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    Crítica | El que sabem

    || Críticas | Mostra de Valencia 2022 | ★★★★★ |
    El que sabem
    Jordi Núñez
    El tiempo, laberinto de la ternura


    Aarón Rodríguez Serrano
    Valencia|

    ficha técnica:
    España, 2021 Dirección y guion: Jordi Núñez. Fotografía: Daniel Moreno García. Música: Manu Ortega. Reparto: Nakarey, Javier Amann, Tania Fortea, Mauro Cervera, Fran Morales, Marga Castells, Rosita Amores, Samantha Hudson. Producción: Pegatum Transmedia. Duración: 98 minutos.

    Se hablará de cine generacional, como cualquier otra etiqueta, pero desde la atalaya de mi madurez intempestiva y un tanto precipitada me he sentido extraordinariamente cerca de Jordi Núñez. Generacional, supongo, se rumoreará por los mentideros del cine y habrá quien se enfade, sin duda, porque mis contemporáneos gustan de enfadarse con que otros sean más jóvenes y valientes y rueden con la piel rasgándose de urgencia y no tengan miedo a equivocarse y, dicho sea de paso, hagan las películas que no había hecho nunca nadie antes, o si lo hicieron, se quedaron olvidadas y esquinadas. Olvidar una película, como olvidar un amor u olvidar un tiempo, como olvidar un cuerpo u olvidar un momento vivido, siempre ejercicio tan complejo, de tal modo que llega el cine y se pone a recoger las migajas, los trozos rotos de la juventud, las playas y las cervezas, los porros y las noches, y hace una película con todo eso que es, vamos a decirlo de una vez, una de las mejores películas del año.

    Yo hubiera deseado escribir como rueda Jordi Núñez, pero nunca tuve el talento ni el corazón tan enorme como para dejar morir dentro mi juventud. Mi juventud ya estaba muerta porque la pasé en el cine, que me otorgó otras cosas pero me robó mucha playa, mucho beso y me pintó un gesto de niño prematuramente envejecido, serio y aburrido que llega El que sabem y me rasga por la mitad. Porque su elenco, un equipo de cuerpos todavía inmaduros, exquisitamente dirigidos, intuitivos, serios y hermosos, son exactamente la juventud. No la suya, la generacional, la millennial y todo eso que se dirá sobre la película, sino antes bien, la juventud universal. Toda la juventud. Son personajes universales, con diálogos locales de una credibilidad apasionante, certeros, disparados a bocajarro, divertidos y trágicos, son tan libres de su propio lenguaje que pueden retratar, Dios los bendiga, la autodestrucción que les espera más adelante. Dirán, seguirán diciendo que el cine está muerto, y sin embargo. Sin embargo llegarán Nakarey, Javier Amann, Mauro Cervera o Tania Fortea y romperán la baraja, lo reinventarán todo, harán de nuevo posible el milagro del instante puro cinematográfico, serán —porque lo son— indudablemente eternos. Ahora mismo, mientras se proyecta la película, en cada gesto, desapareciendo tras cada fotograma y golpeando con fuerza al espectador. Porque todo es golpe en El que sabem, ya que el espectador conoce sobradamente cómo acabará la película. Después de todo, la ha vivido.

    Generacional, de nuevo, pero me pregunto si ese adjetivo no es una excusa de mierda para no advertir que este cine que nos viene, este cine pequeño de grandes temas y grandes resultados, no es en realidad sino una enorme reivindicación de la ternura. Lo pensé en las últimas películas de Jonás Trueba, de Alauda Ruiz de Azúa, de Emma Tusell, tantos años pensando que la garantía del buen cine era su crueldad, su rugosidad, y ahora aparecen estas películas tan delicadas, tan bien trazadas, realizadas sin vergüenza alguna ante su ingenuidad y su ternura que nos hacen replantearnos casi todo lo que sabíamos del cine, nos hacen volver a soñar con un relato mucho más libre, sin líneas de exclusión, cuidadoso, respetuoso, como si el mundo necesitara envolverse sobre sí mismo y protegerse y, de pronto, ahí están ellas y ellos. Ahí está Jordi Núñez, que rueda una playa en la que yo me arriesgué al amor, pero muchos años más tarde, y me la devuelve porque sabe encuadrar, dejar respirar, dejar que fluya un cierto tiempo.

    En algunas escenas monta apresuradamente, suelta un plano detrás de otro casi como si le quemaran, como si tuviera miedo a dejar estática alguna de sus imágenes. Y sin embargo, como un chispazo, en uno de esos planos hay una mirada, un descubrimiento, una seducción, un misterio. El que sabem tiene unos planos-reacción que son monumentos, hasta el punto de que parece muchas veces que toda la película funciona únicamente a partir de ellos. Sabe mirar cómo miran los personajes, sabe que cada uno de ellos tienen su vocabulario, su tradición a cuestas, sus referentes, sus lenguas. Sabe hacer —quiero dejarlo escrito en negro sobre blanco— que sus mujeres y hombres hablen en valenciano y en castellano, indistintamente, sin conflicto alguno, sin ninguna de esas mierdas políticas que se van metiendo a martillazos en el ideario de los imbéciles. Cuando salgo a fumar a mi balcón lo que escucho en la cacofonía deliciosa de las calles valencianas es precisamente eso, lo que la película ha sabido retratar, utilizar, convertir en un prodigioso reflejo de la realidad. Tanto nos empeñamos en seguir el hilo del cine como mímesis a partir de la imagen y de pronto llega Jordi Núñez y realiza el truco de magia contrario: resulta que la realidad era el lenguaje mezclado, hibridado, sin fricciones, el Mitjafiga que grita Rosita Amores —ángel sexuado y custodio de la valencianía underground– y el miedo a suspender el C1 de valenciano. Todo ocurre a la vez, porque València ha resultado ser una ciudad extraordinariamente joven en los últimos años y con tanto ruido del dichoso año Berlanga casi no nos hemos dado cuenta de que, en una esquina, junto a una playa, un tardoadolescente llamado Jordi Núñez estaba siendo el cronista no oficial de nuestra propia vida. Poca broma.

    Quiero creer que esta película se entenderá fuera de la Comunidad Valenciana porque es cercana en su retrato del folclore, es la foto de nuestra realidad y, sin embargo, seguirá resonando en los años venideros. Lo confirmó el aplauso monumental del público en la apertura de la Mostra de València - Cinema del Mediterrani (y qué acierto de programación, sin duda, utilizarla para abrir todo lo que habrá de llegar), lo confirmó la sensación de cercanía que nos atravesó a todos, el agradecimiento, la sensación de que había ocurrido algo extraordinario que tenía que ver con el cine.

    Cae la noche, atravieso las calles miro de refilón el camino que lleva hacia la playa. Decía que el cine me arrebató parte de la juventud pero, al contrario, el cine me trae ahora la juventud que me espera en mi madurez intempestiva y un tanto precipitada cuando doy de cenar a mi gato adoptivo y leo la traducción que Linda Walker me deja en la mesilla de noche. El cine también ayuda a que miremos con ternura el amor que tenemos, el amor que se proyecta, el amor que se cultiva y se comparte. Es valiente rodar así, es tan valiente.


    El que sabem, Jordi Núñez
    Película inaugural de la Mostra de Valencia.

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