tan antigua como el mundo mismo, y sin embargo —monumentales esos planos dedicados a las mujeres maduras del lugar—, todo está condenado a desaparecer, empezando por la alegría concreta. Los cuerpos son como los frutos, y el tiempo rompe a veces la rama sin que tenga un patrón concreto que pueda reprenderle. Esa es la sabiduría de la tierra, y por extensión, la sabiduría de una directora que no ha dudado en levantar una película gigantesca y pequeña al mismo tiempo.

    No se puede domesticar Entre las higueras porque es a la vez una obra bellísima y una miniatura cinematográfica de gran complejidad. Tiene un dispositivo voluntariamente arriesgado: ¿a quién le interesa, de entrada, una jornada laboral bella de un puñado de jornaleros tunecinos, teniendo en la sala de al lado una invasión alienígena, un thriller frenético de espionaje internacional, una chorrada monumental con dinosaurios y mucho CGI? Y sin embargo, cuando el cine soñó con ser algo más que el entretenimiento idiota y para idiotas, cuando supo que se podían hacer cosas grandes en el interior mismo de la barraca de feria en la que creció, probablemente esbozaba algo como lo que aparece en Entre las higueras. Porque no hay que chapotear entre la miseria para hacer cine social, no hay que forzar lágrima alguna para generar empatía, no hay que ser el más progresista en el agotador concurso de los progresismos. A veces basta con escuchar, con saber que cada una lleva dentro de la pequeña revolución de la ternura y la belleza y de eso, el patrón, tampoco ha sabido nunca gran cosa.


    Taht Alshajra, Erige Sehiri
    Sección oficial Mostra de Valencia.

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