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    Crítica (II) | Dune

    Arrakis, planeta vivo

    Crítica ★★★★★ de «Dune», de Denis Villeneuve.

    Estados Unidos, 2021. Título original: Dune. Dirección: Denis Villeneuve. Guion: Eric Roth, Denis Villeneuve, Jon Spaihts (Novelas: Frank Herbert). Productores: Cale Boyter, Joseph M. Caracciolo Jr., Denis Villeneuve, Mary Parent. Productoras: Legendary Pictures, Villeneuve Films, Warner Bros. Distribuidora: Warner Bros. Fotografía: Greig Fraser. Música: Hans Zimmer. Montaje: Joe Walker. Reparto: Timothée Chalamet, Rebecca Ferguson, Oscar Isaac, Josh Brolin, Stellan Skarsgard, Jason Momoa, Zendaya, Javier Bardem, Charlotte Rampling, Stephen McKinley Henderson, Sharon Duncan-Brewster, Dave Bautista, Chen Chang, David Dastmalchian, Babs Olusanmokun. Duración: 155 minutos.

    Pocas obras han generado tantos amores como odios, a partes iguales, como la adaptación que sobre la monumental novela de Frank Herbert Dune acometió, en 1984, el personalísimo David Lynch en la que sería su tercera película como director tras los éxitos de crítica de Cabeza borradora (1977) y El hombre elefante (1980). Bajo la producción de Dino De Laurentiis y su hija Raffaella, Universal puso en pie una superproducción de 40 millones de dólares de presupuesto, que contó con un abultado reparto de estrellas –Kyle MacLachlan, Francesca Annis, Jürgen Prochnow, Patrick Stewart, Sean Young, Virginia Madsen, Sting, Brad Douriff, José Ferrer, Silvana Mangano, Dean Stockwell– y un acabado visual imponente, como no podía ser menos viniendo de Lynch. El problema principal al que se enfrentó la película fue lo farragoso de su guion (obra del propio director), que no supo plasmar la complejidad del universo de Herbert de manera entendible para el público, algo en lo que también afectaron los excesivos cortes que sufrió su extenso montaje de cinco horas para acabar siendo estrenada como una cinta de 145 minutos. El resultado fue caótico, confuso y bastante aburrido, siendo un estrepitoso fracaso, tanto de crítica como de taquilla, en su momento, pese a que con los años se han reivindicado sus indudables virtudes hasta el punto de adquirir cierta categoría de culto. Pero el cine seguía teniendo una cuenta pendiente con Herbert y el Dune definitivo estaba destinado a ser realizado por Denis Villeneuve, un autor que había demostrado un excepcional dominio de la ciencia ficción en dos propuestas tan interesantes como La llegada (2016) –uno de los filmes que mejor han plasmado el posible encuentro entre humanos y una civilización extraterrestre– y, sobre todo, la fascinante Blade Runner 2049 (2017), uno de los proyectos más arriesgados de los últimos tiempos, al ser la secuela de uno de los títulos míticos del género, el venerado Blade Runner (1982) de Ridley Scott –curiosamente, el realizador que iba a llevar a cabo Dune antes de Lynch–. Con semejantes antecedentes, pocas dudas cabían sobre si estaríamos ante el tipo adecuado para resucitar la mitología de Arrakis en todo el esplendor que merecía.

    Blade Runner 2049 no terminó de ser el éxito comercial que sus productores esperaban, pero las críticas fueron tan entusiastas que el prestigio de Villeneuve fue suficiente para que se le confiara un presupuesto de 165 millones de dólares para que tuviese toda la libertad creativa necesaria para acometer un proyecto aún más suicida que el de la secuela sobre los replicantes de Philip K. Dick, el de guardar toda la fidelidad posible a la novela de 1965 y, al mismo tiempo, hacerla accesible a ese público que no conectó demasiado con la excéntrica visión de Lynch. Para asegurarse de que la historia respirase y pudiera ser expandida con claridad y suficiente sentido del espectáculo, Villeneuve ha dividido su Dune en dos películas, de las cuales llega a las salas de cine, después de su triunfal premier en el Festival de Venecia, su primera entrega. Se presenta el conflicto que rodea a ese planeta desértico que es Arrakis, fuente de “la especia”, una sustancia muy codiciada en la galaxia, capaz de extender la vida humana, amplificar la conciencia y posibilitar los viajes interestelares al plegar el espacio. Conoceremos a sus administradores, la Casa de los Atreides, formada por el compasivo duque Leto (Oscar Isaac), la dama Jessica (una portentosa Rebecca Ferguson que debería ser tenida en cuenta en la próxima temporada de premios como secundaria) y su hijo Paul Atreides (Timothée Chalamet, excepcional tomando el relevo de Kyle MacLachlan en su papel de “El elegido”), y cómo se van viendo inmersos en una compleja trama de traiciones y conspiraciones palaciegas en los que tendrán como enemigos a los Harkonnen y encontrarán inesperados aliados en los Fremen, los lugareños del desierto, acostumbrados a lidiar con la amenazante presencia de gusanos gigantes de arena que viven bajo las dunas. Los sueños que acechan cada noche a Paul, presumiblemente, imágenes de un futuro oscuro que está por venir, están mostrados con claridad, así como los múltiples personajes secundarios que giran alrededor de los Atreides, presentados con brillantez, sin saturar ni confundir a la audiencia. Así tenemos a Duncan Idaho (un Jason Momoa sorpresivamente cumplidor pese a sus carencias interpretativas, aportando esa mezcla de sacrificio y nobleza que el maestro de la espada y amigo cómplice del joven Paul exigía); al maestro de armas y entrenador del chico en el arte de la lucha Gurney Halleck (perfecto Josh Brolin) o al Dr. Wellington Yueh (Chuang Chen), el médico de la familia, rascando todos ellos sus merecidos momentos de lucimiento.

    Dune, Denis Villeneuve.
    El órdago de Villeneuve.

    «Logra abrazar un lirismo y una poesía en numerosos pasajes, solo al alcance de los grandes creadores de imágenes, sin, por ello, dejar de lado la enorme carga épica de una historia que, bajo su abigarrada estructura cercana a la tragedia shakesperiana, no esconde más que la enésima lucha del Bien contra el Mal. Villeneuve aún no ha concluido su misión. Aún le queda la segunda mitad para corroborar que nos encontramos ante una obra maestra indiscutible de la ciencia ficción».


    Todo el reparto cumple a gran altura, destacando las contribuciones del caracterizadísimo Stellan Skarsgard como el maligno barón Vladimir Harkonnen, de una Charlotte Rampling de lo más inquietante en su rol de la Reverenda Madre Bene Gesserit, y de un carismático Javier Bardem como ese Stilgar que lidera la tribu fremen en la que está Chani (Zendaya), la chica de los recurrentes sueños de Paul que, sin duda, está destinada a adquirir mayor peso en la trama en el siguiente capítulo. Visualmente, Dune es un espectáculo de primer orden, cuyas potentes imágenes, maravillosamente fotografiadas por Greig Fraser, embriagan al espectador en una sinfonía repleta de momentos icónicos, acompañados por la fastuosa y ecléctica banda sonora de Hans Zimmer (fantástico resulta el empleo de la gaita escocesa en algunos pasajes). Más que una película, lo que ofrece Villeneuve es un inmersivo viaje al interior de Arrakis en el que el espectador casi puede sentir temblar el suelo bajo sus pies en las espectaculares escenas de ataques de los gusanos. Los efectos especiales, en este sentido, cumplen mejor que en cualquier otra superproducción actual, ya que el CGI es tan perfecto que todo lo que vemos en pantalla (desde las apabullantes secuencias bélicas a las enormes naves que sobrevuelan los cielos) parece real. Con un ritmo pausado, que se detiene en otorgar gran importancia a cada pequeño detalle, una inteligente dosificación de la información y el desentrañamiento de los numerosos misterios que esconde su historia, Dune, sin embargo, consigue la difícil misión de no resultar, a pesar de su solemnidad y enorme calado emocional, aburrida en ningún instante. Logra abrazar un lirismo y una poesía en numerosos pasajes, solo al alcance de los grandes creadores de imágenes, sin, por ello, dejar de lado la enorme carga épica de una historia que, bajo su abigarrada estructura cercana a la tragedia shakesperiana, no esconde más que la enésima lucha del Bien contra el Mal. Villeneuve aún no ha concluido su misión. Aún le queda la segunda mitad para corroborar que nos encontramos ante una obra maestra indiscutible de la ciencia ficción. Al menos, en este primer viaje ha salido más que airoso de la complicada empresa de adaptar una obra literaria con fama de inadaptable, construyendo uno de los mejores exponentes de una la perfecta comunión entre el cine de autor y un gran blockbuster. El Dune de 2021 es oscuro, atrevido, emocionante y muy fiel al libro de Herbert. Es la versión de su universo imaginario que todos esperábamos y merecíamos. Una obra cinematográfica de obligada visión en pantalla grande, que perdurará para siempre por sus ademanes de clásico instantáneo y que necesitamos ver finiquitada con la misma maestría desplegada hasta el momento.


    José Martín León |
    © Revista EAM / Madrid


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