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    Crítica | Los amores de Anaïs

    || CRÍTICAS | ★★★☆☆
    Los amores de Anaïs
    Charline Bourgeois-Tacquet
    Corazón acelerado


    Ignacio Navarro Mejía
    Madrid |

    Francia, 2021. Título original: «Les amours d’Anaïs». Presentación: Festival de Cannes 2021. Directora: Charline Bourgeois-Tacquet. Guion: Charline Bourgeois-Tacquet. Producción: Les Films Pelléas, Année Zéro, ARTE France Cinéma, Odessa Production. Fotografía: Noé Bach. Música: Nicola Piovani. Reparto: Anaïs Demoustier, Valeria Bruni Tedeschi, Denis Podalydès, Jean-Charles Clichet, Xavier Guelfi, Christophe Montenez, Anne Canovas, Bruno Todeschini. Duración: 98 minutos.

    Vivimos una época de renovación de corrientes cinematográficas, apoyadas tanto en la nostalgia como en el posmodernismo, y así asistimos a una reformulación del terror gótico, del cine negro, del neorrealismo, de la screwball comedy o de la Nouvelle vague, entre otros. Incluso hay películas que pueden combinar varias de estas tendencias o géneros (no en el sentido estricto del término), ya que el posmodernismo precisamente se basa en la superación de las dualidades como tales. Se puede plantear entonces, por ejemplo, una unión de los dos últimos conceptos citados, la screwball comedy y la Nouvelle vague. En principio están opuestos porque la primera fue característica del Hollywood de los años 30, donde imperaba el rodaje en estudio y en este caso además una gran dependencia del guion, llevado a escena con un montaje muy medido. En cambio, la segunda buscaba reaccionar contra el sistema tradicional de rodaje basado en elementos prefabricados, con un montaje más libre, al margen de otros elementos definitorios. Sin embargo, pueden unirse perfectamente y funcionar juntos, como demuestra la ópera prima de la francesa Charline Bourgeois-Tacquet, teniendo en cuenta, eso sí, un elemento que solían compartir ambas corrientes, como era su ambientación burguesa. Más excepciones habría en este segundo caso, precisamente por esa vocación callejera y rebelde, pero desde Rohmer a Godard, pasando por el propio Truffaut más allá de su cinta inaugural, en el fondo la mayoría de sus personajes podían reconducirse al mundo burgués.

    El propio apellido de la cineasta a la que ahora nos referimos introduce esa connotación, en un divertido juego de palabras, y en especial la influencia de Rohmer se percibe. La protagonista de Los amores de Anaïs, en efecto, tiene algo de la Délphine de El rayo verde (Le rayon vert, Éric Rohmer, 1986), una joven inconformista y anhelante, aunque distintas en un punto clave: su grado de optimismo y su desparpajo. Ambos son extremos en el caso de Anäis, como se llama tanto la protagonista de la cinta de Bourgeois-Tacquet como la actriz que la interpreta. De hecho, el personaje parece construido a su medida, y está muy elaborado, pues bajo su apariencia jovial y desenfadada, está llena de matices y contradicciones, aunque siempre en el dibujo coherente de una persona. No es casual que, pese a tratarse de una ópera prima, estemos ante una especie de continuación del cortometraje previo de la directora, igualmente protagonizado por Anaïs Demoustier. Se nota que actriz y cineasta se entienden bien, comparten una visión y la ejecutan al servicio del pleno desarrollo de esta mujer en pantalla. Ahora la joven realizadora une a ésta otros dos actores experimentados, como son Denis Podalydès y Valeria Bruni Tedeschi, alcanzando una buena química en cada una de estas parejas, en la medida en que estamos ante un giro ingenioso de los triángulos amorosos al uso.

    Lo cierto es que la historia no es demasiado original, pero sabe narrar con dinamismo y buen ritmo, manteniendo siempre en vilo al espectador. Lo que más destaca, desde su arranque, es ese ritmo, amenizado con la alegre partitura de Nicola Piovani, mientras Anaïs corre por la calle de París para encontrarse con su arrendadora, a quien tiene que convencer de que le deje quedarse en el piso pese a llevar meses de retraso en el pago del alquiler. Y es que estamos ante una estudiante de letras que debe terminar su tesis doctoral, pero le impiden progresar en su formación una serie de circunstancias, que ella misma se busca o no. Es una chica que vive de la improvisación, siempre lanzada hacia delante, y siempre con buena cara, como decíamos, con una actitud fresca y resolutiva ante cualquier situación, pese a lo problemática que pueda ser. La manera en que enfoca un embarazo indeseado es el ejemplo más patente. Y no se sabe estar quieta. De hecho, en una escena posterior en que está tomando el sol con su madre en una tumbona, apenas aguanta recostada unos minutos, pues debe entrar en la casa a por un sombrero. Esta acción, plenamente justificada por la naturaleza intranquila del personaje, le permite descubrir los resultados médicos de su madre, que hasta entonces esta no había compartido con ella, por lo que se introducen puntos de la trama gracias a acciones orgánicas de los personajes, no al revés, como muchas veces ocurre en el cine.

    También están bien diseñados los otros dos personajes más principales, y es que la agilidad global del montaje no es óbice para darle la pausa necesaria a cada momento, que permita profundizar en las variadas motivaciones y los deseos de esos individuos. En este sentido, la dirección está siempre a su servicio. Hay que reconocer que entonces la puesta en escena es un poco pedestre, aunque incluye algún detalle visual interesante, introducido asimismo con naturalidad, como esa escena más tardía en que se va estableciendo una mayor complicidad entre los personajes de Dumoustier y Bruno Tedeschi, y vemos un plano donde las dos se ven reflejadas en un espejo, hasta que la protagonista se da la vuelta y pasa, por así decir, «al otro lado del espejo». En cualquier caso, la película extrae su fuerza mucho más del diálogo que de la imagen, con largas y veloces conversaciones que podrían caer en la teatralidad si no fuera por la ligereza de las transiciones y los cambios de localizaciones. De hecho, la guionista y directora a veces insiste de forma un poco superficial en la generación de comedia a través de situaciones de enredo e interacciones múltiples, que se basan en interrupciones y otros hilos verbales. Y a veces el efecto cómico deriva más de un simple gesto o mirada que de un rápido intercambio de palabras. Dicho esto, al margen de críticas menores, estamos ante una propuesta muy recomendable, que supuso un soplo de aire fresco cuando la visionamos por primera vez en el pasado festival de Cannes, en medio de tantas «propuestas serias». Podría definirse como una comedia romántica burguesa a gran velocidad, pero al margen de su definición, o su categorización bajo una u otra tendencia, es una película que gustará a mucha gente y debería funcionar bien en taquilla. ⁜


    Les amours d’Anaïs, Charline Bourgeois-Tacquet
    Semana de la Crítica del Festival de Cannes.

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