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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Tres

    Discordancias

    Crítica ★★★☆☆ de «Tres», de Juanjo Giménez.

    España, 2021. Director: Juanjo Giménez. Guion: Juanjo Giménez, Pere Altimira. Producción: Coproducción España-Francia-Lituania; Frida Films, Manny Films, M-Films. Fotografía: Javi Arrontes. Montaje: Cristóbal Fernández . Sonido: Sergio Borks, Oriol Tarragó, Marc Bech. Música: Domas Strupinskas. Reparto: Marta Nieto, Miki Esparbé, Francisco Reyes, Luisa Merelas, Cristina Iglesias, Fran Lareu, Julius Cotter, Carmen Méndez.

    Tras el inusual cortometraje Timecode, que ganó el Goya y la Palma de Oro el año 2016 y llegó incluso a estar nominado para los Premios Oscar, es evidente que todo el mundo había quedado a la expectativa de cuáles serían los siguientes pasos del realizador español Juanjo Giménez Peña. Con su nuevo filme, Tres, el director propone la revolucionaria idea de que el sonido, en el cine, puede sublevarse a la dictadura de lo visual. Contrariamente a lo que suele venir predeterminado, la película se rebela y hace que nos replanteemos las posibilidades que ofrece el medio. Quitando a autores en los que sea irrefutable su interés en la mise-en-scène sonora, este no suele ser el elemento más comentado a la hora de valorar una obra. Se hablará mucho más ampliamente de la fotografía, por ejemplo, o del imaginario visual, en una sociedad en la que prima tanto el estímulo óptico y en la que lo auditivo simplemente se da por supuesto. En realidad lo que ocurre es que educar el oído es algo mucho más complejo y abstracto. Pues bien, Juanjo Giménez se niega a seguir ignorándolo, y convierte el sonido en el claro protagonista de Tres. No es el único cineasta que se ha percatado de dicha problemática estos últimos años, ahí queda la pieza de 2012 de Peter Strickland Berberian Sound Studio que, a través de este foco, realizaba un particular homenaje al giallo. O, más recientemente, de temática menos relacionada con el cine pero sí con el mundo de la música, el periplo de un batería que se queda sordo en Sound of Metal (Darius Marder, 2019). Sea como sea, las propuestas que toman estas características se pueden contar con los dedos de una mano, y en parte es esto lo que hace tan especial a Tres.

    Giménez, para dar más énfasis a su tesis, cuenta la historia de una sonidista y artista de foley (Marta Nieto) que sufre una crisis mientras trabaja sin descanso en un proyecto: oye la realidad con delay. Poco a poco, ese desfase en la sincronía ojo-oído va acentuándose hasta unos niveles estremecedores. Eso le obliga a cesar toda actividad laboral, pero también la hace disfuncional socialmente aunque, hay que apuntar, en este aspecto parece bastante limitada desde un inicio. El extraño episodio no trata una afección aislada, ya que se hacen algunas alusiones a una posible recaída, aunque, por la reacción de la protagonista, en esta ocasión es algo que simplemente no es posible ignorar. Aquí el director (también coguionista, junto a Pere Altimira), hace algo tremendamente interesante: que es mezclar la reacción más realista posible, incrédula, con el campo simbólico de la alegoría. Esta nueva condición con la que la diseñadora de sonido debe convivir es, primeramente, concebida como una dolencia física, algo que pueda ser diagnosticado por doctores y pruebas. Sin embargo, a través de ellos no se obtendrá la respuesta, a lo que seguirá una búsqueda de una posible herencia recibida, a nivel genético. Entramos entonces en el campo de lo psicológico, mucho más inconcreto que los achaques palpables, pero no por ello menos reales. Como espectadores nos es totalmente innegable que lo que ella padece es real, puesto que la propia película altera sus formas para mostrarlo.

    Tres, Juanjo Giménez.
    Oficial Fantàstic Competición del Festival de Sitges.

    «Aun con sus imperfecciones no deja de ser un primer paso a desligarse de ataduras formales y narrativas, y eso es algo que al cine de hoy le viene como agua de mayo. Una obra a señalar en la carrera del director catalán, que esperemos no quede como una excepción más y que realmente abra la veda a más propuestas así de arriesgadas y comprometidas con el otro cincuenta por ciento de lo audiovisual».


    Somos forzados dentro de esa cabeza opaca y recelosa para, con ella, recibir también el impacto tardío del sonido. Aun teniendo en cuenta lo singular e importante de la apuesta de Giménez, o especialmente por eso, no se puede pasar por alto que el todo no sea lo redondo que podría llegar a ser. En un campo teórico, el planteamiento es tremendamente fructífero. Hay instantes de una poesía más que notable, cuando aprendemos que aquello que replica con efecto retardado los tímpanos de la protagonista no es un estímulo propio sino los hechos pasados de un lugar. Ideas tan productivas como esta son frenadas por lo sobrio del argumento y las actuaciones, que disuenan con instantes de apremiado dramatismo. Lo vemos en las interpretaciones, que pueden pecar de demasiado bressonianas. Especialmente cuando se contrapone a la parte de desventuras personales de la protagonista, que pide más involucración emocional por su parte. Hasta qué punto se trata de una decisión consciente en dirección de actores o guion y no, en cambio, de una limitación de la propia pieza, solo Giménez sabrá. Lo que parece es que no contenga aspiraciones que trasciendan «lo que hay».

    Al menos, así sería si no contara con un salto final, el más temerario, hacia el terreno de lo sobrenatural. Ahora sí, alegoría y fantástico van de la mano en esta cinta, que consigue casar un elemento hasta ahora puramente expresivo con una dimensión narrativa mucho más vasta. La película presenta un indicio de «algo más» y, en esas, llega al fin. Sin dar tiempo a desarrollarse esta vertiente, queda corta y algo dispersa en sus intenciones. Lo que es una lástima, porque se promete algo brillante e inédito pero el resultado difiere de dichas promesas. De todos modos, su visionado es más que recomendable, porque aun con sus imperfecciones no deja de ser un primer paso a desligarse de ataduras formales y narrativas, y eso es algo que al cine de hoy le viene como agua de mayo. Una obra a señalar en la carrera del director catalán, que esperemos no quede como una excepción más y que realmente abra la veda a más propuestas así de arriesgadas y comprometidas con el otro cincuenta por ciento de lo audiovisual.


    Júlia Gaitano Mendizábal |
    © Revista EAM / Sitges Film Festival


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