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    Crítica | Runner

    || Críticas | #SSIFF70 | ★★★★☆
    Runner
    Marian Mathias
    Corriendo a ninguna parte


    Mariona Borrull Zapata
    San Sebastián|

    ficha técnica:
    EE.UU., Alemania, Francia 2022. Título original: «Runner». Dirección: Marian Mathias. Guion: Marian Mathias. Compañías productoras: Easy Riders Films, Man Alive Productions, Killjoy Films. Música: Para One. Fotografía: Jomo Fray. Montaje: Marian Mathias. Reparto: Hannah Schiller, Darren Houle, Jonathan Eisley, Gene Jones. Presentación oficial: Selección Oficial Festival de San Sebastián. Duración: 76 minutos.

    Marian Mathias, debutante, presenta una película de sencillez cartesiana y buena ola expansiva. Mathias organiza un mundo que se resiste al movimiento, un suelo sobre el que es tan difícil avanzar que correr merece ocupar un título entero. Misuri se aplasta entre sus amenazantes cielos grises, siempre a punto de llover, y la tierra que se extiende al infinito, llana y vacía. Allí, entre kilómetros de hierba seca, se yergue un imponente casoplón de madera blanca y pizarra oscura, muy parecido a la Casa junto a la vía del tren que Edward Hopper pintó en 1925. Debajo del pórtico, sus habitantes se vuelven miniaturas. Se mueven como imaginamos a les intérpretes de Hopper: trasladan sus cuerpos con pesadez, cabizbajes y en coreografía, casi sin voluntad propia. Hablan terminando las frases de les otres, reaccionan raro o tarde al ser interpelades. Igual que en una película de Roy Andersson, es la tragicomedia absurda de la desvida la verdadera soberana del lugar.

    Unas notas ligeras de sintetizador sobrevuelan las imágenes, anticipando que no todo en el mundo es vacío (firman la banda sonora Para One, detrás también de la Petite maman de Céline Sciamma). Quizás la salida a tanta oscuridad se encuentre allá donde la música, sin que alcancemos nunca a verla. En una tónica muy Dreyer, puede que el vacío encapsule su propio universo de sentido… Aunque no lo parezca. La película se moviliza tras un accidente repentino y absurdo: un hombre viudo, alcohólico y de cordura dispersa (Jonathan Eisley) cae por las escaleras y muere. El tipo hacía tiempo que se había abandonado, tras haberlo perdido todo por culpa de una estafa inmobiliaria. Con él, arrastra a su joven hija Haas (un apodo que en alemán significa «conejo» o «corredora»), interpretada con terquedad por Hannah Schiller. Pero Haas lleva la huida en su mismo ser. A la mañana después de su muerte, la chica se come un bocadillo de panceta con el ceño fruncido y la mirada alta… Está resuelta a cerrar las gestiones del entierro lo antes posible, para por fin pasar página.

    El cuerpo del padre debe viajar a su Illinois natal, una tierra igual de gris y de pobre. En otra jugarreta de la suerte, la tierra del cementerio se niega a acogerlo: un día está demasiado seca, otro completamente inundada. El viaje protocolario de Haas se alarga una y otra vez, reteniéndola porque sí. No hay mal que por bien no venga. En Illinois, conoce a Will (Darren Houle), un chico migrado de Wisconsin que planea ingresar en la Marina. Junto a él, otro ser de naturaleza nomádica, Haas descubre que el horizonte no solo consistía en huir de, sino que podía dirigirse a otra parte. El afecto crece entre ambes sin apenas palabra alguna. Antes, Haas debía cubrir grandes distancias a pie, cansada y embarrada hasta las trancas; hoy Mathias la sube a la bicicleta de él y le regala un discreto travelling. La cámara de Mathias se acerca un poco a sus rostros, los contempla con atención. En una película de mirada abierta a la nada, incluso se atreve a sumarle un plano detalle. Puro cine, tocado de las vibraciones del cariño. Bandadas de gorriones atraviesan el cielo y su mente.

    Tememos por la pareja, claro. Al fin y al cabo, al acercarnos la oscuridad se disipa, pero también se agudiza. Haas se aloja en casa de un matrimonio de ancianes. Él (Gene Jones, el propietario de la gasolinera de No es país para viejos) es un tipo inquietante, con las formas de un caballero y la sombra de un asesino en serie. A ella, postrada en su silla de ruedas, apenas la vemos unos instantes. Sus cuerpos son lánguidos, como dos muebles perezosos en un mundo de papel pintado. En un universo que se inclina naturalmente hacia la tragedia, parecería que solo es cuestión de tiempo que la pareja joven se convirtiera también en solo fardos de piel colgante, deshinchados y mortecinos. A pesar de todo, el gran qué de Mathias es su falta de cinismo, el ímpetu que muestra al desentrañar algo de luz entre la oscuridad. Allí donde una cinta mediocre habría colocado un duro clímax, la cineasta inserta en cambio una imagen clave para su propuesta. Vemos al hombre anciano dormir, tranquilamente, recostado en su butaca. La televisión suena de fondo: se ha quedado roque viendo una película. La postal es de un afecto sencillísimo, prístino. Correr puede no servir de mucho, pero sí merece la pena buscar trazos de luz en la sombra. El cariño se extiende por todas partes, solo hay que encontrarlo. ⁜

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