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    Crítica | Great Freedom

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    Crítica ★★★★☆ de «Great Freedom», de Sebastian Meise.

    Austria y Alemania, 2021. Título original: «Grosse Freiheit». Presentación: Festival de Cannes 2021. Director: Sebastian Meise. Guion: Sebastian Meise, Thomas Reider. Producción: FreibeuterFilm, Rohfilm. Fotografía: Crystel Fournier. Montaje: Joana Scrinzi. Diseño de producción: Michael Randel. Dirección artística: Christine Dosh. Reparto: Franz Rogowski, Georg Friedrich, Anton von Lucke, Thomas Prenn. Duración: 117 minutos.

    Große Freiheit es una calle de Hamburgo donde desde hace décadas la gente se ha reunido en clubes y otros locales para tomar algo o escuchar música, entre otras formas de ocio y relajación, pero también para dar rienda suelta a su sexualidad. Asociar esta liberación a un espacio determinado puede parecer paradójico, al constreñir la libertad a límites concretos. Pero apenas hace falta recordar cómo históricamente se han erigido lugares, tradicionalmente salones o universidades, modernamente bares o pisos privados, donde se han congregado todas aquellas personas deseosas de luchar contra el orden establecido, sortear la censura, poner en común ideas heterodoxas o en general desarrollar cualquier tipo de actividad al margen del control impuesto por las convenciones socioeconómicas del momento. Siguiendo esta línea, el director austriaco de mediana edad Sebastian Meise, en el que es su segundo largometraje de ficción, traslada esta necesidad de libertad a un espacio cerrado. En este caso, sin embargo, la paradoja alcanza su extremo, porque tal espacio es nada menos que una cárcel. Casi todo el metraje de esta película, presentada con éxito en la sección Un certain regard del pasado festival de Cannes, se desarrolla en dicha localización, sin apenas referencias al exterior, por lo que deducimos que la acción no transcurre muy lejos de la mentada calle, sin bien la narración propiamente dicha queda muy reducida.

    En este sentido, la traducción literal del título como Great Freedom no es de lo más afortunada si se quiere conservar la doble acepción del título original. De hecho, la alusión a esa «gran libertad», expresada en alemán, junto al doble sentido que puede tener en el desenlace de esta trama, adquiere uno adicional. Además de la libertad puramente física, de la que puede gozar toda persona que no sufre algún tipo de encierro u otro impedimento; y del nombre de esa calle tan célebre, asociada a la libertad entendida más como libertinaje, hay un tercer sentido de la palabra, el auténtico en este caso. Hablamos de una libertad mayor, más esencial, que a duras penas se consigue tras superar un sinfín de obstáculos. Y no se corresponde necesariamente con las dos anteriores. Que el protagonista de esta cinta alcance este tipo de emancipación depende de varios condicionantes, pues su situación es muy desfavorable. De nombre Hans, es uno de los prisioneros de este centro, y por sus movimientos y gestos se aprecia enseguida la adversidad que pesa sobre él. Lo que otros harían o dirían con varias acciones o palabras, en su caso queda condensado en una mirada curiosa o en un encogimiento de hombros. Pero este carácter no es el propio de otros reclusos, cuya imperturbabilidad suele esconder la dureza como autoprotección. Hans en cambio no transmite esa dureza, sino precisamente cierta vulnerabilidad, tan asumida que, también de forma paradójica, le sirve de mecanismo de defensa.

    Para encarnar este personaje de pasado y emociones tan complicadas, Meise cuenta con un enorme Franz Rogowski, actor cada vez más de moda en el cine reciente. En suma, su aportación es clave para contrarrestar, o complementar, la naturaleza sintética del guion. En este sentido, el coguionista (junto a Thomas Reider) y director lo estructura hábilmente con una narración en tres tiempos, sin seguir la cronología al uso. Hay un tiempo anterior que no vemos directamente, pues la historia arranca justo en 1945, pero de alusión imprescindible para la comprensión del protagonista, homosexual que padeció catorce meses en un campo de concentración, y que, como tal, al salir tuvo que cumplir el resto de su condena en prisión. Lo indignante de este hecho contextualiza entonces esta vuelta de tuerca al drama de temática LGTB, más allá de la propia época a la que se retrotrae. En otras palabras, la tragedia derivada de la Segunda Guerra Mundial, en que suele centrarse un relato que hace referencia a la misma, aquí es solo un punto de partida para abordar traumas e injusticias de distinta índole, lo cual no deja de ser interesante desde ese punto de vista narrativo.

    Grosse Freiheit, Sebastian Meise.
    Presentada en Un Certain Regard del Festival de Cannes.

    «Más allá de lo inherente a su propia localización, insiste mucho en la opresión de sus personajes, con planos por lo general cerrados, composiciones estáticas, decorados fríos e incluso prolongadas imágenes negras o sin apenas luminosidad».


    En realidad, asistimos a lo largo del drama a todas las indignantes penurias de este hombre, que como decíamos lo aguanta con estoicismo e incluso con cierto optimismo. Es en la relación entre las tres temporadas que pasa en la cárcel, cuyos cabos se van atando de manera sutil y eficaz (junto a la peculiar relación que va forjando con otro preso, al que se encuentra igualmente a lo largo de estas etapas de reclusión), donde intuimos que puede haber algo más allá de esa resistencia en el día a día penitenciario. Empero la película, más allá de lo inherente a su propia localización, insiste mucho en la opresión de sus personajes, con planos por lo general cerrados, composiciones estáticas, decorados fríos e incluso prolongadas imágenes negras o sin apenas luminosidad, donde solo se oyen los gritos u otros movimientos de Hans, cuando es aislado en el calabozo. Por lo demás, Meise no escapa a los elementos más típicos del género, con las distintas formas de violencia y vicio que abundan en las cárceles, si bien con una puesta en escena sosegada, buena mano para la elipsis y evitando mostrar explícitamente las escenas más sensibles, incluido un momento clave fuera de campo. Con ello la historia transcurre con solidez y sin apenas sorpresas, hasta sus últimos veinte minutos aproximadamente en que, como adelantábamos, todo cobra mayor sentido, reforzando la emoción de lo que se ve y retrotrayéndola a lo que se ha visto hasta entonces. Ahí es cuando surge verdaderamente esa libertad, entendida, en fin, como catarsis.


    Ignacio Navarro Mejía |
    © Revista EAM / Festival de Cannes


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