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    Crítica | The Braves (Entre les vagues)

    De orilla a orilla

    Crítica ★★☆☆☆ ½ de «Entre les vagues», de Anaïs Volpé.

    Francia, 2021. Dirección: Anaïs Volpé. Guion: Anaïs Volpé. Distribuidora: mk2 films. Dirección de fotografía: Sean Price Williams. Música: David Gubitsch, Elie Mittelmann. Montaje: Zoé Sassier. Producción: Caroline Nataf. Intérpretes: Souheila Yacoub, Déborah Lukumuena, Matthieu Longuatte, Sveva Alviti, Angélique Kidjo. Duración: 99 minutos.

    Cantaba Bob Dylan que el tiempo es un océano que se detiene en la orilla. Margot y Alma son aspirantes a actrices de teatro en París. Después de servir más de 100.000 espressos, de pintar otras tantas uñas y de muchas, muchas audiciones fallidas, las dos amigas hasta la muerte hacen al fin realidad su sueño. La obra en cuestión, titulada La rive («La orilla»), tiene como protagonista a una inmigrante francesa en Nueva York que será interpretada por Alma. Margot, por su parte, será la suplente. Los ensayos teatrales discurren en paralelo a la trama de Entre les vagues, intercalándose con noches de desenfreno en la ciudad de las luces y las visitas de Alma al hospital para tratar un cáncer del que nadie sabe. Los símiles entre el trance que esta atraviesa y la representación de la vida como un mar embravecido circundado por dos orillas —el nacimiento y la muerte — son sin duda exageradas, pero funcionan para reflejar la idea central de la película. Una idea bastante simple y manida, por otro lado.

    La primera escena, precedida por las voces en off de lo que parece ser una pelea, es toda una declaración de intenciones. El vigor y el brío que se desprenden cuando la imagen prende llegan hasta el punto de desbordar los márgenes de la pantalla. El montaje es aceleradísimo, más propio del género de acción que del melodrama que tenemos delante. El movimiento, cámara en mano, incesante. Nada nuevo para el ojo impaciente de Sean Price Williams, un habitual en el cine de los igualmente frenéticos hermanos Safdie (Heaven Knows What, 2014; Good Time, 2017). Toda una declaración, decíamos, porque el segundo largometraje de Anaïs Volpé busca transmitir, en contenido y forma, la energía y la vivacidad de la juventud. No obstante, la directora francesa se esfuerza en recordar a cada momento que uno es lo suficientemente viejo para morir desde que nace y que ese divino tesoro puede apagarse de un instante a otro. En este dramatismo impostado y efectista estriba una de las mayores flaquezas de Entre les vagues: el empeño constante por resultar lacrimógena y convertirse en un tear-jerker al uso.

    El otro gran talón de Aquiles tiene que ver con la sobreactuación in crescendo de la pareja de amigas a medida que la tragedia se cierne. El exceso cae fundamentalmente del lado de Margot (Souheila Yacoub), quien parece trasladar su explosivo papel de Clímax (Gaspar Noé, 2018) a este metraje. Las taquicardias y las escenas sacadas de una sesión de destructoterapia que fue demasiado lejos se repiten ad infinitum, y surge entonces la duda de quién de las dos era la enferma. No estaría de más rescatar en este punto las normas sociales que marcó Jep Gambardella para los funerales: no llorar nunca, que el dolor de los familiares sea protagonista. Con este panorama, la pieza de teatro que se interpreta dentro de la película termina por trascender incluso más que la película en sí. Las imágenes de Nueva York proyectadas en el ciclorama del escenario recuerdan a la mirada curiosa que arrojó Chantal Akerman en su documental News from Home (1977): una ciudad fantasma y alienígena, inusitadamente yerma para no dormir nunca. Esta desolación contrasta con la concepción que Alma y Margot tienen de la metrópoli estadounidense («la ciudad que nunca muere», dicen). Algo similar podría decirse del París en el que viven.

    Entre les vagues sí que destaca a la hora de capturar la amistad inquebrantable entre dos mujeres de veintimuchos años que están dispuestas a todo por conseguir lo que se proponen. Que no se sorprenda nadie de que la riña con la que se abre el filme se libre entre ellas dos. Solo más tarde descubrimos que se trata, en realidad, de una actuación de método poco ortodoxa para así lograr un papel de una vez por todas. Sirva asimismo de ejemplo la escena —una de las más hilarantes— en que Margot y Alma se infiltran en una boda para mendigar algo de comida y acaban en la pista bailando con el resto de los invitados. Conforme nos acercamos al inevitable clímax, los movimientos de cámara se tornan más pausados y el ritmo más lento. Y es al arrebatar a la obra su carácter vibrante y cinético cuando la directora tropieza. Si aspira a hacerse un hueco entre compatriotas de la talla de Ducournau o Diwan, con las que converge en ese foco sobre las mujeres de la Francia contemporánea, Volpé tendrá que hallar primero una voz propia.


    Carlos Cruz Salido |
    © Revista EAM / 59ª edición del FICX


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