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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Las cuatro hijas

    || Críticas | 68 SEMINCI | ★★☆☆☆
    Las cuatro hijas
    Kaouther Ben Hania
    Crónica de un naufragio anunciado


    Rubén Téllez Brotons
    Valladolid |

    ficha técnica:
    Francia, Túnez, 2023. Título original: Les Filles d'Olfa. Dirección: Kaouther Ben Hania. Guion: Kaouther Ben Hania. Música: Amin Bouhafa. Fotografía: Farouk Laaridh. Reparto: Hend Sabry, Khaled Abol Naga, Majd Mastoura, Ichrak Matar, Eya Chikhaoui, Tayssir Chikhaoui, Nour Karoui.

    Como un barco que naufraga tan sólo unos minutos después de haber iniciado su travesía, así se podría definir Las cuatro hijas, cinta basada en unos hechos reales profundamente inquietantes que dirige de forma caótica e imprecisa Kaouther Ben Hania. Una madre (Hend Sabry) y sus dos hijas pequeñas protagonizan su propia película autobiográfica. Con esta excusa, realizan un recorrido por los hechos más relevantes de sus vidas: desde la boda de Olfa —la progenitora— con un hombre al que no quiere; pasando por sus primeros meses de matrimonio laminados por el silencio y la repudia, el nacimiento de sus cuatro hijas, el maltrato sistemático al que las somete el padre y la consecuente solicitud de divorcio; hasta llegar a la adolescencia de las dos hijas mayores —profundamente marcada por las dudas y las inseguridades—, su introducción en el islam, el posterior proceso de radicación que las hará huir de su casa para unirse a ISIS, el ingreso de las niñas pequeñas en un centro especial para evitar que sus hermanas las secuestren y la definitiva detención y encarcelación de quienes al final del metraje son, respectivamente, esposa y cuñada de uno de los terroristas más buscados de Túnez.

    A lo largo de la Historia del cine se han filmado muchas cintas que o bien exploraban los misterios, casualidades, ataques de ansiedad, discusiones y milagros que suelen tener lugar en un set de rodaje, o bien lo utilizaban como sala de experimentos en la que observar cómo la presión que allí se vive sirve de caldo de cultivo para que se cometan atroces abusos de poder, para que las mejores amistades se quiebren irreversiblemente, para que el amor se convierta en odio y para que, simple y llanamente, el ser humano pierda la cabeza por completo. Por poner algunos ejemplos: Gaspar Noé, en Lux Aeterna (2019), trazaba un paralelismo entre la caza de brujas realizada por la Iglesia en la Edad Media y la violencia constante a la que son sometidas las mujeres que trabajan en la industria del cine; Godard, por su parte, analizaba en El desprecio (1963), cuyo telón de fondo no era otro que el proceso de producción de una adaptación de la Odisea, la gradual descomposición de una pareja incapaz de comunicarse; y Truffaut filmaba en La noche americana (1973) una comedia de enredos en la que el séptimo arte y la vida se mezclaban de forma constante hasta volverse indistinguibles.

    Kaouther Ben Hania también sitúa su nuevo largometraje en esa fábrica de sueños que es el rodaje de una película, pero, a diferencia de las cintas anteriormente citadas, no lo utiliza como base para reflexionar sobre otros temas, porque, sencillamente, no reflexiona sobre nada. Las cuatro hijas podría haber sido un ejercicio en el que la ficción iluminase las esquinas más oscuras de una realidad doliente, o un juego de espejos que favoreciese el diálogo entre unos personajes mudos de tragedia. Los elementos para componer una buena película están ahí, por eso resulta tan molesto que Las cuatro hijas camine a trompicones por la pantalla sin saber realmente adónde quiere ir. Bajo sus imágenes subyace un río estancado de tedio que no denota sino el exceso de metraje de una cinta que juega a la metaficción sin éxito alguno: primero, porque el quién interpreta a quién no aporta nada ni argumental ni temáticamente; y segundo, porque las voces en off y las confesiones a cámara les arrebatan todo el nervio a unas escenas ya de por sí bastante descafeinadas que terminan siendo redundantes y plúmbeas.

    Ben Hania tampoco le da un uso cinematográfico a una palabra de la que abusa en exceso, sino que la emplea para, literalmente, escupir reflexiones muy concretas a la cara del espectador. A la realizadora le preocupa tanto que el público no entienda la película que termina tratándolo como si fuese idiota. Así, los dos primeros tercios de la cinta se antojan tan repetitivos y caóticos como finalmente vacuos. Sólo al final, cuando las hijas mayores se radicalizan y empiezan a rumiar la idea de alistarse en ISIS, adquiere la película algo de alma, de tensión; y, pese a ello, es incapaz de enderezar el rumbo, porque, como ya se ha mencionado al principio, el naufragio se produce apenas unos pocos minutos después de haberse iniciado el viaje.


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