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    Crítica | A Love Song

    Tócala otra vez, Sam

    Crítica ★★★☆☆ de «A Love Song», de Max Walker-Silverman.

    Estados Unidos, 2022. Título original: «A Love Song». Dirección: Max Walker-Silverman. Guion: Max Walker-Silverman. Compañía productora: Cow Hip Films, Fit Via Vi Film Productions, MacPac Entertainment. Dirección de fotografía: Alfonso Herrera Salcedo. Montaje: Alfonso Gonçalves, Max Walker-Silverman. Producción: Jesse Hope, Dan Janvey, Max Walker-Silverman. Intérpretes: Dale Dickey, Wes Studi, Michelle Wilson, John Way, Benja K. Thomas, Marty Grace Dennis, Felipe Jorge. Duración: 81 minutos.

    En ocasiones, el ánimo debe ser advertido de que la vida viene tan determinada por las decisiones que se toman como por las que se dejan pasar. A orillas de una balsa en Anarene, Texas, Sam «el León» reflexionaba en voz alta sobre este y otros asuntos en el que es hoy uno de los monólogos más célebres de la historia del cine (La última película, 1971). «Una vez traje aquí a una chica a nadar, hace más de 20 años», decía. «Estar loco por una mujer como ella siempre es lo correcto». También Faye (Dale Dickey) y Lito (Wes Studi) se enamoraron a orillas de un lago cuando eran jóvenes. Por aquel entonces, el rostro de Faye no estaba aún resquebrajado por el terremoto del tiempo; ahora, cincuenta años más tarde, las lágrimas han erosionado los surcos mientras contempla un punto fijo sin apartar la mirada. Se trata de la curva que traza la carretera de acceso a su casa antes de alcanzar un cambio de rasante y desaparecer. La casa en cuestión no es más que una caravana, y está bordeada por la misma charca donde ella y Lito se besaron por primera vez. El pico más alto de las Rocosas la custodia desde su atalaya privilegiada, regalando una estampa exquisita. Aunque Faye, a diferencia de Sam, sí aguarda a que algo suceda. El primer largometraje de Max Walker-Silverman, A Love Song (2022), ahonda en el amor inalterable por lo que ya no existe para encontrar, quizá, algo de belleza en la espera.

    Los contados libros que decoran la estantería de Faye definen su rutina: un compendio de los peces y crustáceos que captura cada mañana; un estudio ornitológico sobre aves americanas, cuyos nombres recita en la vigilia antes de que el atrapasueños que cuelga de su lamparita pueda apresarlos; y un libro de astronomía para divisar constelaciones a la luz de la hoguera. Su destino se lo encomienda al azar, cerrando los ojos frente al calendario hasta que el bolígrafo que sostiene cual péndulo de zahorí se posa sobre una fecha. Todo ello en compañía de una radio que, según ella, «siempre toca la canción perfecta» –una canción de amor, por supuesto–. La música country que suena en su caravana remite a un Johnny Cash de baja categoría o una Dolly Parton con la mitad de éxito. Cowboys de clase B que, como Faye, recorren los despoblados del oeste americano sin pena ni gloria. Las únicas disrupciones a esta repetición de gestos son las visitas esporádicas que recibe. Los primeros en tocar a la puerta son una comitiva de cinco vaqueros que vienen a desenterrar a su padre. La exhumación responde a los trabajos de extracción que se están llevando a cabo en el lago, los cuales alteran, advierten, el plácido descanso de su progenitor. La tropa, recién sacada de un guion de los Coen, viene encabezada por una niña pizpireta que saluda con un «howdy» tejano y actúa como portavoz de los cuatro machos. El contacto más frecuente de Faye es el encargado del correo postal, que se aproxima cada semana a lomos de un pony para anunciar que hoy tampoco trae cartas a su nombre.

    A Love Song, Max Walker-Silverman
    U.S. Dramatic Competition Sundance Film Festival.

    «Resulta evidente que Walker-Silverman se ha dejado arrastrar gustoso por la marejada Nomadland (2020); su visión de la América profunda, donde solo las fronteras humanas quedan ya por conquistar, no es necesariamente fallida (menos aun tratándose de un debut), pero Zhao la ejecutó mejor en su camper movie, y la espera infinita de la enamorada –principal toma de distancia con la realizadora china– se remonta a los tiempos de Griffith».


    Sin embargo, la vida de Faye viene más marcada por las decisiones que no tomó y las visitas que no recibe. En una escena desgarradora, la mujer está observando la curva de la carretera –aquella parábola de posibilidades improbables en que ha depositado toda su fe– cuando, de repente, un todoterreno se aposta. Con la cámara a un palmo, somos testigos de cómo sus facciones se llenan de esperanza para acto seguido descomponerse. El coche ya no estaba. Simplemente se trataba de un viajero perdido. Es uno de los escasos momentos de brillantez que ofrece la película. Resulta evidente que Walker-Silverman se ha dejado arrastrar gustoso por la marejada Nomadland (2020); su visión de la América profunda, donde solo las fronteras humanas quedan ya por conquistar, no es necesariamente fallida (menos aun tratándose de un debut), pero Zhao la ejecutó mejor en su camper movie, y la espera infinita de la enamorada –principal toma de distancia con la realizadora china– se remonta a los tiempos de Griffith. A Love Song recupera algo de ritmo con la aparición de nuestro hurón de cabecera, Wes Studi, quien brinda una interpretación notable, muy superior al estoicismo elegido por Dickey. Lito regresa al lago medio siglo después, cumpliendo la promesa que se hicieron en un pasado remoto. A lo largo de una mañana y una noche, cuando es bien sabido que la nostalgia abre sus fauces, rememoran historias de juventud, comentan los cambios que se han producido en un paisaje que creían inmutable y dan un paseo en canoa «apta para recreo y excursiones románticas». No obstante, el amor que les une es el amor por una idea, por un recuerdo. Así es la memoria: el presente de las cosas idas. Pareciera que la ópera prima de Max Walker-Silverman se halle en conversación constante con aquel soliloquio escrito por Peter Bogdanovich a comienzos de los 70. ¿Qué se hace con el sentimiento de pérdida? ¿Templarlo con la confianza en el regreso o alimentarlo, como Sam, con la solemnidad del que lo sabe irremediable? Esta suerte de tributo imprevisiblemente póstumo al maestro no le hace demasiada justicia, pero hasta él tuvo que esperar al segundo largometraje para firmar su obra maestra. En el caso de Walker-Silverman nos contentaremos con que haya encontrado una voz propia para entonces.


    Carlos Cruz Salido |
    © Revista EAM / Madrid


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