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    Crítica | Un héroe anónimo (Alain Guiraudie, 2022)

    || Críticas | Berlinale 2022 | ★★☆☆☆ ½ |
    Un héroe anónimo
    Alain Guiraudie
    La sátira como terapia


    Luis Forero Varela
    Berlín (Alemania) |

    ficha técnica:
    Francia, 2022. Título original: «Viens je t'emmène». Direccción: Alain Guiraudie. Guion: Alain Guiraudie, Laurent Lunetta. Fotografía: Hélène Louvart. Música: Chatchai Pongprapaphan. Productora: CG Cinéma. Intérpretes: Doria Tillier, Noémie Lvovsky, Nathalie Boyer, Renaud Rutten, Jean-Charles Clichet, Ilies Kadri, Michel Masiero, Philippe Fretun, Farida Rahouadj, Miveck Packa, Yves-Robert Viala, Patrick Ligardes. Duración: 100 minutos.

    A menudo la respuesta de la cultura popular a eventos traumáticos o problemáticas sociopolíticas suele bifurcarse en dos manifestaciones más o menos contrapuestas (aunque no necesariamente): la obra seria de denuncia, o bien el alivio cómico, del que suele extraerse también un cierto contenido crítico. Tenemos en este último caso a filmes como Metrópolis (Fritz Lang, 1927) y Tiempos modernos (Charles Chaplin), o, ejemplos más recientes, Margin Call (J.C Chandor, 2011) y The big short (Adam McKay, 2015), como aproximaciones complementarias, más que contrapuestas, a la temática concreta (la hiperindustrialización de principios del siglo XX y la crisis bancaria de principios del siglo XXI, respectivamente). En el caso que nos atañe, la pasada Berlinale sirvió como plataforma de reflexión acerca de los efectos socioculturales del terrorismo reciente con dos aportaciones. Por una parte, el cineasta español Isaki Lacuesta ofreció con Un año, una noche (2021) un retrato sólido y emotivo de dos supervivientes de los atentados del Bataclán en París, en el año 2015. La inesperada rima temática llegaría con la obra más reciente del francés Alain Guiraudie, Nobody’s hero (2022).

    Este acercamiento al proceso de resiliencia de un determinado entorno social ante la tragedia se desbanca de una perspectiva psicológica hacia una dinámica de interacción entre los distintos grupos ciudadanos, todos afectados por la experiencia, y su posterior reacción. Con respecto a la forma, y este giro resulta curioso por lo insólito, la película se inscribe en un tono de comedia negra que se deleita exhibiendo las contradicciones y comportamientos erráticos y ridículos de sus personajes como sucesión de gags verbales y visuales.

    La apacible y monótona vida de Médéric (Jean-Charles Clichet) se ve «perturbada» por las directas consecuencias de los atentados terroristas perpetrados en la pequeña localidad de Clermont-Ferrand, en el centro de Francia. La emisión de noticias en el televisor de un hotel de mala muerte lo sorprenden entre las piernas de su amante, la prostituta Isadora (Noémie Lvovsky), acabando con una velada que, además, su marido y proxeneta (Renaud Rutten), también de algún modo conmovido por los atentados, interrumpe abruptamente, separando los dos cuerpos. El cabizbajo Médéric, al regresar a casa, se encuentra a un muchacho pidiendo algo de dinero para comer en el portal del edificio. El hombre, incapaz de evadir una cierta empatía social, le permite entrar al rellano y eventualmente darse una ducha en su apartamento, mientras lo asedian las dudas acerca de si este muchacho, árabe, acaso es uno de los terroristas en la huida.

    El contenido crítico que se filtra a través de la comedia en Nobody’s hero se nutre del comportamiento cada vez más absurdo de sus personajes. Escribía más arriba que la vida del protagonista se ve «perturbada», pues, lejos de causarle dolor, lo que parece es incomodarlo, interponerse entre él y su obsesión por Isadora, y cada gesto de amabilidad que tiene con el muchacho siempre parecen realizados desde una falsa preocupación. Pronto, los vecinos del edificio en el que vive Médéric comienzan a participar también directamente en esta dinámica, poniendo siempre como asunto más puntilloso la etnicidad del muchacho, que, de hecho, viene de Lyon, y sus posibles vínculos con el yihadismo islámico; y las discusiones en los rellanos entre los residentes de cada uno de los apartamentos recuerdan a una sitcom, pues cada personaje define su limitado registro con las pocas palabras que esgrime, opinando si acaso hay que salvar al chico de las garras del extremismo, perseguido además por otro grupo de jóvenes con intenciones ambiguas, o arriesgarse a introducir a un enemigo de la democracia en la tranquilidad del hogar de clase media en una pequeña comunidad. Nada aquí puede tomarse muy en serio desde una perspectiva de lo literal; la sátira es el vehículo a través del cual Guiraudie muestra, sin juzgar —definitivamente, un acierto—, a unos personajes preocupados ante la irrupción de un elemento inesperado; un acontecimiento que pone sobre la mesa una de las cuestiones socioculturales más ampliamente retratadas en el cine francés reciente: la multiculturalidad. Y es aquí donde los diálogos delirantes de los personajes acerca del Islam, la cultura árabe o la sexualidad resultan interesantes en un nivel discursivo, pues lo que evidencian es un inconfesable miedo social a lo diferente, convirtiendo al terrorismo casi en algo informe e indivisible de lo árabe y, por ende, catalogando de «peligrosa» o «sospechosa» a cualquier exhibición de rasgos culturales ligeramente divergentes.

    Nobody’s hero triunfa, en cierta medida, en su intencionalidad crítica desde el absurdo; triunfa como farsa pero palidece como comedia. Cada uno de sus personajes parece carecer siquiera de una identidad mínima, por lo que sus interacciones generan una sensación de desconexión inevitable, como si, de alguna manera, no fuesen humanos, sino seres artificiales recitando líneas y yendo de un punto A a un punto B —un defecto habitual en el género de comedia de situación —. Por tanto, sin existir un contenido de humanidad, el proceso de identificación en el espectador no termina de producirse, con lo que no provoca impacto emocional alguno en su metraje (algo probablemente no buscado), más allá de lo relativamente ocurrente de alguno de sus gags. Si, como decíamos al principio, la construcción formal de esta película se encaminaba no hacia el drama sino a lo humorístico, y, precisamente en este ámbito (ojo: el humor es, ya se sabe, una cuestión muy subjetiva) se muestra construida con cierta torpeza, lo que nos queda es un aparato discursivo con cuestiones ciertamente relevantes a un nivel de lo sociopolítico, que nos invitan a pensar en conceptos como el miedo al otro, la noción de pertenencia o nacionalismo, incluso de convivencia. Y es en este último aspecto en el que, decíamos, el filme de Guiraudie se alza casi como un ejercicio terapéutico de procesamiento emocional del impacto del terrorismo en propio director como sosias de una sociedad europea asaltada constantemente por el peligro de un ataque indiscriminado, en el corazón del Estado del Bienestar. Y esta rescatable reflexión dignifica ligeramente el resultado final de Nobody’s hero. ⁜


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