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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Aftersun

    || Críticas | Cannes 2022 | ★★★★★
    Aftersun
    Charlotte Wells
    Aquellos días azules


    Mariona Borrull Zapata
    75ª Festival de Cannes |

    ficha técnica:
    Reino Unido, 2022. Título original: «Aftersun». Dirección: Charlotte Wells. Guion: Charlotte Wells. Compañías productoras: AZ Celtic Films, BBC Film, PASTEL, Unified Theory, BFI Films, Creative Scotland. Dirección de fotografía: Gregory Oke. Música: Oliver Coates. Diseño de producción: Billur Turan. Montaje: Blair McClendon. Intérpretes: Paul Mescal, Frankie Corio, Celia Rowlson-Hall. Duración: 96 minutos.


    anexo| Cobertura del Festival de Cannes

    En 2022, Lluís Galter estrenaba una delicia inexorable de nombre banal: Aftersun. Su película recreaba la desaparición de un niño en un camping de la Costa Brava, como linterna a los miedos profundos de la paternidad primeriza. Registrada en una cámara desechable, bajo forma de falso archivo encontrado, la de Galter empezaba con una secuencia de divertida rutina familiar, coartada por el rostro del propio hijo del cineasta mirando extrañado a lo lejos. El contraplano nos descubría una presencia que era en teoría inocua, a la vez que profundamente inquietante… A grandes rasgos, atestiguábamos como la complicidad familiar se embarraba en un entorno luminoso y tétrico a partes iguales; el cine vuelto atardecer frío de agosto. Única en su especie, la película de Galter era hasta hoy rastreable solo por los referentes de David Lynch o el patrio Chema García Ibarra. En la Croisette, eso sí, habrá encontrado un interlocutor a la altura que –cosas de la suerte– lleva el mismo nombre.

    Aftersun, de Charlotte Wells, comienza también con un falso archivo que rezuma desasosiego. En una habitación de hotel, una niña graba a su padre mientras juega a entrevistarlo. Ella lo presenta con la pompa mofas de la fama, y le plantea una pregunta inocente sobre sus sueños infantiles. El padre se sostiene en la barandilla del balcón a contraluz, de forma que su rostro queda totalmente oscurecido, capado por una cámara de vídeo que no permite contemplarlo de veras. La joven, en cambio, se encuadra mientras recita lo suyo, con una vocecilla demasiado infantil, aguda e impostada para una preadolescente. ¿Por qué habla así? El padre, en lugar de responder, le pide a su hija que pare la cámara. Algo no marcha. El fotograma se pausa con la cara negra de él inmóvil, quedamos sin nadie a quien poder devolver la mirada. Una brecha sin fondo se abre en el lugar menos esperado.

    Aunque solo una porción de la película de Wells replique las formas del vídeo encontrado, todo el resto de su dispositivo narrativo y estético (puramente ficcional) también va a gravitar alrededor de la noción misma de lo casero. Para empezar, porque el hilo que hilvana la historia detrás de la película es escurridizo, cosiendo episodios sin tensión ni dirección alguna. Como si fueran clips sacados de la galería de una camarita digital, las escenas se concatenan al azar, construyen con el flujo entre sus estados un auténtico diario de verano: del remoloneo suave de una mañana en la piscina, a la tristeza que no se despega de los atardeceres cansados. Durante unas semanas, acompañamos a un padre (Paul Mescal) y su hija de doce años (Frankie Corio), quienes se alojan en un hotel de la costa turca, uno de esos de excursiones en grupo y todo pagado. Suponemos que allí se alojan unos meses, pues el paso de los días es vaporoso, se arraiga más a las imágenes que nacen de un fundido encadenado que a un calendario claro. El tiempo lánguido une el azul bamboleante del mar con la quietud de un cielo despejado, con la nitidez ligera e intranquila del agua de una piscina. El verano pasa bajo la indefinición con la que recordamos nuestros veranos de infancia.

    Nada está asegurado en una película que no establece lugar, tiempo y fondo claros para sus protagonistas. ¿Quién es esta gente? Carlos Losilla empleaba la etiqueta de «antipersonajes» para con las sombras sin pasado que pueblan Haruhara-san's Recorder (Kyoshi Sugita, 2021). Este prisma podría ser bien referido también en la película de Wells, en sí misma una pequeña antihistoria. El padre a quien da vida Paul Mescal lleva un yeso que oprime su antebrazo desde el inicio de la película (otra vez, eso suponemos), un añadido que aparece sin que prácticamente reparemos en él y que solo detectamos porque, una tarde, decide cortárselo con unas tijeritas y se abre una herida. Cuándo, cómo y por qué el hombre se ha roto el brazo abriría una puerta a entender qué hace este tipo, a quien vemos cada noche salir de la habitación que comparte con su hija, pero ello queda reservado a nuestro imaginario. De él, conoceremos los estampados hawaianos de sus camisas, los extraños cambios de humor, la deferencia absoluta que muestra hacia la chica, y nada más.

    Es una máscara triste sin fondo, viste un halo profundamente crepuscular: desmarañado y juguetón, el joven padre no tiene el aspecto de alguien que pueda pagarse todo un verano de restaurantes y excursiones. Una noche, anima a su hija a marcharse de un local corriendo, a risotadas y sin pedir la cuenta. Ella, más tarde, le recordará que no tiene por qué prometerle nada que ya sabe que no va a poder costear. Pronto resulta imposible no contemplar los caprichos que se permiten como pasos imparables hacia un final trágico, destino Bonnies y Clydes, Thelmas y Louises; gente que vive «por encima de sus posibilidades». Aquí cabe preguntarse: ¿puede rebasar el afecto entre un padre y una hija lo socialmente aceptado? ¿Por qué, si no, tienen estas vacaciones forma de huida a la nada, de carretera al precipicio?

    Navegando entre la languidez y la inquietud, suspensiones escurridizas, por momentos parecería que Aftersun existe solo dentro de nuestra cabeza. Mejor: parecería que solo la película existe dentro de las habitaciones vacías de la mente de Frankie Corio, quien combina aquella energía que propulsa la niñez hacia la adolescencia con un pesar profundo, imparable. Una película azul para una niña triste: de hecho, vemos el dispositivo de Charlotte Wells como un flashback masivo, un mirar atrás construido a partir de grumos de memoria que se agolpan por la lógica inexacta del tiempo. La imagen del verano se revela tranquila, admitiendo luces y sombras a la par. Pronto advertimos que nunca sabremos nada de él, o de ella (al final, descubrimos el recuerdo de alguien más, alguien que no necesita explicarse). En su indefinición, reducido el verano a un mero tránsito emocional, padre e hija podrían ser cualquiera; podríamos ser nosotres. Quizás por ello la complicidad que marcó ese verano brilla indiscutible, sobrevive al paso del tiempo: siempre habrá, en alguna parte, algún padre y alguna hija que compartan risas y chapoteos. Es solo que, para acceder a ese recuerdo, hay que dar cobijo también a las sombras que lo acompañan. ⁜


    Aftersun, Charlotte Wells
    Semana de la Crítica de Cannes.

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