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    Crítica | Competencia oficial

    || CRÍTICAS | ★★☆☆☆
    Competencia oficial
    Gastón Duprat, Mariano Cohn
    Entre la carcajada y la mueca


    Júlia Gaitano i Mendizábal
    Barcelona |

    España, Argentina, 2021. Dirección: Gastón Duprat, Mariano Cohn. Guion: Gastón Duprat, Mariano Cohn, Andrés Duprat. Producción: Mediapro. Fotografía: Arnau Valls Colomer. Montaje: Alberto del Campo. Reparto: Antonio Banderas, Penélope Cruz, Oscar Martínez, Carlos Hipólito, Irene Escolar, Nagore Aranburu, Pilar Castro, José Luis Gómez, Juan Grandinetti, Koldo Olabarri, Melina Matthews, Manolo Solo. Duración: 114 minutos.

    Es bien compleja la tarea de elaborar una sátira. Existe en el delicado equilibrio entre el comentario punzante y caer en el ridículo. Cruzar la línea que separa lo uno de lo otro puede derivar en que la pieza se convierta en una insalvable banalidad, en una anécdota vacía. Los cineastas argentinos Mariano Cohn y Gastón Duprat, directores y guionistas de El artista o El ciudadano ilustre, son ya veteranos en dicha tarea, pero puede que hayan sido imprecisos en sus cálculos esta vez. Competencia oficial es su nuevo acercamiento al acto de creación artística y, sobre todo, a la temática que más les interesa: la pantomima de todo aquello que lo envuelve. En esta ocasión fijan su aguda mirada en el universo de la cinematografía (¡su universo!) y los procesos actorales a lo largo de la gestación de un filme. Duprat y Cohn reflexionan así acerca del mundo del estrellato desde su habitual humor desgarrado, de carcajada incómoda y mueca desubicada.

    El argumento surge del antojo arrebatado de un empresario multimillonario que busca prestigio y respeto. Este, pone en su punto de mira financiar una «gran» película. Para ello, cree haber encontrado la combinación perfecta, contando con la flor y nata de la industria. En la batuta, Lola Cuevas (una Penélope Cruz de rojo pelo ensortijado), cineasta de moda, quién se trae consigo al tándem protagonista, que completa el conjunto de excéntricos: Félix Rivero (desatado Antonio Banderas) e Iván Torres (un aparentemente más sobrio Oscar Martínez). La película en proceso es «Rivalidad», adaptación al cine de una famosa novela, con un guiño incluido a Daniel Mantovani (también Oscar Martínez), el pretencioso escritor de El ciudadano ilustre. No hace falta decir que la rivalidad de la novela permea en todas las capas posibles de realidad. Por un lado, el tipo de actor que es Félix, fanfarrón hollywoodiense, colisiona frontalmente con la profesionalidad de Iván, actor «serio» de teatro, maestro de intérpretes. Desde el primer encuentro, que se convertirá en la primera de muchas confrontaciones, queda claro que los conflictos de los personajes a los que representan no quedarán solamente a un lado de la cámara. Se incide y reincide en sus diferencias durante todo el filme, aunque al final resulte que son mucho más parecidos de lo que parecía. En su calidad de estrellas, son igual de insoportables, cada una por su lado.

    Competencia oficial se basa, por una parte, en la sospecha legítima de que el mundo del «artisteo» está lleno de gente con actitudes absurdas. Por otra, en que el enfrentamiento de carácteres opuestos es un motor humorístico en sí mismo, cosa que los autores explotan hasta la saciedad. Y, finalmente, se basa también en presuponer que por acumulación una retahíla de gags individuales conforma un conjunto estructurado. Con lo que no cuenta la película es que la última de estas afirmaciones no termina de consumar del todo. Es bastante evidente que la forma en que Duprat y Cohn construyen la sátira es a golpe de skit, lo cual no es negativo per se, pero no todos resultan igual de eficaces. El ciudadano ilustre también tenía una estructura similar, pero Salas, el pueblo en el que se localizaba su trama, añadía un sinfín de elementos con los que hacer respirar la sátira. En Competencia oficial, el argumento está dando círculos sobre sí mismo y se dispersa cuando abandona el foco de la rivalidad central. Queda, por ejemplo, mucho menos desarrollado el papel de la directora, partícipe de la trama central pero complemento de ella, en la mayor parte. Por no hablar del personaje que interpreta Irene Escolar, en el que claramente reside algún tipo de comentario sobre la generación millennial, pero que está tan poco medido que la balanza se vuelca hacia el lado del ridículo en todos los instantes en los que se la muestra. Es cierto que, cuando actores de la talla de Penélope Cruz, Antonio Banderas u Oscar Martínez se dejan poner en ciertas circunstancias, fuera de sus elementos habituales, existe una hilaridad intrínseca que es un valor cómico a tener en cuenta. Viendo el filme de Mariano Cohn y Gastón Duprat, puede creerse que hubo jarana en el set de rodaje. Esa diversión traspasa la pantalla, se siente en sus inflexiones al soltar líneas de diálogo especialmente elocuentes.

    Sería injusto tildar el filme de yerro absoluto, pero sí que cuenta con una falta de mesura considerable, lo cual hace que el resultado zozobre. La propuesta se desencaja especialmente en su tramo final, en el que se incluye un tono dramático que no acaba de cuajar, negado por su condición satírica. Que la guinda final, con su guiño interno a los festivales de cine, parezca la conclusión de una fábula tampoco ayuda. En una propuesta que tan claramente se dedica a diseccionar las actitudes de un star system hinchado, no hay cabida para el chascarrillo moral. La sensación última es que en el fondo se considera legítima para realizar dicho comentario, en vez de dar el último paso y aceptar que en la pantomima estamos todos metidos. ⁜


    Competencia oficial, Gastón Duprat, Mariano Cohn.
    Competición de la Mostra de Venecia.

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