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    Crítica | Tengo sueños eléctricos

    || Críticas | Locarno 2022 | ★★★☆☆
    Tengo sueños eléctricos
    Valentina Maurel​ 🇧🇪
    Anhelando un hogar en San José


    Ignacio Navarro Mejía
    Locarno (Suiza) |

    ficha técnica:
    Bélgica, Francia, Costa Rica, 2022. Título original: «Tengo sueños eléctricos». Director: Valentina Maurel. Guion: Valentina Maurel. Producción: Wrong Men, Geko Films. Fotografía: Nicolas Wong. Reparto: Reinaldo Amien, Daniela Marín Navarro, Vivian Rodriguez, José Pablo Segreda Johanning. Duración: 101 minutos.

    Uno de los temas que ya están siendo recurrentes en esta edición del festival de Locarno es el de la rebeldía adolescente, en particular por parte de chicas (y dirigidas por mujeres cineastas). Con familias desestructuradas e inestabilidad emocional, buscan la forma de definirse cuando todavía, quizá, puede ser muy temprano para ellas, al deber afrontar decisiones que la mayoría no toma hasta muchos años más tarde. Y esto, por supuesto, no es algo propio de una u otra cultura o geografía, sino que puede ocurrir tanto en Europa como en Asia o América. En este último continente, en concreto en San José, la capital de Costa Rica, se sitúa la ópera prima de Valentina Maurel, costarricense de nacimiento, aunque formada en Bélgica. Y de nuevo gira en torno a las vivencias y los traumas de una joven, en este caso de dieciséis años, con una historia en la que se puede intuir cierto componente autobiográfico, sobre todo teniendo en cuenta la dedicatoria personal con la que culmina el metraje.

    Tengo sueños eléctricos, pese a su título reminiscente de una novela de ciencia ficción de Philip K. Dick, es un drama muy real y en apariencia anodino sobre una familia de clase media (aunque más cercana a baja por el padre y alta por la madre, gracias a la herencia de una tía lejana). La desestructuración familiar en este punto trae causa del divorcio de los padres, acontecido en elipsis tras un prólogo en que asistimos al hombre, con su familia, entrando en una de las crisis violentas que pasan a caracterizarlo. No hay explicación necesaria para adivinar que la misma es la razón principal por la que su esposa lo deja. La chica protagonista, llamada Eva y apenas cumplidos los dieciséis años, se queda en principio a vivir con su madre y su hermana pequeña, en una casa que están remodelando. Esta transformación del hogar sirve como metáfora del cobijo que busca Eva, pues no tiene claro con quien quiere estar y, en todo caso, echa de menos a su padre.

    La narración va entonces dando más presencia a este último, a quien le va peor que a la madre. No se sabe muy bien a qué se dedica, y en su tiempo libre escribe poemas inconclusos para recitarlos en un taller con otros colegas. Entre ellos figura su mejor amigo, con quien Eva también forja una peculiar relación. Pero lo más distintivo de la cinta es la relación paternofilial, interrumpida, cómplice y, en último término, tóxica. El título hace referencia a uno de los poemas escritos por este padre, y los susodichos sueños eléctricos simbolizan sus episodios de histeria, que desembocan en el momento de mayor tensión entre padre e hija, de autentica violencia doméstica, si bien resuelto casi con trivialidad. Maurel trabaja en una clave sencilla, ligera, al servicio de los personajes, por lo que la puesta en escena no es nada intrusiva. Con todo ello, su película nos narra con delicadeza algo muy concreto, incluso marginal, pero no sin interés, el que tiene asistir a la progresiva madurez de una persona y cómo va entendiendo sus relaciones. ⁜


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